31 de julio de 2010

Un parto (con dolor y con satisfacción)

A los pocos días recibí las galeradas y me dispuse a leerlas. Para mi sorpresa, los editores habían introducido numerosos cambios que no estaban pactados. Como consecuencia, en los siguientes días tuvieron lugar una serie de reuniones, algunas bastante tensas, con los editores (Sobre todo Patricia Forde y Carlos Garcia Aranda, ya que Alberto apenas intervino) intentando ellos introducir sus puntos de vista y yo mantener los míos. Tengo que confesar que la publicación de mi novela estuvo a punto de irse al traste, pero al final imperó el sentido común, entre todos buscamos las mejores opciones y se llegó a un acuerdo definitivo.
Por fin llegó el día, 23 de abril de 2.004, día del libro. A la salida del trabajo me acerqué a una librería de la Vaguada y allí lo vi. Un cartel reproduciendo la portada y varias columnas de ejemplares de mi libro...¡Mi libro! Si no me desmayé en aquel momento, no creo que lo haga nunca.
A partir de ahí vinieron en cascada las satisfacciones. A las dos semanas tenía lugar la feria del libro de Oviedo y me dijeron que si no me importaría hacer una presentación. ¡Una oportunidad de hablar en público, y además en mi tierra! Acepté sin dudar. Quizá pueda parecer extraño mi deseo de sentarme en un estrado y dirigir la palabra a un auditorio, sobre todo, teniendo en cuenta que soy más bien tímido y retraído. Pero, para todos aquellos que nos dedicamos a la educación de los jóvenes, que tenemos que hablar constantemente, (y eso que mi asignatura no es de las más representativas de esta situación), a unos oyentes a los que todo lo que decimos no les importa en absoluto y que nuestra mayor preocupación no es ya que entiendan, sino que atiendan, poder hacerlo a unas personas que, en principio, van a escuchar con atención y que, incluso en el caso de no ser capaces de captar su interés, van a ser lo suficientemente educados como para no interrumpir o intentar escaparse, es un sueño raras veces realizado.
Pero, como de costumbre, no todo fue tan sencillo como parecía. Yo iba a presentar mi novela, pero alguien, y alguien conocido, debería presentarme a mí. El editor no tenía a nadie, y el distribuidor para Asturias, tampoco. Tuve que echar mano de mis contactos; y realizar esta y otras labores, que en principio parecen formar parte de las obligaciones editoriales, pasó a ser un lugar común a partir de entonces. Comencé por mi hermano Anselmo; a los pocos días tuve su respuesta: conocía a varios profesores de universidad que estarían encantados de hacerlo, pero, sintiéndolo mucho, no iban a estar en Oviedo en esas fechas. (Quizá fuera verdad, se trataba de un tentador “puente”). Continué por mi prima Josefina García Vega, de Salinas. Casualmente, ni ella ni sus hermanos estaban tampoco en Asturias, (lo que también me privaba del apoyo de una “cla” numerosa), pero por teléfono, me puso en contacto con Carlos Guardado, de la “Cofradía del Colesterol” y conocedor de casi todo el mundo en Avilés, quien, a su vez, me dio el de Concepción Landeira, una redactora de la Voz de Avilés y de Teleavilés. Extraordinariamente amable, se prestó a hacer de introductora y quedamos en vernos en LibroOviedo, una hora antes del evento.
Pero dejemos lo que pasó para la próxima entrada en que hablaremos de las diferentes presentaciones que tuve que realizar (y disfrutar)

30 de julio de 2010

Una buena noticia y algo más

En ese momento ya habían pasado casi dos años desde que había firmado mi contrato con los editores y no tenía noticias de ellos. En realidad había llegado a pensar que los únicos ejemplares de mi novela “La Cruz de la Victoria” que verían la luz serían las fotocopias encuadernadas con canutillo que tenían algunos de mis amigos, cuando recibí una llamada que ya no esperaba. Recuerdo que fue durante un verano, en mi casa de Torre del Mar, y atascado para resolver las coincidencias y discrepancias entre “La Caja de las Ágatas” y “El mozárabe”, cuando mis editores me comunicaban que habían solicitado una subvención del Ministerio de Cultura para editar mi novela y se la habían concedido. Uno de ellos, Patricia, estaba de vacaciones en la cercana Málaga y nos reunimos para hablar del tema. Ella era la que se encargaba principalmente de la parte literaria y me dio una serie de sugerencias para mejorar la novela antes de su publicación.
Sin dudar un instante, aparqué lo que estaba haciendo e introduje en el ordenador los disquettes (En aquellos tiempos casi nadie tenía grabador de CDs, y de los USB ni señales) con la primera novela y me puse ilusionado al trabajo. Al volver a Madrid, ya tenía redactado un nuevo capítulo, en forma de prólogo, para satisfacer las peticiones editoriales, aunque con ello la novela no comenzaba justo en el mismo lugar en que iba a terminar, como había sido mi primera intención, y con ello me presenté, ufano, en las oficinas de la Editorial.
Allí comencé a descubrir algo que, después, aprendí que debe ser habitual en las relaciones entre escritores y editores. Casi nunca tienen los mismos puntos de vista. Comenzamos por el título; Alberto opinaba que en él debería aparecer la palabra “Pelayo” para mejor atraer a los lectores. Eso alteraba mi visión de conjunto acerca de una trilogía acerca de las tres joyas más impactantes de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. Mi primera impresión fue negarme, pero al instante recordé que yo mismo había introducido otras dos novelas que ninguna relación tenían con dichas joyas y las dificultades que estaba encontrando para encajar la Caja de las Ágatas en la última. Con un suspiro, y algo de pena, renuncié a lo que había sido mi primera inspiración a la hora de plantearme escribir y acepté.
A continuación siguieron otras sugerencias sobre casi todos los capítulos. Tomé nota de ellas y, puesto que el tiempo apremiaba y yo ya tenía mi horario normal de trabajo, me entregué con frenesí a la tarea de intentar compaginar las sugerencias de mis editores con lo ya escrito. Antes de un mes entregué el nuevo borrador y me sentí satisfecho de mí mismo. Ya no había más que esperar a que me entregasen las galeradas y aguardar a ver mi primera novela, que iba a llamarse “Pelayo, Rey” editada. Hasta me habían enseñado la portada y me había complacido. Todo estaba controlado. ¿Todo? Pues, como se dice ahora, iba a ser que no.

29 de julio de 2010

Continúa la serie

Bien, había firmado un contrato y, lo que era más importante, había alguien fuera de mi grupo de incondicionales (Y profesional del tema, por más señas) al que le habían parecido interesantes mis novelas. ¿Era ya un escritor? Así me había sentido cuando había registrado oficialmente mi primera novela, aunque luego nada había cambiado, y así volvía a sentirme ahora.
No hace falta decir que esto me llevó a retomar el tema de la novela histórica de nuevo. Pero por aquellos días el escritor asturiano Fulgencio Argüelles había publicado su novela “Los clamores de la tierra” que transcurre durante el reinado de Ramiro I, sucesor de Alfonso II. Mucho más versado que yo sobre las tradiciones de nuestra tierra, su estilo y la orientación que da a su libro es muy diferente a la de los míos. Pero, como pequeño homenaje a quien escribe sobre la historia de nuestra patria chica, decidí, a pesar de las múltiples y estimulantes posibilidades que ofrecía, pasar por alto el reinado del rey que ordenó la construcción de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, y que dio su nombre al estilo arquitectónico nacido en Asturias, y basar mi novela en el reinado de su hijo, Ordoño I, y su nieto, Alfonso III. Quien quiera conocer mejor a Ramiro I, que consiga la novela de Fulgencio Argüelles. (Aunque esta decisión puede cambiar en un futuro; la tentación de describir el reinado de quien fue denominado “Vara de la Justicia” puede ser demasiado fuerte))
Tras un breve período de investigación para completar los apuntes realizados para las novelas anteriores, le trama comenzó a desarrollarse sin ninguna dificultad. La figura del Rey Emperador tomó rápidamente el carácter de protagonista, tanto de niño durante el reinado de su padre Ordoño, como en sus luchas contra los musulmanes con terribles y sangrientas derrotas y victorias y su desdichado final, enfrentado a sus propios hijos. Y personajes secundarios como el conde Gatón, del Bierzo, y el conde Rodrigo, de Amaya, en la naciente Castilla ofrecían también interesantes perspectivas.
Pero algo no encajaba. Este libro debería llamarse “La caja de las Ágatas” y esta joya tener un protagonismo esencial. Por más que lo intentaba, no conseguía integrarla en una historia verosímil e interesante. Tras varios ensayos, y tras un último no demasiado satisfactorio, decidí hacer una pausa, dejar el borrador incompleto y comenzar a pensar en la historia que, según me había planteado, debería antecederla, hablar sobre la vida en la España musulmana y titularse, “El Mozárabe”, hablando de algunos de estos cristianos que mantenían su religión bajo el dominio de sus señores islámicos.
Al leer y documentarme para el tema, me encontré con una nueva complicación. Ya que iba a hablar sobre los mozárabes, el período más trascendente para esta clase social y más merecedor de entrar en una novela que, aparte de entretener, pretendiera divulgar, aunque solo fuera sucintamente, como era la vida en aquellos tiempos, era, sin ningún género de dudas, el de los martirios voluntarios de los mozárabes cordobeses. Pero estos habían sucedido durante el reinado de Alfonso III, a la vez que lo que se narraba en “La Caja de las Ágatas” y no antes. Para solucionarlo, comencé esta nueva novela en el año 797, pudiendo así contar la sangrienta “Jornada del foso”, de Toledo, y luego dí un salto en el tiempo para encontrar a los hijos de los primeros protagonistas establecidos ya en Córdoba en los tiempos del abad Eulogio.
De nuevo la trama se fue desarrollando sin más dificultad que encajar a unos personajes inventados en unos hechos históricos verdaderos, hasta que, una vez más, la cosa se complicó. Al igual que lo que ocurre en toda esta serie y para mantener una sensación de unidad, los hijos y nietos de algunos de los protagonistas intervienen en las novelas posteriores, pasando de la España cristiana a la musulmana y viceversa. En estas dos, al ser coincidentes en el tiempo, y tener personajes comunes, los hechos de la una influían decisivamente en los de la otra, así que tuve que empezar a trabajar con ambos borradores a la vez. Esto se hizo largo y pesado y, en algún momento la tarea llegó a no divertirme como antes.

