CASTILLO DE GAUZÓN
Los escritores de novela histórica
creamos una trama de ficción en un entorno real. Cuánto más real sea ese
entorno y más nos ciñamos a él, más impresión de realidad tendrá la trama que
inventemos y, posiblemente, mejor será la novela. Por lo tanto, dependemos en
gran medida de las publicaciones que, sobre ese determinado momento temporal y
lugar geográfico, hayan hecho los historiadores. Aunque hay momentos y lugares
sobre los que no hay demasiada documentación y eso, por un lado, es bueno para
el novelista, porque no está demasiado constreñido por los datos conocidos y
puede dar rienda suelta a su imaginación, pero por otro, sobre todo para los
que andamos menos sobrados de lo que quisiéramos de esta última cualidad, nos
crea dificultades para dar la impresión de realidad deseada. Afortunadamente,
en algunos casos, tenemos otro grupo de investigadores del pasado que pueden
ayudarnos a describir lugares y épocas: los arqueólogos.
En mi serie de novelas históricas
(Pelayo, rey; La muralla esmeralda; El muladí y La Cruz de los Ángeles –
publicadas –; La estirpe de los reyes, en la que estoy trabajando actualmente,
La Cruz de la Victoria, prácticamente terminada y que solamente está esperando,
para respetar la cronología, el momento de su publicación, y Los mozárabes y El
rey leproso, en fase de confección y que dependen, en gran parte, de cómo quede
la redacción final de las anteriores), me ciño, en el ámbito temporal, a la
creación del reino de Asturias y primeros años de la Reconquista. Concretamente
la trama comienza en el año 700; La Cruz de los Ángeles termina con la donación
de esa joya a la Catedral de Oviedo en el año 808; La Estirpe de los reyes
concluirá, quizá en 789, comienzo del reinado de Bermudo, o en 842, coronación
de Ramiro I, dependiendo de cómo se vayan solucionando las tramas, de si al
final es una sola novela o dos, y de si esa hipotética división se hace
referente a criterios temporales, geográficos o de trama; La Cruz de Victoria concluirá en 910, fecha en
que, a la muerte de Alfonso III el reino asturiano se convierte en el reino de
León, episodio con que iba a concluir esta serie de novelas, aunque
posiblemente la prolonguemos para incluir a Fruela II, “el leproso”, rey de
Asturias de 910 a 924, supeditado a sus hermanos, los soberanos de León, cargo
que ocupó él mismo durante un año, de
924 a 925; a Ramiro Alfónsez, el hermano de Fruela II, al que algunos autores
suponen que quedó como rey de Asturias (supeditado al Leonés) desde que su
hermano tomó ese título, en 924, hasta 929;
y a Alfonso Froilaz “el jorobado”, hijo de Fruela II que, a su muerte,
intentó heredar el título, pero que, derrotado por sus primos Sancho, Alfonso
IV y Ramiro II, los hijos de Ordoño II, le obligaron a refugiarse en Asturias,
donde, según algunos autores, gobernó como rey hasta su derrota definitiva a
manos de Ramiro II en 932.
En cuanto al ámbito territorial, aunque los
protagonistas de mis novelas, sin dejar de centrarse en Asturias, recorren toda
la península Ibérica, los territorios norteafricanos y asiáticos dominados por
el califato omeya de Damasco, el reino de los francos e, incluso, el imperio
romano de Constantinopla, hay una zona en concreto que toma especial
protagonismo. Mi familia paterna es originaria de Luanco, villa marinera
asturiana capital del concejo de Gozón; y, por ese motivo, hago especial
hincapié en que allí ocurran gran parte de las escenas inventadas de la trama,
no solamente en esa villa, sino en lo que, en esa época, se consideró el “alfoz
de Gauzón”, territorio que, dependiendo del castillo de su nombre, ocupaba, en
todo o en parte, los actuales concejos de Gozón, Avilés, Castrillón, Illas,
Corvera y Carreño; y doy protagonismo a los miembros de una familia a la que
otorgo (en mi ficción) el título de condes de Gauzón, título que, hasta el
siglo X, después de la época en que transcurren mis novelas, no está documentado
e, incluso, hasta que lo ostenta Santiago Pélaez (Rebelde contra Alfonso VII y
personaje que, si Dios me diera vida, salud y fuerzas, por su interés
histórico, novelístico y representativo de la singularidad asturiana, quizá
fuera el protagonista de una novela postrera de la saga) en 1132 no he
encontrado nombres propios que lo ostentasen. En 1222 Alfonso IX dona el
castillo de Gauzón a la orden de Santiago, con lo que los poseedores de ese
título desaparecen de la historia. Y, puesto que hay tan pocos datos sobre
ellos, me permito la licencia histórica (no la menor de las que he utilizado)
de incluir en esta familia, que es el nexo que da continuidad a mis novelas, no
solo a personajes que pertenecen solo a mi imaginación, sino a otros que constan
en las crónicas y de los que poco o nada se sabe.
