13 de junio de 2011

La Evolución de los personajes II

Siguiendo con este estudio de los personajes, habíamos visto como Pelayo crecía, desde su niñez como hijo del conde de Lucus, acostumbrado a no carecer de nada y ver cumplidos todos sus caprichos, a convertirse en un adolescente fugitivo, refugiado entre los primitivos astures y, por fin, debido a una nueva mudanza en el destino, llegar a ser la joven mano derecha del nuevo monarca, don Rodrigo, gozando otra vez de todos los privilegios inherentes a su cargo.
¿Era esto suficiente para considerarle alguien con la suficiente fuerza de carácter como para ser el fundador de la nueva España? No. Aún tenía que pasar por nuevas pruebas. La primera, el ver como su ingenua admiración por su soberano recibía un duro choque al comprobar la corrupción que el poder ejercía en las personas, incluso en aquellas que, en su ingenuidad, consideraba poseedoras de todas las virtudes. Lo que chocaba impactantemente con la nobleza que dominaba sus sentimientos.
Luego, con la desilusión instaurada en su corazón, pero aún con el ansia de las batallas y los honores que estimaba inherentes a ellas, se enfrenta a la invasión musulmana en la batalla del Guadalete en la que, amargamente, comprueba que la imagen que tenía de las contiendas como luchas caballerescas en las que solo quedaba recordar el oropel de las victorias para los triunfadores, era falsa. Que, en realidad, todo se reducía a sangre, dolor, muerte y, en este caso, como cúlmen de desgracias, la derrota.
Y, para completar la formación de su carácter, al igual que el hierro que, para ser forjado, tiene que soportar los golpes del herrero, el largo y penoso camino iniciático, llevando primero a su rey moribundo hasta Viseo (porque la leyenda dice que allí estaba su sepulcro), y luego, ya solo, hacia el norte, hacia Asturias, porque allí está lo único que aún le anima a mantenerse con vida, el amor por Gaudiosa, que había querido ignorar y que, en el instante supremo, se le revela como lo único importante.
Desencantado de todo lo que, anteriormente, le había parecido importante, se dedica a su recién formada familia y abandona sus ansias guerreras, solo para descubrir que, aunque quiera, un hombre no puede mantenerse alejado de lo que ocurre a su alrededor, y que su nueva actitud pacífica solo sirve para verse separado d esu mujer y sus hijos y arrojado a un oscuro calabozo en la lejana Córdoba, capital de los musulmanes.
Y allí, un nuevo e inesperado encuentro, esta vez con su amigo Julián, le renueva las ganas de vivir y ambos cruzan de nuevo la península de sur a norte, pero esta vez con ánimo decidido y dispuestos a vencer todas las dificultades que s eles enfrenten. Así, y con la ayuda de su esposa, Pelayo es reconocido como jefe de los astures y, uniendo a estos los hispanos y godos fugitivos, se enfrenta a los musulmanes dando comienzo a la Reconquista.
Pero no acaba aquí la evolución del carácter de nuestro héroe. Una vez que el guerrero ha concluido su trabajo, queda para el gobernante la mucho más dura tarea de dar forma a un nuevo reino con nuevas inquietudes. Y Pelayo tiene que madurar aún más.
Pero eso se cuenta en la segunda novela: La Muralla esmeralda.

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