28 de julio de 2010

Una oferta

Dejamos la entrada de ayer con el sonido de una llamada telefónica. ¿Alguno de los que me leen, si es que ese grupo de personas no es un exponente de lo que estudié como “conjunto vacío”, se ha sentido intrigado por saber de quien era? Espero que sí, pues ése era mi objetivo. (Ya ven cuán ingenuo y estereotipado soy respecto a las escenas de misterio e intriga).
Bien, vamos a desvelarlo.
Alberto Santos es editor. De alguna manera en la que yo no tuve arte ni parte, por mediación de mi amiga Elena, un ejemplar de “La Cruz de la Victoria” había llegado a sus manos y me preguntaba si estaba dispuesto a entregársela para publicarla. Rápidamente le hablé de mis otras novelas y quedé en pasar por su editorial, con los ejemplares para hablar del asunto.
Imágica ediciones ocupaba (y ocupa) una pequeña oficina en un edificio de la Gran Vía madrileña. Desde allí, Alberto, y sus socios, Patricia y Carlos intentan, además de conseguir que los libros que editen se vendan lo suficiente para que el negocio pueda seguir adelante, que los españoles, sobre todo los jóvenes, dediquen un poco de su tiempo a la lectura. Digo lo de los jóvenes porque la principal línea de la editorial corresponde a los libros sobre “comics” y aventuras. Cuando llegué por primera vez a su despacho, observé discretamente que los libros que se alineaban en sus estanterías eran todos de este estilo. Naturalmente, conectamos enseguida. A pesar de mi aspecto, (Serio, calvo, con bigote y gafas) y de mi edad, soy un apasionado seguidor de las aventuras de todos estos personajes, y pronto estábamos intercambiando opiniones sobre Conan el bárbaro héroe de la Edad Hiboria, (con quien su creador, R. Howard, elevó las aventuras de espadas y magia a la altura de auténtico género literario, al igual que lo hizo el ya indiscutible Tolkien con el Hobbitt o el Señor de los Anillos), la Patrulla X y sus incomprendidos mutantes, siempre salvando a una humanidad que les odia y desprecia, o Luke Skylwalker y la orden de caballeros Jedi de “La Guerra de la Galaxias”, tan claramente inspirada en las órdenes guerreras medievales.
No tenía ninguna oferta mejor (y aunque así fuera, Alberto me cayó bien desde el principio), así que acepté en el acto la suya. El 8% de las ventas sobre los tres libros que le entregué y una opción sobre cualquier otro que escribiera, así como sobre cualquier otra reproducción literaria o audiovisual de ellos. (¿Alguna vez veré a Don Pelayo en las pantallas? Espero que si es así, el tema sea tratado con la suficiente dignidad).

27 de julio de 2010

Otro género

Con “El Muladí” terminado en el verano del 2.000 y ocupando su sitio entre “La Cruz de la Victoria” y “La Cruz de los Ángeles” ya eran tres las novelas históricas que había escrito (sin contar el trabajo de investigación para “La Caja de las Ágatas”), así que decidí intentar otro género. Estoy convencido de que la Civilización Occidental (por llamarla de alguna manera) vive una época comparable a la de los últimos años del Imperio Romano. Ahora hablamos de “La Caída”, dando la impresión de que fue algo súbito, pero los ciudadanos del siglo V d.J. no tenían la menor idea de que aquel Imperio que gobernaba todo el mundo conocido estuviese llegando a su fin. Creo que lo mismo nos ocurre a nosotros, quizás no lo veamos, ni nuestros hijos, pero esta civilización, tal como la conocemos, no durará mucho más. Así que comencé una novela en que iba a mezclar esta teoría con la ciencia-ficción, hablando de los viajes en el tiempo y cómo es imposible, viajando al pasado, cambiar el presente, pues cualquier cambio, si es suficientemente importante, daría lugar a que el supuesto viajero intertemporal no hubiera nacido o, cuando menos, no hubiera estado en la situación exacta que permitió su viaje, con lo cual, automáticamente, el viaje no se hubiera realizado, ni tampoco el cambio. Pero esto llevaría a que el viajero sí hubiera realizado el viaje e intentado esa acción que cambiaría el presente. Instantáneamente, se volvería a repetir la situación en la que el protagonista no hubiera nacido, interrumpiéndose el cambio, y volviendo a realizar el viaje y así sucesivamente, entrando en un círculo vicioso que se repetiría instantánea e infinitamente y creando un bucle temporal que, quizá, destruiría el universo. Bueno, esto era la teoría y sobre ella escribí los dos primeros capítulos. Como era habitual, se los envié a mi hermano Anselmo pidiendo su opinión. Él, que es uno de mis más entusiastas críticos, me contestó con cuatro escuetas palabras. : “¡Tírala a la basura!”.
La releí y, realmente, era muy mala. Pero no seguí su consejo y guardé lo poco escrito y el esquema. Confío en que algún día seré capaz de retomar el tema y describirlo de alguna manera menos penosa.. Quizá debería incluso cambiar el título, pero, de momento, “Caída” continúa ocupando algunos bits del archivo de mi ordenador.
Tras esto estaba un poco desanimado. Cansado del tema de la Reconquista e incapaz de escribir aceptablemente sobre otros, pensé que ya había satisfecho mis inquietudes creadoras y que era momento de dedicar mi tiempo libre a otras actividades, cuando sonó el timbre del teléfono y al otro lado, no del hilo, como se decía antes, sino de las ondas, me habló una voz absolutamente desconocida.

26 de julio de 2010

El Muladí

Ya que en "La Cruz de la Victoria" había narrado las aventuras de don Pelayo, y en "La Cruz de los Ángeles" las de Fruela I, Aurelio, Silo, Mauregato, Bermudo I "el diácono" y Alfonso II "el casto", decidí que mis novelas fueran una serie sobre todos los reyes asturianos. (Esto cambiará en el futuro, como a su tiempo se verá), aunque en algunas, como en ésta, la acción principal ocurra en la España musulmana. (También en las que se centraban en Asturias había capítulos dedicados a Toledo, el emirato de Córdoba e, incluso, el reino de los francos).
Se me habían quedado en el tintero Favila y Alfonso I; al primero, debido a lo breve de su reinado lo despaché con un prólogo, y decidí comenzar la novela en tiempos de Alfonso I, que se había atrevido a bajar de sus montes, saqueando los territorios que llegaban al valle del Duero y llevándose consigo, al volver al seguro de las tierras asturianas, a todos los cristianos que quisieron huir de la dominacion musulmana. Como también en esos tiempos había ocurrido la gran rebelión bereber, esto me daba pie para contar hechos acerca de los que tenía multitud de datos históricos.
El protagonista iba a ser Abdul, un joven hispanorromano cuyo padre se había convertido al Islam para evitar pagar impuestos y por lo tanto, él, oficialmente e irremediablemente, era también musulmán (Un muladí). Abdul estaba enamorado de una joven cuya familia se había mantenido en la religión cristiana (Una mozárabe). Una novela es más interesante con una buena historia de amor, y, si los enamorados tienen dificultades para estar juntos, mejor que mejor; así que aumentamos las dificultades: Él tiene que partir con su patrón, un noble árabe, a África a unirse al ejército enviado por el Califa para castigar a los bereberes, lo que me da pie para narrar las diferentes luchas entre facciones musulmanas que tanto ayudaron a la supervivencia del pequeño reino asturiano. (Árabes contra bereberes, Kelbíes contra Caisitas, sirios de Balch, llegados desde Damasco contra los "baladíes" -Los "antiguos" - que estaban en la península desde los tiempos de Muza, etc.)
Y ella tiene que seguir al rey Alfonso I a Asturias, lo que me permite narrar lo poco que se sabe de la vida del reino asturiano en aquellos años, y a explicar como llegaron a Asturias algunos de los personajes que tienen importancia en "La Cruz de los Ángeles)
La constante de la obra son los deseos del protagonista de volver en busca de su amada y las trabas que el malvado autor de la novela pone para impedírselo, (Realmente todos tenemos un lado sádico, y aquí lo puse de manifiesto), aunque mi excusa era que así podía tomar parte en todos los acontecimientos que ocurrían en esa parte de España. En esta novela el protagonista era, por primera vez en lo que yo había escrito, un sujeto inventado, no histórico, y cuyo destino, feliz o desgraciado, estaba solamente en mis manos. Disfruté mucho con ello y debo confesar que, hasta que comencé a escribir las últimas páginas, no tenía decidido como terminarla. Si alguna vez llega a publicarse, los lectores juzgarán si el final es el adecuado.
La historia del protagonista, aventuras y romances, no me supuso demasiada dificultad (ya iba cogiéndole el tranquillo a eso de rellenar páginas), pero, de repente, me encontré con una complicación inesperada. Los hechos de “El muladí” ocurrían antes de los de “La cruz de los Ángeles” y, en cierto modo, los predeterminaban, con lo que hube de cambiar algunos párrafos de la obra anterior, (por ejemplo, algunos personajes que aparecían en La Cruz de los Ángeles, habían fallecido en el Muladí, a otros no se les nombraba, cuando por su importancia deberían haber estado allí, etc.) y, lo que más trabajo me dio, una de las claves de la intriga de le segunda novela, no se podía contar en la primera, so pena de inutilizar lo que debería ser una sorpresa; pero sí debería insinuarse para no hacer imposible o increíble los hechos que transcurrirían después.
Esta complicación me produjo numerosos quebraderos de cabeza hasta que, mejor o peor, solucioné los problemas. Pero no aprendí; esta situación se repetirá años después.
Bien, "El muladi" siguió los pasos de sus antecesoras; Corrección por parte de mis incondicionales, encuadernación en canutillo, inscripción en el registro y colocación en mis estanterías dispuesta a descansar allí para siempre. ¿Será ese su destino?
Tardaremos en saberlo.