Y ya que he citado a las crónicas, y en el
primer párrafo de estas líneas he hablado de la influencia que tienen los
historiadores en la confección del entorno real en que se sitúan los hechos
imaginarios de las novelas, digamos que de esa época no hay demasiados datos.
Concretamente, he utilizado principalmente las crónicas cristianas del siglo IX
(“Albeldense”, de Alfonso III en sus versiones “Rotense” y “ad Sebastian”, y
“Profética”), pero también las redactadas en tierras bajo el poder musulmán
(“Bizantina-arábiga” de 741 y “Mozárabe” de 754), las musulmanas de
“Al-Maqquari”, el “Ajbar machmua”, la de “ibn Idari” y de “ibn al Qutia”. Así
como los escritos de historiadores posteriores que las han estudiado
profundamente, como Sánchez Albornoz; R.P.Dozy; Roger Collins; y Gil Fernández,
Ruiz de la Peña y Moralejo, entre otros.
A pesar de esta relación, son pocos los datos
fidedignos que se tienen, no tanto de las tierras bajo el poder musulmán, sino,
especialmente, del pequeño reino asturiano, en los primeros años en que
transcurren las historias contadas en mis novelas. Pero también en el primer
párrafo de estas líneas hablo de otros investigadores que nos ayudan a conocer
esos años, y me voy a referir, concretamente, a un lugar que se está estudiando
actualmente y que da título, motivo y excusa a estas líneas, y del que nos
habíamos separado hasta ahora: El Castillo de Gauzón.
Por los
escasos documentos existentes, sabíamos que existía una fortaleza, situada, por
su nombre, en o cerca de, el concejo de Gozón, y que tuvo importancia por haber
sido fabricada en ella la Cruz de la Victoria, donada en 908 por el rey Alfonso
III y su esposa, Jimena, según puede leerse en inscripciones de la parte
posterior de dicha joya: “svsceptvm
placide maneat hoc in honore di qvod offervnt / famvuli xpi Adefonsvs princes
et scemene regina” y “et operatvm es in castelo Gavzon agno regni nsi XLII
discvrrente era DCCCCXLVI”. También tenemos noticias de que en esa
fortaleza estuvo encerrado el infante García, futuro García I de León, cuando,
en unión de sus hermanos, se rebeló contra su padre Alfonso III: “Et veniens Zemoram filium suum Garseanum
comprehendit, & ferro vinctum ad castrum gauzonem direxit.” (Crónica de
Sampiro, 16, interpolada en la Historia
de España de Juan de Ferreras parte 16)
También sabemos que, posteriormente, se edificó
en él una Iglesia: “Fecit etiam Castella
plurima ecclesias multas ficut his subscriptum eft: In territorio legionensi
Lunam, Gordonem & Alvam, in Asturias Tutellam, Gauzonem intra Ovetum castellum & pallatium quod eft ius¡xta
eum…”(Crónica Sampiro, 2), Que fue consagrada al salvador por los obispos
Sisnando, de Santiago, Nausto, de Coimbra y Recaredo, de Lugo.
