Hace tres
meses creía que estaba a punto de dejar lista para editar mi novela, La Estirpe
de los reyes, y hoy sigo estando lejos de cumplir ese objetivo. ¿Motivos?
Aparte de que no he podido dedicarle tanto tiempo como esperaba, y que, en
algunos momentos, lo confieso, la pereza me ha dominado, el más importante ha sido
que las incorrecciones, inconsecuencias e incongruencias derivadas de una
primera redacción tan intermitente y tan prolongada en el tiempo han sido mucho
mayores de lo que me suponía; y que, cada una de ellas obligaba a una
reescritura y corrección que producía el efecto de tener que introducir
variaciones, las que, a su vez, en cascada, llevaban a nuevos cambios,
introducción de nuevos detalles y supresión de otros.
Por
otro lado, tantas relecturas y reescrituras llegaban a confundirme de tal
manera que, a menudo, dudaba de si había hecho o no tal corrección, o si lo que
al final había dejado como definitivo era la opción primera, la segunda o la
tercera de las que había considerado. Y, por consiguiente, había que volver a
leer todo desde el principio, y así una y otra vez.
Como
ejemplo, voy a transcribir un detalle, no el mayor ni más complejo, antes al
contrario, pero sí el último con el que me he encontrado, y que sirva a mis
lectores para comprender un poco más las complicaciones de redactar una trama
compleja y a mí de pequeño desahogo.
Iba,
satisfecho de mí mismo, revisando la novela por la página 575 (en formato DIN
A-4, que cuando se pase al tamaño del libro serán muchas más), en el capítulo 28,
en el que narro la batalla de Pontuvio, acontecimiento real, pero del que solo tenemos
una breve y vaga mención en la crónica de Alfonso III, y en la que Fruela
derrota a los musulmanes. En esa batalla
hago que el conde Suero, de Lucus (personaje imaginario que ya introduje en la
novela anterior, La Cruz de los Ángeles, en la que tiene importancia por haber
intervenido, en escenas posteriores cronológicamente a ésta de la que hablo, -y
que, también, tendrán que narrarse aquí, aunque de otra manera-, en el
asesinato de Fruela, en el que también muere; además, un hijo suyo, de nombre
Nuño, se rebelará contra el rey Silo, lo que también está narrado en aquella
novela y deberá contarse en ésta –dificultades de no haber escrito las novelas
en simple orden cronológico-), no acuda al llamamiento de su rey y, después de
la batalla sea reprendido por éste. Los párrafos en que esto sucede son los
siguientes:
“-Te había citado en Pontuvio –replicó el
rey, sin cambiar el gesto–, para detener a los invasores. Si hemos obtenido la
victoria no ha sido gracias a tu ayuda.
-Pero señor –protestó Suero–. Mis espías
me habían informado de que los invasores eran demasiado numerosos. No era
prudente enfrentarse a ellos en campo abierto. Os envié recado por el obispo
Odoario de que les aguardásemos aquí, tras nuestras fuertes murallas, ¿no es
así, obispo? Tendríamos muchas más probabilidades de éxito así que yendo a su
encuentro.
-Y los campos cultivados que rodean tu
ciudad serían talados y la gente de Lucus pasaría hambre el próximo invierno
–replicó el rey–. Un gobernante debe pensar, ante todo, en los hombres que
están a su cargo. Pero no es eso lo más grave. Suero, no eres tú quien decide
lo que ha de hacer o no tu rey. Te dí una orden y no la cumpliste. No puedes
gobernar Gallaecia en mi nombre. Sigmundo lo hará a partir de ahora en tu
lugar.”
Y en ese
momento me entró una duda. En la Cruz de los Ángeles, cuando el asesinato de
Fruela, Suero tenía el título de conde. Y su hijo, Nuño, posteriormente, también.