25 de julio de 2010

Un cambio

Finalizada "La Cruz de los Ángeles" y disfrutando de un sitio de honor en mis estanterías al lado de "La Cruz de la Victoria", el siguiente paso era acabar la trilogía con "La Caja de las Ágatas". pero ahí había algún pequeño problema. Esta joya era bastante posterior a las otras dos (Bueno, no a la Cruz de la Victoria, de la cual era casi contemporánea, pero ya he dicho que no hablaba de esa joya, labrada en el año 908, sino del ánima de madera, que, según la leyenda, se corresponde con la enarbolada por Pelayo en Covadonga el 722, aunque esto último, con toda probabilidad, no sea cierto), por lo que mis investigaciones usadas en las anteriores novelas estaban incompletas y tenía que volver a dedicar mucho tiempo a la búsqueda de datos. Ésto no hubiera sido un óbice determinante, al fin y al cabo nadie me exigía plazos de entrega, pero había otro problema mayor: No se me ocurría ninguna trama interesante para introducir, de un modo significativo, esa joya. Tras mucho pensar, decidí hcer un cambio en mis planteamientos originales.
Como he dicho en repetidas ocasiones, aunque soy asturiano (de origen) y me siento muy orgullosos de serlo, desde hace treinta años paso mis vacaciones de verano en Tore del Mar, Málaga. Allí tengo muchos y buenos amigos, y algunos me han ayudado incluso en la elaboración de mis novelas. Andalucía tiene una gran influencia de los años que estuvo bajo la dominación musulmana, tanto en toponimia, como en arquitectura, costumbres, etc. Sin embargo, en mis novelas correspondía a los musulmanes el papel de los "malos", quedando para los asturianos el de los "buenos". Por supuesto que esto iba a seguir así, no puedo contradecir a la Historia, ni a mis sentimientos; pero no estaba de más describir el punto de vista de los habitantes de la España bajo el poder musulman, una mayoría, si los comparamos con los del incipiente reino asturiano. (Aunque en los tiempos de Alfonso II, y en los de sus antecesores narrados en "La Cruz de los Ángeles, ya se había iniciado la repoblación de las tierras asturianas con los cristianos que, desde el valle del Duero, querían escapar al dominio musulmán, aún la demografía de las poblaciones situadas a orillas del Tajo, del Guadalquivir y del Ebro era absolutamente superior a la existente tras los montes cantábricos)
En el resto de la Península Ibérica la situación era como sigue: Una minoría dominante formada por los gobernantes, grandes propietarios y el ejército, descendientes de los diez mil árabes y otros tantos bereberes llegados con Tarik y Muza (Musa ibn Nusair) en el 718, o llegados después, huyendo de las luchas dinásticas y religiosas que enfrentaban a los musulmanes unos contra otros (Ayer como hoy), o en la expedición punitiva comandada por Balch tras la gran rebelión bereber del año 740 d.C., que iba a ser el inicio de mi novela.
Otra minoría (mucho menor, pero de gran influencia): los judíos, favorecidos al principio por los musulmanes, por haberles ayudado en su invasión, con cargos importantes, sobre todo en medicina y en finanzas (también, ayer como hoy), pero que vivian separados de cristianos y musulmanes, tanto porque esto, en el fondo, les despreciasen, como por propia voluntad.
Y la gran mayoría de habitantes descendientes de los hispanorromanos que habían formado la masa de población bajo el reino visigodo, divididos en dos grandes grupos por razón de religión: Los muladíes, que mantenían su religión cristiana, estaban exentos de cualquier cargo importante y pagaban todos los impuestos, y los mozárabes, que habían abjurado de su religión para aceptar el Islam, algunos, muy pocos, por convencimiento, y la mayoría porque así pagaban menos impuestos y, en teoría, tenían los mismos derechos que cualquier musulmán (Aunque esto no era real).
Bien, estaba decidido, escribiría un libro sobre un representante de estos grupos sociales, aprovechando la documentación que tenía sobre la España musulmana, mucho más abundante que lo que se sabía del reino Asturiano en aquellos años (Y realmente sucedieron cosas muy interesantes y novelescas), aunque eso me alejaba de la idea original de una trilogía. ("La caja de las Ágatas" no estaba abandonada, solamente pospuesta). Con mi obsesión por el orden y la simetría, concebí una historia en W (Cinco novelas, tres referidas a personajes importantes, reyes preferentemente, de gran tono épico, del reino de Asturias, y dos intercaladas, de nivel menor, que narrasen a personajes corrientes de la España musulmana: un muladí y un mozárabe), y me puse manos a la obra.
Como contaré en otra entrada.

24 de julio de 2010

Temas actuales

Abandonamos por un momento la narración de cómo se fueron gestando mis novelas para contar asuntos de actualidad. Ayer, viernes 23 de julio, pedí auxilio en mi entrada habitual en el blog para conseguir datos sobre el saqueo de Lisboa por Alfonso II. Y, para mayor difusión, copie la entrada y se la envié por e-mail a todos mis contactos. (Bueno, no sé si lo conseguí pues soy muy torpe en el uso de Internet, así que si alguno no lo ha recibido, que no se lo tome a mal.) Inmediatamente, dos de ellos, Javier Serra y María de Lombas me contestaron aportándome datos. (Lástima que lo hicieron a mi correo en vez de editar comentarios en el blog, lo que les hubiera hecho ganar el premio prometido). María me remitió a "La conquista árabe" de Roger Collins y Javier a la "Crónica Albeldense". Ambos libros ya los tenía y había utilizado anteriormente, pero ahora estoy de vacaciones en Torre del Mar, Málaga, y, obviamente, no he traído conmigo toda mi biblioteca. Pero al abrir el "link" (¿Se dice así?, me suena de algo)de Javier se iluminó una luz en mi memoria. Cuando, hace más de diez años, buscaba algo sobre ese tema para encabezar el correspondiente capítulo, había llegado a ese mismo sitio. En las crónicas no se decía nada sobre ello, pero en una nota a pie de página, el autor nos decía que las noticias sobre dicha conquista estaban en "Carlomagno y el Reino Asturiano" de Eginardo, según estudio de Marcelin Defourneaux. Lo recordé al instante, aunque, erróneamente, en el blog había citado a "Carlomagno", según Wilcario, obispo de Sens, lo que había, a su vez, motivado que María de Lombas me remitiese a escritos de ese personaje, de veinte años antes de la conquista de Lisboa y que también había aparecido en las páginas de mi novela anteriormente, de ahí mi error.
Bueno, también recordé que, en esa época (hace diez años) había intentado buscar algo de Eginardo, sin conseguirlo. Como mi opinión sobre mis habilidades de internet es muy pobre (Con todo fundamento), decidí volver a intentarlo. Esta vez, bien porque en este tiempo la documentación en Internet haya mejorado, bien porque no cometí los errores del pasado, a la octava o novena intentona encontré una página que me permitió descargar la crónica de Eginardo y, como no es demasiado extensa, procedí a leerla. Luego la releí otra vez, y después una tercera. Porque en dicha crónica no se menciona para nada la conquista de Lisboa. Busqué después los libros de Marcelin Defourneaux, también sin resultado. Asi que sigo como hace diez años; no importa, como esta novela, si se publica, tardará algo, pues otras han ocupado su lugar, dejaré dormir otra vez el tema.
Pero como Javier me escribió un poquito antes que María (A las 12.02 por las 12.12; Casi hubo "foto-finish")y dio en la clave: "Eginardo", aunque no resolviera mi problema; como no quiero declarar el premio desierto, si nadie encuentra lo que necesito de aquí a Septiembre, a la vuelta de las vacaciones le declararé ganador y le daré el libro prometido. (Aunque me consta que ya lo tiene, siempre puede venir bien para algún regalo para ese pariente al que no se sabe que hacer con él)
Y volveremos mañana a la historia de mis novelas