Conociendo que, ya en tiempos del padre de
Alfonso III, el rey Ordoño I, los normandos habían efectuado incursiones por la
costa asturiana, nos pareció lo más natural y lógico que dicho castillo se
hubiese edificado para proteger dicho litoral, y que hubiese estado en algún
lugar desde el que se dominase una gran extensión de costa y se pudiese dar
aviso a la corte ovetense con el tiempo suficiente para que se aprestase a la
defensa. Debido a eso, y aunque ya en 1972 D. Vicente José González García
había dirigido unas excavaciones en el peñón de Raíces, en el ayuntamiento de
Castrillón, en la margen izquierda de la ría de Avilés, lugar en que los
expertos situaban la existencia de dicho castillo, en mis primeras novelas (Pelayo,
rey, Imágica ediciones, 2004, aunque terminé de escribirla en 1996 y La Cruz de
los Ángeles, Editorial Sapere Aude, 2014, pero redactada en 1999) decidí
situarlo en algún lugar indeterminado de la costa oriental del cabo de Peñas,
dentro del actual concejo de Gozón, y desde dónde se pudiera divisar la costa
asturiana hasta cerca de Villaviciosa, lugar desde donde, en pura lógica,
deberían llegar los hipotéticos asaltantes.
Posteriormente, en 2007, el ayuntamiento de
Castrillón inició una nueva campaña de excavaciones dirigida por D. Iván Muñiz
y D. Alejandro García, que demostraron, de forma fehaciente que, no solo el
castillo de Gauzón se encontraba situado en dicho peñón de Raíces, sino que su
antigüedad era mayor de lo que se había supuesto y su importancia mucho mayor
de lo que se imaginaba. Eso afectaba sin remedio posible a la primera de mis
novelas, Pelayo, Rey, y a sus continuaciones, La Muralla esmeralda, Editorial
Sapere Aude, 2010, aunque terminada de escribir en 2005, y El Muladí, de la
misma editorial, publicada en 2011, aunque llevaba redactada desde el 2000. No
obstante, pude salvar el tema con una ligera corrección y unas notas a pie de
página en la cuarta, La Cruz de los Ángeles, pues, aunque llevaba escrita desde
1999, no se publicó hasta el año pasado. La manera en que solucioné la
contradicción fue sencilla y simple, pero requería alguna mayor explicación que
tendría lugar en la que estoy trabajando actualmente, La Estirpe de los reyes.
Eso me obligó a cambiar parte de la trama, pero como una excavación
arqueológica es algo vivo, en lo que continuamente se están descubriendo cosas
nuevas que obligan a cambiar las teorías anteriores, el verano pasado visité
dicho castillo (como un turista más), siendo atendido con total amabilidad y
proporcionándome indicaciones sobre los últimos descubrimientos que me obligaron,
a mi vez, a hacer nuevos cambios en capítulos que ya estaban escritos y a
añadir otros nuevos. Agradezco profundamente a D. Alejandro García Álvarez sus
atenciones y la información proporcionada, así como a una de sus colaboradoras,
que nos sirvió de guía en la visita a las excavaciones.
Es evidente que mi opinión anterior acerca de
la situación del castillo estaba equivocada, y que, además, no había tenido en
cuenta una circunstancia acerca de las costumbres de los saqueadores normandos,
cuya vigilancia y defensa era, quizá, una de las funciones de dicha
edificación: la de penetrar lo más posible tierra adentro aprovechando las vías
de agua que sus navíos, de poco calado, podían fácilmente remontar; la ría de
Avilés es, en el litoral asturiano, una de las que mejor se prestan para ese
fin, el lugar escogido para el emplazamiento de la fortaleza era inmejorable y,
además, de paso podría servir para controlar un hipotético tráfico marítimo
desde el fondo de dicha ría (aunque no se tiene constancia de la existencia de
la villa de Avilés hasta el siglo X, la teoría que hace proceder su nombre del
romano de “Abilius”, junto con algunos restos de esa procedencia encontrados,
podría justificar que fuese anterior), quizá más importante y más antiguo de lo
que se piensa, hacia el litoral asturiano y gallego, hacia la costa francesa e,
incluso, hasta las Islas Británicas (Teoría que, por su atractivo, es la usada
en mis novelas).
