Cerrado el paréntesis de la presentación de la Muralla Esmeralda, volvamos al trabajo diario del análisis exhaustivo de mis novelas. Preparando dicha presentación, tomé conciencia de lo importante que había sido la evolución de mis personajes, tanto en el curso de una novela, como, y aún más, en el caso de aquellos que aparecían en las páginas de dos o mas de ellas. Pensé dedicar futras entradas del blog a esta circunstancia, y en ello estamos. Y comenzaremos, cómo no, por el protagonista: don Pelayo.
¿Cómo era don Pelayo en la realidad? Ningún historiador puede darnos cuenta de ello, e, incluso, algunos hay que niegan su existencia. Lo que de él sabemos, se debe a las crónicas asturianas, escritas doscientos años después de su muerte y a leyendas de origen incierto y veracidad dudosa. Cierto es que algunas crónicas árabes nos hablan de cierto cristiano, llamado “Belay, el rumí”, que se rebeló con un pequeño número de seguidores contra el poder de los emires cordobeses, y rápidamente los investigadores, probablemente con razón, asimilaron esa historia a nuestro héroe para dar mayor verosimilitud a su existencia.
Aceptemos, pues, que Pelayo era un noble godo, perteneciente a la facción enemiga de Witiza que apoyó al duque de la Bética, Ruderic (o don Rodrigo) en sus aspiraciones al trono. Incluso, con toda probabilidad, pariente suyo, y que, tras su coronación, formó parte de su guardia personal como “espatario”, luchando contra los invasores musulmanes en Guadalete y retirándose, después de la derrota, a Asturias donde encabezó la resistencia de los locales contra la invasión.
La novela comienza con un Pelayo adolescente, y había que darle un carácter. No fue difícil. Un joven noble, hijo del conde de “Lucus Asturum”, acostumbrado a mandar, amante del ejercicio físico, de las batallas, razón de ser de su raza, por lo tanto, un pelín orgulloso, un tanto soberbio, audaz, pero con buen fondo, generoso, amigo de sus amigos… Ya en el primer capítulo, en la conversación que tiene con su amigo Julián, hay una declaración de intenciones: “Es nuestro destino, Julián, luchar siempre. Luchar y vencer. Porque el día en que nos derroten, no podremos sobrevivir”. Dice a su amigo, como justificación de su desmedido afán por la victoria.
¿Podría alguien así ser el creador de una nueva sociedad, de un nuevo reino? No, este personaje tendría que madurar y evolucionar. Y para eso, el destino tiene que golpearle duramente para que su carácter se vaya forjando. Primero, con la noticia de la muerte de su padre a manos del hijo del rey. Luego, con la dura existencia como un fugitivo oculto entre los semicivilizados astures, a los que poco antes no se habría dignado mirarles a la cara y que, poco a poco, aprende a respetar y querer.
Así hasta el momento en que cambian las tornas de la historia, Rodrigo accede al trono y llama a su lado a su pariente, que se encuentra de nuevo en el bando de los ganadores. Pero ahí sufre su carácter una nueva evolución que, para no extenderme demasiado, contaré en la próxima entrada.
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