23 de julio de 2010

La Cruz de los Ángeles (Final)

Hay una cosa para la que reclamo la ayuda de los que me lean. En mi primera novela, "Pelayo, Rey", iniciaba cada capítulo con una cita de las Crónicas Asturianas, de las musulmanas o de cualquier otro libro, que tuviese relación con lo relatado en él. Me pareció una buena idea (La había observado en algunas d elas novelas que había leído y me pareció interesante.) Naturalmente, si escribía una serie, había que mantener ese estilo. En esta segunda novela me costó bastante más, porque había menos datos; pero para uno en concreto no encontré nada. Se trata del saqueo de Lisboa por las tropas de Alfonso II, del que hay constancia ya que envía parte del botín como regalo a Carlomagno. Pero las crónicas asturianas no recogen este hecho (mucho menos las musulmanas, que relatan con todo lujo de detalles sus victorias y pasan de largo sobre las derrotas), así que no sé de donde lo sacó Sánchez Albornoz, aunque creo que es de una crónica escrita por Wilcario de Reims.
Dado que están (aún) desiertos los premios prometidos de un ejemplar de "Pelayo, rey" dedicado al primero que edite un comentario en el blog, y otro al que me señale algún gazapo o falta de ortografía que se haya escapado a las múltiples revisiones de ese libro, añado otro, y mi agradecimiento expreso en las notas al pie, a quien me proporcione algún dato con el que pueda confeccionar ese preámbulo al capítulo.
(Pienso copiar lo anterior y enviárselo a todos mis contactos, a ver si alguien se anima)
Bueno, siguiendo con "La Cruz de los Ángeles", y para terminar, recorrí los mismos pasos que con la anterior: Tres copias a mis tres correctores de confianza, comparación y nueva redacción, maquetación (Esta vez lo hice yo solo, así salió), impresión y encuadernación en folios a canutillo, inscripción en el Registro de la Propiedad Intelectual, y colocación en mi estantería. Allí sigue.

22 de julio de 2010

La Cruz de los Ángeles (yIII)

Hoy estoy lanzado, y quiero terminar ya con mi segunda novela, así que voy a editar ya la segunda entrada del día para cerrar el tema.
Pero antes debo comentar algo que olvidé de la segunda parte. En esa época tiene lugar una controversia religiosa entre el primado de España, el obispo de Hispalis, Elipando, y el monje Beato de Liébana, acerca de la herejía adopcionista. Como Beato participa en la trama de la novela, (En un momento certificable, el ingreso, voluntario o no, en un convento de la reina viuda, Adosinda) tenía que contar esta herejía, e intentar simplificarla y hacerla comprensible para el lector no familiarizado con el tema. Pero es difícil contar de manera sencilla algo tan complejo. Me temo que haya quedado demasiado farragoso.
Volviendo a la tercera parte de la novela; fue importante la relación que el pequeño reino asturiano tuvo con el Imperio de Carlomagno. Así que en esta parte, además de los capítulos intercalados que contaban lo que ocurría en la España musulmana, con las luchas entre las diferentes facciones que tanto ayudaron a la supervivencia de los cristianos de Asturias, tuve que hacer algunas incursiones en lo que sucedía, entretanto, en el reino de los francos, introduciendo a dos familiares de Carlomagno (No olvidemos que, según algunas fuentes, Alfonso II casó con la princesa franca, Berta, lo que no tuve demasiados inconvenientes en aunar con su castidad), altos, guapos, con elegantes vestiduras y buenos orfebres.
También recurrí a la famosa leyenda de Roncesvalles y Bernardo del Carpio. Aquí sí que tuve problemas. Bernardo fue el vencedor de Roldán en Roncesvalles, pero según el romancero, era hijo ilegítimo de la princesa Jimena, hermana de Alfonso II y del conde Sancho Díez. Como Jimena aún no había nacido, o, a lo sumo, era una niña pequeña cuando la batalla de Roncesvalles, debía decantarme por una u otra versión, lo que me fastidiaba, pues ambas encajaban perfectamente en mi trama. Así que decidí conservar ambas, haciendo que existieran dos Bernardos, uno (el hijo ilegítimo de Jimena, cantado en los romances) sobrino del otro, (El de Roncesvalles) y suponiendo que los cantores de gesta posteriores confundirían las aventuras de ambos. Me pareció una solución inteligente, aunque hasta ahora no había leído nada acerca de esa imposibilidad temporal.
En la parte épica quedan los asaltos a Oviedo por parte de las tropas de Abderrahmán y la desesperada defensa, vencedora a la postre que hace Alfonso. Y la novela termina con la forja de la joya que le da título. La novela, pero no lo que quería contar, y como me voy extendiendo demasiado, lo dejaremos para mañana.

La Cruz de los Ángeles (II)

Acabada la primera parte, había que pensar en la segunda. Una época en que se suceden cuatro reyes (Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo). Los personajes principales, sin duda, Silo y Adosinda. Por su propia personalidad, sea la propia de ellos o la que yo, sin ningún fundamento, les he adjudicado. Y por ser los tutores del joven Alfonso, al que preparan para su protagonismo absoluto en la tercera parte. Dado que estos reyes no tuvieron hijos y que su pupilo, llamado "El Casto", obviamente, tampoco, ideé una justificación totalmente arbitraria, más que improbable, y casi absurda, pero que, de eso no cabe duda, es totalmente original y propia de un culebrón, que se desvela en esta parte, pero de la que hay pistas en la primera.
También, como nexo de unión entre las partes y con la anterior novela, actúan unos personajes imaginarios que serán la referencia de toda la serie y a los que, en forma de pequeño homenaje a mi pueblo que ya cité (Luanco, concejo de Gozón) convierto en los condes de Gozón. (Rodulfo, hijo de Julián, el co-proyagonista de "La Cruz de la Victoria", y su hijo mayor Teudis, éste sí es un personaje citado en las crónicas, aunque sin ninguna relación con lo que escribo de él)
Para mayor implicación de mis personajes inventados con los reales, hice a Silo hijo de Rodulfo (o no, según luego se verá) y así todo quedó en familia.
Y, cómo no, continuaron de manera más trascendentales, las historias de espionajes, traiciones e intrigas. Dado que alguien tenía que ser "el malo", adjudiqué, como hacen las leyendas, el infamante tributo de las "cien doncellas" a Mauregato, contra la opinión de los historiadores más serios.
Así quedaba todo preparado para que comenzase la tercera parte con Alfonso II como rey de Asturias.

21 de julio de 2010

La Cruz de los Ángeles (I)

La primera parte de esta nueva novela iba a estar dedicada al rey Fruela I; Este rey cuyo amor apasionado por la cautiva vascona, Munia (Sánchez Albornoz "dixit") tuvo gran influencia en el devenir del naciente Reino Asturiano. Entre los dos apelativos con que la historia ha distinguido a Fruela, "el cruel" y "el justiciero", me quedé con el segundo, pues por algo iba a ser el protagonista. Pero sin ocultar su carácter irrascible, aunque intentando darle una explicación. Había que introducir a su hermana Adosinda, darle una personalidad importante (Por su matrimonio con ella llegaría a ser rey Silo y, en la galería de retratos de los primeros reyes asturianos es la única reina que aparece retratada al lado de su marido), también aparecería este último, y habría que inventarse algo que justificase lo único que de él cuentan las crónicas ("En su tiempo hubo paz con los musulmanes por causa de su madre") y que tanto ha intrigado a los historiadores. Por supuesto que ese motivo y otras cosas acerca de él que, naturalmente, no revelaré aquí (Y, algunas, ni en el libro)son inventadas, improbables y, casi, absurdas,pero...¡Ah!, muy novelescas.
También tendrá parte importante el nacimiento del futuro Alfonso II y las circunstancias que lo rodearon, entre ellas, la fundación de Oviedo.
También pensé en introducir una trama de "espionaje" (Ya que había rivalidad entre dos potencias, el Reino de Asturias y el Emirato de Córdoba) absolutamente improbable, pero que me daría pie para hacer incursiones en lo que ocurria en la España musulmana en aquellos momentos, mucho más documentado que lo concerniente al Reino Asturiano
Y el final alcanzará tintes dramáticos, con el asesinato del hermano del rey, Vimara, a manos de un Fruela fuera de sí, y el ajusticiamiento del monarca por los nobles reunidos. (No desvelo nada, pues eso es histórico, aunque no el modo en que ocurre)
Un buen final para un libro, si no fuera porque la Historia continúa.