El castillo de Gauzón, como dijimos
anteriormente, estuvo situado en la zona hoy conocida como el “Peñón de
raíces”, en el ayuntamiento de Castrillón. Se trata de una elevación rocosa de
unos 38 metros de altura máxima, y de unas dimensiones aproximadas de 150 por
70 metros, estructurada en tres plataformas y separada aproximadamente unos 50
metros de un acantilado de mayor altura que formaba la linde costera en esa
época. Por esa separación transcurre hoy en día la carretera que va de Avilés a
Salinas, por lo que el entorno está totalmente cambiado. Asimismo, la
plataforma litoral, hoy en día ocupada por las edificaciones de Raíces Nuevo y
de los chalets y bloques de Salinas, en aquella época estaba formada por unas
marismas pantanosas, por lo que las distancias actuales que lo separan
aproximadamente 500 metros de la playa y un kilómetro de la ría no se
corresponden con las de entonces.
Los datos aportados por las excavaciones nos
hacen sospechar que su ocupación es mucho más antigua de lo que parecía en un
primer momento, quizá pertenecientes a un castro astur o a una fortificación
romana. Ojalá el trabajo que llevan a cabo los expertos dedicados a ello les
permitan, en un futuro, alguna certeza sobre este punto.
Ya en los siglos VI y VII hay constancia de la
edificación de una fortificación, que puede pertenecer al reino visigodo de Toledo,
o a algún poder astur independiente. Lo que es evidente es que en esa época,
antes de la formación del reino asturiano, ya había alguna autoridad
establecida en el castillo que, desde él, dominaba las zonas limítrofes.
A partir del siglo VIII se observa una mayor
ocupación y la mejora y ampliación de las edificaciones. Por lo que, si la
referencia histórica al castillo del año 908, con la donación de la Cruz de la
Victoria por Alfonso III, indica el período de esplendor de la fortaleza y su
pertenencia directa a la corona asturiana, parece adecuado asumir que su
construcción se inició algunos años antes, quizá ya en el reinado de Alfonso II
(rey de 791 a 842), al trasladar la corte a Oviedo, quizá, incluso, en el de
Alfonso I (rey de 739 a 757), opción que he escogido para desarrollar la trama
de mis novelas, o en el de Silo (774-783) al trasladar la corte de Cangas de
Onís a Pravia.
Sea como fuere, no es descabellado suponer (y
aquí ya tomo el papel del novelista, no el del historiador ni el del arqueólogo,
definiciones que no me corresponden) que esa edificación de una fortaleza sobre
los restos de otra anterior, correspondiese a un poder local (un conde o
delegado del monarca), y que, en una época posterior, ya en el reinado de
Ramiro I (del 842 al 850), el monarca que ordenó la construcción del complejo
del monte Naranco, se añadiesen a la fortaleza defensiva las dependencias
palatinas situadas en su ala norte y pasase a depender directamente del poder
real.
Posiblemente, con posterioridad, y al trasladarse
la corte a León, la fortaleza pasaría a manos de alguna autoridad local y
comenzase su progresivo deterioro. Incluso desde ella se habrían llevado a cabo
rebeliones contra la autoridad real, como la llevada a cabo por Gonzalo Peláez.
Tras su derrota, en 1137, continuó su decadencia y en 1222 el rey Alfonso IX se
la entregó a la orden de Santiago y, a partir de esa época, los arqueólogos
constatan un progresivo desmantelamiento de sus edificaciones defensivas, ya en
desuso. La última referencia que se tiene es la encomienda de Enrique de
Trastamara en 1335. Poco después, la villa de Avilés, fiel a Pedro I, es
sitiada por Enrique en el curso de la guerra civil que asoló Castilla, pero,
fracasando el asedio y abandonando Enrique la fortificación de Gauzón, es
lógico suponer que Pedro ordenase su demolición, pues ya no se tienen noticias
de ella hasta 1483, y ya como caserío.
Esto es lo que, hasta ahora, se puede decir del
Castillo de Gauzón. Según vayan avanzando los descubrimientos en las campañas
de excavaciones que (esperemos) se sigan realizando cada verano, iremos
sabiendo un poco más sobre la historia de nuestra tierra (Y de ello dependerán
las tramas de mis novelas, que podrán mantenerse o cambiarse según sean los
datos que D. Iván Muñiz y D. Alejandro García nos vayan aportando)
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