Eso se debía a que, en esa novela, Suero no tenía demasiado importancia y
aparecía solamente para participar en la muerte del monarca, y como excusa para
que su hijo apareciese después rebelándose contra Silo. Así que no le había
mencionado en la batalla de Pontuvio, también narrada en dicho libro. Para
arreglarlo, continué revisando los párrafos siguientes, y al fin, los dejé así:
“Suero endureció su gesto. Parecía ser que
las buenas maneras no le iban a servir de nada. Acarició con su mano el puño de
su espada por debajo de la capa que le cubría. Quizá todavía estuviese a tiempo
de declarar una rebelión general contra el rey asturiano. Solamente un pequeño
grupo de sus hombres se encontraban dentro de las murallas; aunque,
¿obedecerían sus propios soldados la llamada a la lucha? En la duda, siguió hablando.
-¿Me despojáis de mi título y mis
posesiones? –preguntó.
Fruela estuvo tentado de responder
afirmativamente. Sabía lo que acontecería si lo hacía y, quizá, fuese la manera
de acabar con Suero y sus sueños de rebelión de una vez por todas; pero el
sentido de su responsabilidad se lo impidió. No podía desperdiciar el júbilo que
la victoria contra los musulmanes había producido en las gentes de Lucus,
ordenando una masacre de gallegos, aunque se limitase a los rebeldes. –No
–respondió–. Mantendrás tu título y tus posesiones patrimoniales. No quiero
iniciar una guerra. Pero no me fío de ti. Volverás conmigo a Cangas, donde
podré tenerte vigilado.
De nuevo volvió a pensar Suero que se
encontraba sobre el filo de una navaja. ¿Debería aceptar las humillantes
condiciones impuestas por el rey? ¿Quedarse con algo, para no perder todo? Aún
dudaba. –¿Se quedará mi hijo Nuño en Lucus a cargo de mis posesiones?
–preguntó– ¿Heredará mi título cuando yo falte?
-Así será –replicó el monarca.”
Y continué
con mi labor de corrección. Pero entonces me asaltó una duda: ¿Cuándo se había
nombrado conde a Suero? Y Sigmundo (otro personaje imaginario), al que cito, ¿Tenía
título? Así que volví sobre mis pasos (o, mejor, sobre mis páginas), buscando dónde
había hablado de ellos; y en la página 563, en ese mismo capítulo, relato un
viaje de Fruela a Gallaecia para establecer en el monasterio de Samos al abad
Argerico, que había llegado desde Toledo al reino asturiano (hecho que relatan
las crónicas y que utilicé en mi trama).
Allí también se había enfadado Fruela porque Suero (que hacía una especie
de resistencia pasiva al rey asturiano) no había acudido a visitarle, y eso se
contaba en estos párrafos:
“-Dos semanas –dijo, pensativo, Sigmundo–.
Yo recibí el mensaje de vuestro mayordomo antes de esa fecha.
-Y
ambos mensajeros salieron a la vez –replicó el rey, indignado–. Por lo tanto
Suero partió de Lucus sabiendo que yo le reclamaba y haciendo caso omiso a mis
órdenes. ¡Silo! –exclamó, volviéndose al jefe de sus fideles–. Di a los hombres
que se preparen. Iremos a Lucus, depondremos a ese intrigante y nombraremos
gobernador de Gallaecia a Sigmundo en su lugar –ordenó con semblante fiero.”
Aunque en
el texto decía “conde de Gallaecia” y no “gobernador”. Pero como había mantenido
en los párrafos posteriores (y que acabamos de ver) el título de conde a Suero,
decidí separarlo del de gobernador de toda la provincia, y unas líneas
posteriores, en las que el rey era convencido de no tomar demasiadas
represalias contra Suero quedaban así.
“Al fin, enderezó su figura y proclamó su
decisión. –No dejaré sin castigo la osadía de Suero –dijo–; pero lo haré cuando
las circunstancias lo aconsejen. De momento, nombro a Sigmundo conde de Orense.