20 de julio de 2010

La siguiente historia

Bien, utilizando un símil ciclista (Estamos en pleno Tour), se había acabado una etapa (Eso creía yo entonces), pero no la vuelta. Le había cogido el gusto a eso de escribir y tenía cerros de documentación. Además, como ya dije, había tenido la idea de hacer una trilogía tomando como inspiración tres de las joyas de la Cámara Santa. Concluída la Cruz de la Victoria,le tocaba el turno a la Cruz de los Ángeles. Esta joya se había creado bajo el reinado de Alfonso II, así que ese sería el espacio temporal en que transcurriría mi novela. Acertadamente, porque Alfonso II, "El casto", con su largo reinado y con todo lo que de él había aprendido, especialmente en los libros de Sánchez Albornoz, iba a dar "mucho juego"
Repasando mis apuntes para hacer un esquema previo (Había decidido escribir de manera algo más "profesional"), me di cuenta de que había un personaje apasionante y que también era merecedor de que sus actos se novelasen: El rey Fruela I. ¿Podría aparecer él en la novela?; Sin ningún problema, Fruela era el padre de Alfonso II, durante su reinado se fundó el germen de lo que hoy es Oviedo, que el Rey Casto elevó al rango de capital del reino. La historia podía comenzar perfectamente con este rey.
¿Y entremedias? También había cosas interesantes. Una serie de reyes que alcanzan el poder tras intrigas o asesinatos (Aurelio, debido a que los nobles matan a Fruela por haber éste, a su vez, eliminado a su hermano Vimara), por matrimonio (Silo, por haberse casado con la hermana de Fruela, Adosinda), bastardos de origen incierto y poseedores, merecida o inmerecidamente, de fama denigrante (Mauregato), o monjes reciclados (Bermudo I, "el diácono")
Y, para finalizar, la vida de Alfonso II, los asedios de Oviedo por parte de las tropas musulmanas (Y, eventualemnte, la historia de la España musulmana, desde Abderrahmán I, fundador del Emirato Independiente, hasta su nieto Al Hakam I, tercero en la lista de los emires independientes de Damasco), y la leyenda acerca de los Ángeles-orfebres, credores de la Cruz que da nombre a la novela.
Tengo que confesar que, si hoy en día comenzase esta novela, no escribiría una sino tres,para dar la importancia debida a cada una de las partes. Pero en aquél tiempo me pareció una buena idea que este libro, parte de una trilogía, se dividiese a la vez en tres partes (No sé a que se debería esta predilección por el número tres) y me puse manos a la obra. ¿Cuál fue el resultado? Lo veremos en la siguiente entrada

19 de julio de 2010

Los segundos pasos

Descartada (aunque no agotada, pues es sorprendente la cntidad de editoriales que hay en España)esta vía, ¿Qué más se podía hacer? Intenté otro camino: Los concursos y premios literarios. No es que mi autoetima sea tan grande que piense que yo pueda merecer un premio. Soy consciente de mis limitaciones como escritor. Pero nada se perdía con probar. Durante un año envié copias de mi novela (Las que me habían devuelto las editoriales) a todos los premios de que tuve noticia en territorio nacional. El resultado era previsible. Con la diferencia de que en este caso, no siempre me devolvieron los originales. Y en los casos en que sí lo hicieron tuve que ir a recogerlos yo mismo. (Obviamente,abandoné los de fuera de Madrid).
Pero en los que recuperé, observé el mismo detalle que en los enviados a las editoriales. No habían sido ni siquiera hojeados.
Así que coloqué en mis estanterías los folios precariamente encuadernados con el mismo respeto que si se tratase de un libro y abandoné (también como objeto de este blog) a "La Cruz de la Victoria".
Afortunadamente, no de una manera definitiva.

18 de julio de 2010

Los primeros pasos

Al día de hoy llevo un poco más de una semana disfrutando de mis vacaciones en Torre del Mar - Vélez-Málaga, Málaga - (Ya se verá como el lugar de mis vacaciones tiene algo que ver en alguna de las sucesivas novelas) y voy al ritmo de una entrada diaria en el blog. Soy consciente de que es demasiado y corro el riesgo de hacerme pesado para los que entren en él, pero ya que lo hemos comenzado con unos quince años de retraso, habrá que intentar ponerse al día. Aún falta bastante para que mi novela "La Cruz de la Victoria" llegue a convertirse en el "Pelayo, rey" que habéis leído (O que, si no lo habéis hecho, váis a hacerlo enseguida, en cuanto podáis acercaros a cualquier librería a comprarlo - o estéis dispuestos a ganar el ejemplar que prometí al primero que publicase algún comentario - )
Bien, entremos en materia. Ya tenía el libro registrado. ¿Quién querría publicarlo? Acudí a mi biblioteca y confeccioné una lista de las editoriales que habían publicado alguna novela histórica. A cinco de ellas les envié por correo una copia del original, (Durante un tiempo fui un buen cliente de la casa de fotocopias que hay cerca de mi casa) y esperé respuestas. Eventualmente tuve algunas, (otras ni se molestaron) y todas estaban en la misma línea : "Una novela muy interesante, bien escrita, pero que, desgraciadamente, no entra en nuestros proyectos a corto plazo. No se desanime." o algo similar. Efectivamente, no me desanimé. Con los ejemplares devueltos y nuevas copias hice otra remesa de envíos. Naturalmente, con el mismo resultado. Y a una tercera serie le ocurrió lo mismo. Pero algo llamó mi atención. Mi novela estaba encuadernada en canutillo y era bastante voluminosa. Eso quería decir (Y lo había comprobado) que cuando se leía era frecuente que, aunque fuera ligeramente, se desencuadernase.
En consecuencia, en muchos de los casos (o, quizá, en todos) mi novela había sido rechazada sin llegar a ser leída.
Eso podía llegar a ser un consuelo.

17 de julio de 2010

¿Y ahora, qué?

Como ya dije, tenía mi novela ya impresa en folios encuadernados. Pero aún no estaba satisfecho. Las pocas opiniones que había recibido sobre ella (La mayoría se habían limitado a un escueto "Está muy bien") provenían de mis allegados. Quise saber más y, en una fotocopiadora cercana, hice tres copias que envié a tres personas de cuyos conocimientos y claridad de juicio tenía constancia. Ya les he citado en los agradecimientos de los ejemplares editados, pero quiero repetirlo aquí, porque se tomaron de manera casi profesional y exhaustiva el encargo. Se trata de mi hermano, Anselmo, al que ya nombré en una entrada anterior con la promesa de hablar de él más extensamente (Ya lo cumpliré), de mi amiga, Leonor Vázquez, y de mi amiga, Beatriz Molina, profesora de árabe en la Universidad de Granada. Todos ellos encontraron multitud de errores, gramaticales, ortográficos y de argumento. (Aunque, como siempre, se escaparon aún más)y con sus consejos, completé una nueva impresión suficientemente corregida. Bueno, había pasado (creía yo) ya suficientes filtros y estaba listo para darla a conocer. Pero si iba a estar al alcance de no sabía quién, debería tomar precauciones.
Ignoraba los pasos que había que dar, pero como comenzaba a considerarme "autor", me dirigí a la Sociedad de Autores con una copia bajo el brazo. Allí, en el precioso edificio que había admirado tantas veces desde fuera, un conserje me miró de arriba abajo sin ningún signo de respeto. "¿Una novela, dice?" - Comentó.- "Aquí solo estamos para cosas de música, cine y todo eso".
Me quedé de piedra. No me había esperado nada semejante. Pregunté adónde tenía que acudir, el ujier me dio a entender que eso no era asunto suyo y volví de nuevo a casa sin haber solucionado nada.
En aquellos tiempos no había Internet, pero eso no quiere decir que no hubiera recursos. Tardé más de lo que hubiera hecho hoy en día, pero me enteré (no recuerdo cómo) de que había un organismo llamado "Registro de la Propiedad intelectual" donde se podían registrar las obras para salvaguardarlas de un posible plagio (Mi orgullo llegaba a imaginar que alguien podía desear copiarme). Allí acudí al siguiente día y registré, sin dificultad, una novela llamada "La Cruz de la Victoria"
Y, a la vuelta, no pude resistirme a entrar en un bar y tomar una cerveza brindando por mí mismo. ¡Ya era un autor!

