1 de agosto de 2010

Las presentaciones

Retomamos el tema que dejamos pendiente ayer, el de las presentaciones, comenzando, como es lógico, por la primera, en Oviedo.
Como ya he dicho, era puente, así que aproveché para viajar a Asturias con mi mujer y mis amigos Tomás y Elena (ya hablé de ellos cuando estaba haciendo las primeras fotocopias) un par de días antes, arreglar algunas cosillas en mi casa de Luanco y hacer una visita a la Santina. Para todo asturiano Covadonga es un sitio especial, y para los que no lo son, no creo que pueda explicarlo. Después de rezar en la Cueva, fui a ver el Museo y entregué un ejemplar de mi libro (De los cinco que me había proporcionado la editorial, uno fue para mi mujer, otro para mi hijo, otros tres para los que más me habían ayudado, uno más para el Príncipe de Asturias, de quien fui profesor cuando estudió en nuestro colegio, y éste para la Virgen. Ya sé que no salen las cuentas, tuve que pedir dos más de los que, por contrato, me correspondían). El encargado del Museo soportó con total amabilidad e incluso creo que le hizo ilusión la entrega, me hizo firmar en el libro de honor, no el de todos los visitantes, sino uno mucho más grande que sacó de su oficina, al lado de ministros, obispos y S.A.R. y yo, en resumen, sentí que me derretía de satisfacción.
Al día siguiente, estaba a la hora y en el lugar fijado, esperando distinguir a los que esperaba. Con Jesús Pueyo, el distribuidor, no tenía ninguna duda. Llevaba un ejemplar de la novela en la mano. Concepción, la presentadora, nos reconoció por lo mismo. Se trata de una mujer simpática, joven y muy alta, que cogió el libro en las manos y lo hojeó brevemente. Parecía tranquila, aunque luego me confesó que, por dentro, estaba muy nerviosa. Era la primera vez que iba a hacer una presentación, de un escritor al que no conocía en absoluto y de un libro que no había tenido tiempo de leer. Debo decir que salió del aprieto con notable. Sentado en el estrado yo la miraba de reojo mientras, asombrado, escuchaba como decía maravillas acerca de mi libro y de mi persona y pensaba que no había nadie en la sala que no se estuviera dando cuenta de todo aquello no era más que una sarta de invenciones. Pero si así fue, no se notó. Hubo aplausos, primero para ella, luego para mí, mucho más nutridos, cuando les solté un rollo sobre la situación histórica de España en aquellos tiempos y los motivos que me habían llevado a escribir una novela acerca de ello. Y eso que mi hermano y sus hijas eran los únicos familiares que habían acudido a apoyarme incondicionalmente. Firmé bastantes ejemplares y me volví a Madrid con la sensación de que me estaba convirtiendo en un escritor.
Después de aquella primera presentación vinieron otras, en la Casa del Libro, de Gijón, presentado por mi hermano Anselmo; en el Centro Asturiano de Madrid, con la amable colaboración de su presidente, don Cosme Sordo Obeso, y en la Casa de la Cultura, de Avilés, organizada por “La Nueva España” y de nuevo con la presentación de Concepción Landeira.. Esta última coincidió con la boda de los Príncipes de Asturias y, en mi calidad de vecino de Madrid y de antiguo profesor de S.A.R. don Felipe, me invitaron a ir a los estudios de Teleavilés para comentar la ceremonia en directo. Luego en el Fnac de Oviedo, para la que solicité la presentación de mi buen amigo, el profesor Juan Cueto y en el de Madrid, en el que tuve el honor de tener como anfitrión a Luis Alberto de Cuenca, ex – Secretario de Estado de Cultura. Por último, la Feria del Libro de Madrid, con la sensación de firmar ejemplares a gentes que eran unos perfectos desconocidos, y la indescriptible sensación que me produjo el que alguien que había comprado el libro el día anterior, volviera solamente a decirme lo mucho que le había gustado.

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