Su autoridad alcanzará a todas las tierras que no estén bajo el mandato directo
del conde Suero.”
Se habían
corregido las incongruencias, pero aún quedaban dudas ¿No se habría nombrado
conde a Sigmundo antes? Y habría que haber especificado, cuando se hubiera
nombrado conde a Suero, que era gobernador de toda Gallaecia. Por lo tanto,
seguimos para atrás. Y en la página 558, cuando Fruela preparaba su viaje,
encontré que se le citaba y hubo que, tras unos pequeños cambios, dejarlo así:
“-Pero si, como sospecháis, Suero maquina
contra vos, ir a sus tierras es ponerse en sus manos –objetó el prudente
Teudis.
-No
temas. Enviarás un mensaje a Sigmundo para que también se acerque a verme con
sus leales, desde Orense. Ese noble gallego es de fiar, quizá debí nombrarle a
él gobernador en vez de a Suero, o además de él, pero siempre estoy a tiempo de
rectificar.”
Eliminando
que Sigmundo tuviese ya la dignidad de conde, aunque fuera un noble importante
de la zona. Quizá algún lector se encuentre confundido porque vamos corrigiendo
de atrás adelante. También me pasó a mí en su momento, por lo que luego,
terminada la corrección de este pequeño detalle (uno de muchas docenas), hubo
que repetirla de adelante atrás para comprobar que no habían permanecido
algunas incongruencias. Pero, continuemos, que aún queda mucho y seguimos en el
mismo capítulo, el 28. No hay más menciones a esos personajes en él, así que
pasaremos al 26 (los impares forman parte de otra trama, que acabará juntándose
con ésta).
Al
principio de ese capítulo (la parte final transcurre en tierras de Cantabria y
de los vascones, donde Fruela conoce a Munia, la que será la madre de Alfonso
II), en la página 509, nos encontramos a Fruela haciendo sus primeros
nombramientos como rey:
“¡Suero! – exclamó, mirando al citado–.
Eres el noble más importante y respetado de Lucus Augusti. Te nombro conde de esa ciudad y, como delegado regio, te encargaras
de administrar y gobernar a Gallaecia.”
Parecía
que todo estaba en orden, pero tenía mis dudas y, en efecto, como veremos después,
comprobé que Suero ya tenía esa dignidad, así que, después que hube corregido
lo que veremos a continuación, la frase quedó así:
“¡Suero! – exclamó, mirando al citado–.
Eres el noble más importante y respetado de Lucus Augusti. Como conde de esa ciudad y delegado regio, te encargaras de
administrar y gobernar a Gallaecia.”
¿Por qué
ese cambio? Para saberlo, continuemos con la pesada tarea de revisar de atrás
adelante (De la posterior, de hacer esta misma revisión de adelante atrás, ya
adelanto que dispensaré a mis lectores, para evitar que dejen de leerme).
Un poco
después (en la labor de corrección; un poco antes si contamos el orden lógico de
la novela), en la página 507, nos encontramos de nuevo a Fruela, preparando esa
reunión con sus colaboradores más íntimos:
“Gallaecia hace poco que ha sido abandonada
por los invasores, es muy grande , y, a diferencia de los elevados montes y
escasos desfiladeros que permiten el acceso a nuestra tierra, está abierta
hacia el sur. Cualquier cosa que suceda allí tardaría días en ser conocida en
Cangas y más aún en que se pudiesen hacer efectivas las decisiones que se
tomasen. Deberíais nombrar un conde que la gobernase.
-Eso
mismo me propuso tu sobrino en una charla que mantuvimos en vida de mi padre
–contestó el rey–. ¿A quién propondrías para el cargo?
-El
más importante de todos los nobles gallegos es Suero, de Lucus Augusti; pero… –opinó, dubitativamente Teudis,
quizá quien estaba más al tanto de aquella zona del lejano poniente.
-¿Suero?
–replicó Fruela–. Sí, le conozco. Ha venido al entierro de mi padre, pero no me
fío mucho de él.