16 de julio de 2010

Los viajes

Había quedado en escribir hoy acerca de lo que hice con aquellos folios encuadernados que eran, entonces, mi novela. Pero se me están quedando muchas cosas en el tintero (Deberia decir el teclado) y vamos a actualizar algunas antes.
Ya he dicho que, para estar preparado a escribir, había pasado un año documentándome todo lo posible. (Si a alguien le parece exagerado tanto tiempo: un año para investigar, otro para escribir... que piense que no soy profesional de la literatura, sino que tengo mi trabajo - aprovecho para decirlo, si es que no lo he hecho antes, profesor de Educación Física en el colegio Santa María de los Rosales, de Madrid - y solo puedo dedicarme a mis afición en mis ratos libres). Pero no bastaba con leer documentos, por precisos que estos fueran; había que decidir en qué lugares iba a tener lugar la acción y describirlos. Como entonces aún no existían el "google earth", "google maps" ni similares, estaba limitado a los atlas, de los que dispongo de una buena colección, guías de carreteras, planos y cosas así. Obviamente no era suficiente y había cosas que necesitaba ver "in situ". Así que realizé un buen número de vijes durante esos dos años; unos, aprovechando mis habituales desplaamientos a Asturias, y otros "ex-profeso". Sin pretender ser exhaustivo, recuerdo un par de ellos a la zona de Proaza, entrando o saliendo de Asturias por el Puerto Ventana, en vez de por Pajares o el Huerna, ya que esa era la vía natural de comunicación de Asturias con la meseta en aquellos tiempos (Sánchez Albornoz "dixit"); Por allí, aparte del lugar de comienzo y final de mi novela, había sitios tan sugerentes como la "senda del Oso", el desfiladero de "Piedras Xuntas" y el mismo "Puerto Ventana", que usé, no solo en esta novela sino en las que la siguieron. Desde Luanco fui a Oviedo, en la visita ya narrada anteriormente a la Cámara Santa y al resto de la ciudad, lo que me sirvió, también, fundamentalmente, para las sucesivas historias (Oviedo no existía aún en los tiempos de Pelayo - sí Lucus Asturum, la actual Lugo de Llanera, pero allí no conseguí encontrar nada - pero tiene intervencion esencial en lo ocurrido poco después). Y también, un par de veces, a Covadonga (¡Como no! Es imposible visitar a la Santina sin sentirse lleno de inspiraciones) y a los Lagos, aprovechando para, de camino, echar un vistazo al Sueve y al Piloña (¿Cómo hubieran podido, en ese humilde río, ahogarse los perseguidores de Pelayo, según cuenta la leyenda? Pero había que describirlo y así lo hice. Al fin y al cabo, hace más de mil años, las cosas eran diferentes). También me llegué hasta Potes, en la Liébana, y subí al funicular de Fuente Dé para dar un pequeño paseo al otro lado de los Picos de Europa.
Y fuera de Asturias, varias visitas a Toledo. (Había que ver Santa Leocadia, pensar dónde estaría el Palacio de los reyes godos, ver las murallas... etc.) y, cómo sitio más lejano, un viaje hasta Arcos de la Frontera para ver posibles sitios de la batalla del Guadalete.
En fin, unos años bastante movidos

15 de julio de 2010

El título

Otro de los muchos incisos que tendre que ir introduciendo (consecuencias de hacer las cosas sin un esquema previo). Estamos hablando de mi novela "Pelayo, rey", pero hasta ese momento, y aún hasta bastante después, mi novela se llamaba "La Cruz de la Victoria". ¿Por qué? ¿No iba a ser una historia novelada sobre don Pelayo?
Sí, en efecto. Pelayo era el "heroe" sobre el que iba a basarse la novela, pero en cuanto al titulo, no había pensado seriamente en ello. (Recordad que ni siquiera sabía si era capaz de escribir algo).
Durante las muchas investigaciones que realicé antes de ponerme a escribir (Y eso es algo que también tendré que contar en algún momento), tuvo especial interés una visit a la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. Allí pude admirar muchos tesoros, pero tres de ellos llamaron especialmente mi interés: "La Cruz de la Victoria", "La Cruz de los Ángeles" y "La Caja de las Ágatas". En algún momento, bien mientras me documentaba para la novela o mientras la escribía, no recuerdo bien, decidí convertirla en una trilogía, con cada una de las tres joyas dando nombre a cada uno de los volúmenes. En su momento se verá qué pasó con esta idea.
Otro motivo me animaba a denominarla asi: Como los que me conocen saben, y los que lean estas líneas se están enterando ahora, mi familia es originaria de Luanco, capital del Concejo de Gozón, Asturias. (Allí nació mi padre y la mayor parte de mis antecesores; yo no, aunque me hubiera gustado, por motivos que, quizá, también se verán en este blog). En el escudo de Gozón figura la Cruz de la Victoria y hay unos versos, que aprendí de niño, grabados en uno de los edificios emblemáticos de Luanco ("La torre del reloj"), que dicen:
"Gozo de un eterno don
del que siempre habrá memoria;
Pues la Cruz de la Victoria"
se labró dentro Gauzón."
Por eso me decidí a titularla así, y así consta en esos ejemplares impresos "in folio" y rudimentariamente encuadernados que (¡Esos sí!) aún conservo con cariño. Y también en los registros legales de los que hablaré en la próxima entrada.
Sin embargo, para todo el mundo se trata de "Pelayo, rey"

La primera impresión (del verbo imprimir)

Bueno, yo había concluído mi tarea poniendo la palabra fin a mi historia. En realidad lo que escribí fue : "Esto no fue el FIN, sino el PRINCIPIO", dando a esta frase dos interpretaciones: Que cuando Pelayo concluyó su tarea expulsando a los musulmanes de Asturias, lo que hizo fue el comienzo de algo mucho más importante, la Reconquista de todos los territorios perdidos; y que esta novela no era más que el comienzo de una serie. (De eso hablaremos en próximas entradas). Sorprendentemente, los editores mantuvieron esa cursilería y así figura en los ejemplares publicados. A ver si se cumple.
Pero estaba diciendo que había acabado mi tarea y, con escepticismo, ví sus frutos: Tres "disquettes" (No cabía en uno solo, así que grabé uno por cada parte en que, a posteriori, había distribuído la novela) en los que estaba guardada toda la historia. No hace falta que diga que mi ordenador no podía grabar CDs, que en aquella época casi no se usaban - Ni imaginarnos los "pen" y demás inventos posteriores-
Creía, y aún creo en estos tiempos, que la auténtica lectura, para ser gratificante, tiene que hacerse gracias al papel escrito (¡Qué placer pasar las hojas intentando adivinar, mientras lo haces, qué sorpresa te deparará la página siguiente!), y en ese formato tenía que ver mi novela. Pero mi vieja impresora hubiera tardado una eternidad en hacerlo, o se hubiera quemado antes. Sin contar con que acerca de encabezamientos, márgenes, tipos de letra y todo eso que creo que se llama maquetación, tenía aún menos idea que de escribir. Pero siempre he sido afortunado y vinieron en mi ayuda unos amigos. Paco Suárez por un lado, y el matrimonio formado por Tomás y Elena por otro, utilizaron las impresoras de sus oficinas, sus horas de trabajo y, según creo, el de varios compañeros suyos para conseguirme dos ejemplares, uno encuadernado en espiral y otro en canutillo, con las páginas numeradas, los capitulos correctamente comenzando página y todas esas cosas. (No creo que sus jefes lleguen a leer esto, espero). Los miré y di un respingo. Aquello comenzaba a parecerse a un libro. Pero aún faltaban cosas por hacer, que veremos en próximas entradas.

14 de julio de 2010

Las opiniones

Naturalmente, a quien primero se lo enseñé fue a mi mujer. "¿Qué te parece?" Le pregunté, aunque esperaba (o me temía) la respuesta; "Muy bien, sigue". ¿Pero qué tengo qué corregir o mejorar? - insistí - "Está todo muy bien" - Fue la única respuesta que conseguí, tanto entonces, como respecto al resto de mis escritos hasta el día de hoy. Si quería críticas, tendría que buscar en otro lugar.
En aquél tiempo, mi hijo, en sus primeros años en la Universidad, cambió de ordenador y yo heredé el antiguo suyo; un, para entonces aceptable 386. Con él descubrí lo irrelevante que era algo que, hasta entonces, me causaba infinidad de problemas: equivocarme. Se podía borrar, corregir, cambiar de lugar... ¿Cómo alguien había podido escribir algo hasta ese momento? Con la ayuda de ese aparato incomprensible, maravilloso y, a veces, diabólico, y con una impresora adquirida al efecto (Un artefacto enorme y que iba a la misma velocidad que cualquier mecanógrafo experto) pasé a folios legibles y bien estructurados los apuntes a bolígrafo en que había consistido, hasta entonces, mi intento literario. (Y, como ya dije antes, irreflexivamente, los destruí.) Luego hice un par de fotocopias y se los entregué a varias compañeras del colegio pidiéndoles su opinión. Sé que se me olvida alguien, pero no quiero dejar de citar a Carmen Muñoz (q.e.p.d), Mª Gracia Enciso y mi actual directora, Pura Sotillo. Todas se tomaron el trabajo de leerlas, y, las dos últimas, en su calidad de profesoras de lengua, de corregir mis faltas de ortografía. ¿Faltas de ortografía? Sí, y no pocas.
Algo aprendí en esa primera experiencia. Me considero una persona con una aceptable cultura gramatical (Aunque hice el bachillerato de ciencias, todos los que estudimos en esa época, sabemos lo exigentes que eran nuestros profesores acerca del uso correcto del idioma, afortunadamente para nosotros). Me precio de no cometer demasiadas faltas, al menos cuando escribo a mano. Pero con el uso del teclado la cosa cambia. No todo iban a ser ventajas. Es muy fácil que el dedo se equivoque de tecla, o que no la apriete con la presión necesaria para que se imprima, o que la prisa nos haga pasar algo por alto, o, por supuesto, que cometamos errores. Ambas profesoras encontraron bastantes (y no necesariamente los mismos). Una vez corregidos (para eso sí que sirve el ordenador) me dispuse a seguir. Aunque eso no quiere decir que no se escapase aún alguno. Entonces no se usaban aún los programas correctores gramaticales, pero aún ahora que se usan normalmente,se escapa algún error. En mi novela publicada, "Pelayo, rey", en su 3ª edición, que ha pasado por infinidd de filtros, míos y de profesionales, aún queda alguno. (A ver si algún lector demuestra su agudeza y me lo señala)
Bien, acabado el primer capitulo, mis personajes me urgían (sí, eran ellos los que querían seguir actuando) a que continuase pasando al papel sus aventuras. Y tengo que hacer un esfuerzo para no seguir contándolas aquí. Pero a este respecto me recordaré a mí mismo una pequeña broma que usé en una de mis presentaciones para hacerlas más amenas. Llegado a éste mismo punto, me paré en seco, miré a nuestro distribuidor para Asturias (que no estaba en el "ajo", por lo que casi se cae de su silla del susto)y le dije: "Sí, sí, ya sé, Javier, deja de hacerme señas" y luego, dirigiéndome al resto del público: "Disculpen ustedes; ese señor que está ahí, y que es nuestro distribuidor, me dijo antes de que comenzara esta presentación: - Sobre todo, Pablo, contrólate, no vayas a contar toda la novela, que te conozco; el que quiera saber lo que pasa, ¡Que la compre!"
Así que, si alguien me lee ahora (Difícil)y no conoce la novela (También difícil), que se aplique el cuento