-¿Por
qué? –preguntó Isidoro.
-No
lo sé. En realidad no me ha dado ningún motivo, pero no me gusta la expresión
de su semblante.
-Un
rey debe juzgar por causas objetivas –argumentó Isidoro–; y Lucus es la ciudad
más importante de Gallaecia. Mostrar preferencia por el señor de otra zona
podría no ser aceptado de buen grado y causar un efecto contrario al que
pretendemos, que los naturales de Gallaecia se sientan identificados con el
reino asturiano.
Fruela
meditó unos instantes. –Tenéis
razón –admitió al fin–. Nombraré, pues, a Suero, conde de Lucus. Espero no tener que arrepentirme de ello
–dijo de repente, como si sintiera una premonición.”
Como
puede observarse, estos párrafos justificaban que hubiese que corregir los
anteriores. (Presten atención a las líneas
en negrita, pues habrá que cambiarlas también). No se acabó aquí la tarea, sino
que continuamos revisando. En algunos capítulos había ligeras menciones a estos
personajes, que, o bien pudieron dejarse igual, o solamente requirieron
pequeños cambios. Hasta que ya, casi a punto de dar por finalizada la tarea, en
el capítulo 12, en la página 125, me encontré que ya había hecho referencia al
personaje de Suero. En esa escena el rey Alfonso I, el padre y predecesor de
Fruela, pedía consejo al conde Rodulfo (el padre de Teudis, el que le aconseja
en la que hemos estudiado antes) sobre qué hacer en Gallaecia.
“Tenemos que planear la campaña de este
año, quiero salir lo antes posible para que nos dé tiempo a pasar antes por
Gallaecia y reafirmar mi dominio sobre esa provincia. Sé muy bien que procuras
tenerla controlada, pero ver que su rey, y sus soldados, pasan por ella,
producirá un saludable efecto de obediencia en mis súbditos. Y no solo eso, soy
consciente de que te estoy exigiendo demasiado. Que te ocupes de resolver mis
problemas en Cangas, que gobiernes tus tierras de Gauzón y que también te
encargues de vigilar mi dominio sobre Gallaecia es más de lo que se puede
esperar de alguien, aunque sea alguien de tu capacidad y eficacia. Ya va siendo
hora de que nombre un conde que gobierne esa provincia. He decidido nombrar
para ese puesto a Suero –dijo, como quien
no quiere la cosa, nombrando a un noble godo, de los que habían llegado a la
corte asturiana huyendo de la invasión musulmana, y a sabiendas de que Rodulfo
no estaría de acuerdo con su decisión.
-Suero
es ambicioso –comentó, después de una pausa, el conde de Gauzón–. ¿Lo has
meditado bien?
-Lo
sé. Pero es decidido y, lo que creo que le será muy útil en su nuevo puesto,
implacable con sus enemigos, que también serán los míos.”
Incluso
ponía una nota al pie explicando que Suero es un personaje inventado y
relacionando al primer conde de Gallaecia del que se tiene noticia efectiva,
muchos años después. Como esto lo había escrito al principio de la novela, ya
lo había olvidado. Así que las líneas en negrita de las que he hablado antes,
tuvieron que rectificarse así:
“-El más
importante de todos los nobles gallegos es el conde Suero, de Lucus Augusti;”
y
“Fruela
meditó unos instantes. –Tenéis razón –admitió al fin–. Nombraré, pues, al conde
de Lucus, Suero, gobernador de Gallaecia.”
Bueno,
con esto damos fin a la prolija explicación de cómo un pequeño detalle me obligó
a releer casi toda la novela, a ir rectificando párrafos, tanto de atrás
adelante, al principio, como, posteriormente, de adelante atrás.
Y ya les
dejo en paz, que me quedan muchos “pequeños detalles” más, que me obligarán a
una tarea similar (y, en la mayor parte de los casos, más complicada)
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