13 de julio de 2010

El comienzo

Después de todo lo que he ido contando en anteriores entradas, había llegado el momento de comenzar a escribir. Tengo que confesar que entonces (Y, posiblemente, ahora) no tenía la menor idea de las técnicas o de los modos de escribir una novela. Pero después de la primera, y en todas las demás, aun no publicadas, he meditado muy bien lo que quería contar y cómo hacerlo, he hecho un ligero esquema, etc. No así en "Pelayo, rey". Cuando me encontré preparado para comenzar, solo tenía una relación de leyendas (las más, falsas, cuando no irreales) que pretendía introducir en la trama, lo que al final, hice en algunos casos y en otros no; y una vaga idea de que tenía que contar la vida de Pelayo desde el principio. Había una fecha clave, 711 d.C., el año de la invasión musulmana. Para esa fecha Pelayo ya tenía que haber desempeñado algún cargo de importancia en la corte, pues había decidido aceptar la teoría de que había participado en la batalla del Guadalete como espatario de Rodrigo. Otro dato, cuando el padre de Pelayo, Favila (Nombrado en la novela con el nombre de "Fáfila", derivado del auténtico en latin, para así distinguirlo del futuro nieto) muere a manos de Witiza, quien aún no es rey (Primera de las leyendas introducidas), nuestro héroe, así lo pensé, debía ser un adolescente. (Como niño, no habría podido correr aventuras en su huída; como hombre, aparte de no quedar muy bien que se escondiese, sería demasiado mayor en la fecha de la batalla de Covadonga - el año 722 d.C., si seguimos a Sánchez Albornoz-)
No lo dudé más. Pelayo tendría quince años en la fecha de la muerte de su padre, el año 700 d.C (Si redondeaba, tendría menos dificultades al sumar para averiguar las demás fechas). La novela comenzaría cuando el joven recibiera la infausta noticia, y a partir de ahí tendría que tomar decisiones. La acción se situaría en algún valle cercano a Proaza, para dar a la novela una estructura cíclica, (Después de Covadonga, las fuerzas musulmanas acampadas en Gijón se retiraron de Asturias y fueron aniquiladas en ese mismo lugar, según otra de las leyendas) terminando donde comenzó. (Ya explicaré en otra entrada por qué hubo que cambiar esos planes, que, en su momento, me parecieron originales y bonitos).
Me imaginé a Pelayo esperando el retorno de su progenitor, matando el tiempo entrenando con su amigo Julián. Con espadas y escudos de madera, por supuesto, ya que aún no eran guerreros. Pensé en un claro del bosque,(Un poco antes había pasado en coche por la zona para hacerme una idea y me pareció apropiada), en los dos jóvenes frente a frente, y me puse a escribir. (¡A bolígrafo y en folios cuadriculados! Lamento no haberlos guardado)
En ese momento, y vuelvo a citarme en algunas de las presentaciones, "los personajes parecieron tomar vida propia". No podía dejar de escribir, aunque no tenía ni idea de lo que vendría en el párrafo siguiente. Lo aseguro, no era yo quien llevaba la iniciativa, sino la propia acción la que se iba desarrollando inevitablemente.
Cuando me di cuenta, había terminado el primer capítulo. Lo releí, sorprendido (¿Yo había escrito "eso" realmente?) y me gustó. ¿Le gustaría a alguien más? Tendremos que esperar a la siguiente entrada para averiguarlo.

12 de julio de 2010

Los personajes

Tomamos de nuevo el hilo de la génesis de la novela que da título a este blog.
Después de un año de investigaciones ya creía haber comprendido cómo era el mundo en que se iban a mover mis personajes, pero... ¿Quiénes iban a ser éstos?
Sin duda, el protagonista absoluto sería don Pelayo, "El héroe". Poco se sabía de él, así que eso me dejaba libertad para inventarme el resto, siempre que fuera coherente. La mayor parte de los historiadores (Con algunas notables excepciones) estaban de acuerdo en que había sido un miembro de la nobleza de los godos, incluso (aunque esto podría haber sido una exageración posterior)emparentado con una de las familias que se habían disputado el trono en los últimos años. Bien, aquí tenía, además, la representación de uno de los grupos étnicos de que hablé en la entrada anterior y la excusa para describir la corte de Toledo y sus intrigas.
No hay héroe que se precie sin heroína ni novela de aventuras sin su parte romántica. De la mujer de Pelayo, Gaudiosa, solo conocía su nombre escrito en una urna funeraria (Y además, de fabricación muy posterior a los hechos que iba a relatar) Sin ningún fundamento la imaginé perteneciente a una de las tribus astures que vivían de forma semindependiente en las montañas, y así daba representación a otra de las etnias que vivían en Hispania y creaba un motivo para la adhesión posterior de los astures a nuestro protagonista (Pero de ésto no fui consciente hasta después de terminada la novela)
Y, por último, también todo héroe necesita un compañero de aventuras (¿Cómo, si no, escribir los diálogos?), un "alter ego" que le complete en aquellas cualidades que no son su carácterística principal (Reflexión ante impetuosidad, humildad ante orgullo, etc). No tardé mucho en imaginármelo, un joven de su edad, hijo de su administrador (Para hacer compatible la amistad con la devoción) y perteneciente al grupo mayoritario de los habitantes de la Península: los hispanoromanos.
Bien, ya tenía los personajes principales. Los demás los iría introduciendo según lo demandase la historia. Ahora tocaba, y eso lo veremos en la siguiente entrada (me prometí a mí mismo intentar ser más breve y conciso), elegir el momento en que la historia iba a comenzar.

La Tesis

Vamos a hacer un paréntesis en estos relatos sobre como se gestó la novela "Pelayo, rey", intentado romper la monotonía y hacerlos, si es que se puede, un poco menos aburridos; a la vez me hago a mi mismo la promesa (que casi seguro no podré cumplir)de intentar ser un poco más ameno y menos pesado.
Aprovecho también para hacer un ruego a los que lean (o leen, porque tengo constancia de que alguno hay)este blog. Me divierte, por supuesto, escribir acerca de mis vivencias, y recordar todo lo que acompañó a la génesis de esta "opera prima"; pero sería mucho más interesante, para mí y para todos los que accedan a ella, que se hicieran comentarios que pudieran dar lugar a la polémica y/o a la controversia. ¡Ánimo! Y al primero que colabore le prometo un ejemplar dedicado.
Y por fin, vamos con el título de esta entrada. Toda aportación literaria tiene en sí misma una tesis. Relevante o intrascendente. Explícita o sobreentendida. ¿Cuál es la que podemos encontrar en "Pelayo, rey"? ¿Por qué el Reino de los Godos se derrumbó tras una sola batalla como un castillo de naipes? (Sí, ya sé que el ejemplo está extremadamente manido, pero estoy escribiendo con algunas prisas y tengo que sacrificar la originalidad)¿A qué se pudo deber que los musulmanes conquistasen con tanta rapidez las nueve décimas partes de la Península? o ¿Cuáles serían las causas de que durante setecientos años los reinos cristianos tuviesen como objetivo irrenunciable la Reconquista de las tierras perdidas tras el Guadalete? Todas estas están más o menos implicitas en la novela, pero hay una que es la principal, aunque no me dí cuenta de ello hasta varios años después de escribirla, cuando tuve que preparar las diferentes presentaciones que pude hacer: En la Península ("Hispania", o "el Reino Godo de Toledo" como se quiera denominar) convivían en aquellos primeros años del octavo siglo tres etnias bien diferenciadas: La minoría dominante, los godos descendientes de los que habían entrado desde más allá de los Pirineos hacía unos trescientos años; la mayoría hispanoromana, campesinos, artesanos e incluso grandes propietarios, gentes de toda clase y condición descendientes de las diversas tribus de distintos orígenes (Iberos, celtas...)que habían sido fundidas en un mismo crisol (Ya estamos otra vez con los ejemplos vulgares) por la cultura romana; y un cierto número de tribus que dependían nominalmente de Toledo, pero que mantenían una cierta semiindependencia aprovechándose de sus apartados y agrestes parajes (Astures, Cántabros, Vascones, etc.). Después de la invasión musulmana, al menos en el Reino de Asturias esas diferencias desaparecieron (Aunque hay historiadores que opinan que, durante un tiempo, aún existieron; y aprovecho para recomendar la excelente nvela de Fulgencio Argüelles, "Los clamores de la Tierra", sobre el reinado de Ramiro I, que mantiene esa opinión, diferente de la mía).
¿A qué se debió este cambio? Los historiadores expresan diferentes teorías sobre el tema, pero yo, que solo soy (o intento ser) un humilde novelista, hago que se deba (Y permitidme que me cite a mí mismo, en la presentación que hice en Libro Oviedo.)"a las dos grandes fuerzas que son los motores de la humanidad: El Amor y la Amistad"

10 de julio de 2010

los originales

Nos quedamos buscando los datos más antiguos y originales sobre don Pelayo y su época. Dada mi falta de experiencia en estas pesquisas fui continuamente dando palos de ciego. En algunos casos no sabía qué buscar. En otros ignoraba dónde encontrar los textos que necesitaba. Y muchos no sabía ni siquiera si existían. Así que recurrí a todas las ayudas posibles.
Un inciso. Cuando decidí ponerme a escribir una novela sobre Pelayo, se lo comenté en primer lugar a Begoña, mi mujer; En lugar de una exclamación de incredulidad, o una carcajada irónica, me sorprendió con un animoso: "Muy bien, adelante". Luego repetí la experiencia con mi hijo Pablo con los mismos resultados. Después de esas experiencias gratificantes, ya no tuve reparos en declarar mis intenciones a mis amigos y compañeros/as de trabajo, quienes me prestaron toda la colaboración posible.
En cuanto a las versiones de la parte cristiana, pronto me enteré que los documentos más antiguos sobre el tema eran las crónicas asturianas del siglo IX (escritas doscientos años después de los hechos): La "Albeldense" y la de "Alfonso III" en sus dos versiones, "Rotense" y "ad Sebastian". Una profesora de historia de mi Colegio, Marta López Ibor, me proporcionó un estudio de Gómez Moreno sobre estas crónicas y, posteriormente y dado que nuestra historia iba a comenzar en os tiempos en que aún existía el Reino Godo de Toledo, un compendio de dicho autor sobre los "Concilios Toledanos" que me resultó de gran ayuda para comprender los estilos de vida en esos tiempos. Al poco, Marta dejó de trabajar en el Colegio y le perdí la pista, pero, en el improbable caso de que lea estas líneas, sabrá que sigo estando agradecido.
Por la parte musulmana, comencé con la citas que tanto Dozy como Sánchez Albornoz hacían de sus escritos, especialmente del "Ajbar Machmua". Luego conseguí comprar un ejemplar del "Ibn Idari" y , gracias a las gestiones d emi hijo Pablo en su Universidad y de mi compañero de los deportes de los sábados, Sebas, en la de Alcalá, consegui extractos del "Al Makkari" y del citado "Ajbar Machmua".
Esto fue solo el principio y estos los documentos en que principalmente me basé para la comprensión de esa época. Luego vinieron muchos más, que no cito para evitar (un poco tarde) ser demasiado pesado. Tras un año de investigaciones y de tomar apuntes, me consideré capacitado para comenzar... pero dejemos eso para la próxima entrada

9 de julio de 2010

La información

Bueno, pues una vez tomada la decisión, había que ponerse manos a la obra. ¿Qué era lo que sabía sobre don Pelayo? Pues, poco más o menos lo que todo el mundo: que había derrotado a los musulmanes en Covadonga y poco más. Era necesario buscar información.
Primer paso: En los libros a mi alcance. (En aquella época, no tan lejana, aún no era común el uso de Internet. Es más, recuerdo que no tenía ordenador). Disponía, en las estanterías de mi biblioteca, de un par de Enciclopedias, dos "Historias de España" y una "Historia Universal" y recorrí sus páginas con avidez. Buscaba datos sobre el personaje y también, y quizá más necesariamente, intentaba conocer lo suficiente para comprender cómo era la vida en aquellos tiempos. Puesto que - Según yo lo veía entonces y lo sigo pensando ahora - las aventuras de nuestro héroe (No olvidar que quería escribir una novela) eran un puente desde el mundo del reino de los godos hasta los comienzos de la reconquista por el reino de Asturias, pasando por la invasión musulmana.
Una vez leídos y repasados todos esos tomos, eché un vistazo a las notas que había tomado. ¡Escasas! ¡Demasiado escasas! Si, algo más sabía sobre el tema (Y muy poco más sobre Pelayo), pero, a todas luces, insuficiente para escribir un libro.
Había que profundizar más. Ir a los especialistas. En la biblioteca del colegio en que trabajo pude consultar una obra de Claudio Sánchez Albornoz sobre los Orígenes del Reino de Asturias, y me quedé enganchado al instante, no solo por los conocimientos que el insigne historiador demostraba, sino y mucho más, por la pasión que ponía en todas sus tesis. Desde entonces lo consideré los cimientos esenciales para construir mi historia. (Un inciso. Una vez tomadas todas las notas que necesitaba, devolví el libro a la Biblioteca. Craso error. Cuando, años más tarde, quise volver a consultarlo para mis siguientes novelas, ya había desaparecido. Hubiera estado más seguro en mi poder. Posteriormente, y cuando ya lo creía descatalogado, encontré algunos ejemplares en el Museo de la reconquista de Cangas de Onís y me apresuré a comprar uno.)
Como me había enterado, por las notas al pie de ese libro, de las controversias de Sánchez Albornoz con otro historiador no menos insigne, R.P.Dozy. Busqué y encontré su libro "Historia de los musulmanes en España" y también saqué de él muchos e interesantes datos.
Pero me di cuenta que estos hombres sabios daban su versión personal de lo escrito muchos años antes por otros historiadores más cercanos en los tiempos a los hechos estudiados. Yo quería conocer esos escritos para formarme mi propia opinión
Había que ir a los orígenes.
Y eso queda para la próxima entrada.

8 de julio de 2010

¿Por qué?

Es una pregunta que me han hecho muchas veces y que yo también me hice, en su momento, a mí mismo: ¿Por qué un profesor de Educación Física (profesión que para muchos - equivocadamente, por supuesto - está reñida con inquietudes culturales o intelectuales)y ya de edad madura, de repente, siente la necesidad de ponerse a escribir?
Le respuesta es, como casi siempre, un cúmulo de circunstancias: Una niñez dedicada a la lectura (mi padre tenía una biblioteca bien provista y yo disfrutaba mis vacaciones en una casa alejada del pueblo con lo que pasaba horas leyendo todo lo que podía), una predisposición genética (Mi tío carnal, Anselmo Vega Artime, fue un poeta modernista de cierta fama - ya hablaremos de él en otra ocasión - y mi hermano mayor, Anselmo Vega Junquera, también ha tenido como "hobby" - antes decíamos "violin de Ingress" - escribir con frecuencia - también dejo para más adelante una relación de sus escritos -), una afición constante a la "novela histórica", un orgullo apasionado de mis raíces asturianas y, en fin, un momento de mi vida que, por varias razones, tenía tiempo para estar a solas en mi despacho y con mis libros.
En aquel tiempo (Hace unos quince años, ya se ve lo atrasado que está este blog y lo que tendremos que trabajar para ponerlo al día)me apeteció leer alguna novela(más entretenida que un ensayo) sobre nuestro "Héroe nacional", Don Pelayo y, por más que busqué no encontré ninguna (Actualmente, que yo sepa, hay ya publicadas, además de la mía y - importante - después de ella, dos novelas y un ensayo, y, si hubieran estado editadas ya, la historia hubiera sido diferente).
Entonces, una idea brotó en mi mente (supongo que, en esas fechas, bastante desocupada): ¿Por qué no llenar ese vacío? ¿Por qué no escribirla yo? ¿Sería capaz? La respuesta solo vendría después de intentarlo. Y para eso tendremos que esperar a otra entrada en el blog

7 de julio de 2010

El principio

¡Hola, amigos!
El objetivo de este blog es difundir y compartir el por qué de mi actividad como escritor, debatir sobre mi libro "Pelayo, rey" (ünico editado hasta el momento) e ir adelantando noticias sobre los posteriores, que abarcan la época en que el reino de Asturias fue el principal exponente de la resistencia frente a los invasores musulmanes, desde el fin del reino de los godos, hasta el traslado de la capital a León. Tampoco es ajeno al objetivo de este blog todo tipo de controversias sobre esos primeros años de la Reconquista y, ¿porque no?, hablar sobre otras de mis novelas de diferente temática cuando sean publicadas o, incluso, antes de eso.
Expresada esta declaración de intenciones, dejamos aquí la intervención para en una próxima ir entrando en materia. Un afectuoso saludo a todos los que vayais entrando y compartiendo estas líneas.
Pablo Vega