Como
anuncié en mi página de Facebook, Pelayo, rey, voy a publicar aquí unos breves
resúmenes de capítulos que puedan servir para ir viendo las diferencias
(algunas) que hay entre ambas edacciones de La Cruz de los Ángeles. La que ya
conocen y está publicada, y la nueva que he redactado.
Comencemos
por el cambio más importante. La relación entre Adosinda y Silo:
En el
primer capítulo del libro ya publicado:
“Al entrar en su palacio, una edificación
apenas algo mayor que las demás de la villa, Fruela se vio asaltado por un
torbellino azul de doradas trenzas. Riendo estentóreamente, el corpulento
monarca hizo girar en el aire a su hermana menor, Adosinda, una niña de unos
trece años de edad, que se había precipitado a recibirle.
─¡Por fin has llegado! ─exclamó la
muchacha─ Galinda no me ha dejado salir a recibirte. Dice que no es propio de
una princesa. Pero yo no podía aguantar más. Se me ha hecho eterno el tiempo
desde que te fuiste. Esta casa es muy aburrida sin tí.
─¡Vamos, Adosinda! -la reprendió su hermano
Vimara, que había penetrado tras el primogénito─. ¿Cuándo aprenderás a
comportarte como una mujer? ¿Es que nunca vas a crecer?
─¡Oh! ¡Cállate! Siempre estás regañándome
─protestó la joven.
─Déjala, Vimara ─concedió el monarca─. Es
natural que nuestra hermana pequeña se alegre de vernos, ya tendrá tiempo de
compartir nuestras preocupaciones.
─Tú siempre le consientes todo ─objetó,
malhumorado, el hermano menor, mientras Adosinda le sacaba la lengua─. Cuando
acabes de jugar con ella quizás tengas tiempo para venir al salón. Habrá que
comunicar a los nobles el resultado de nuestra campaña ─concluyó, dirigiéndose
hacia una gran puerta de roble que cerraba la estancia.
─No olvides que soy el rey ─le contestó
Fruela─. Hablaré a los nobles cuando me plazca. Tengo que ocuparme de otras
cosas antes.
─”Sí” ─masculló en voz baja Vimara
mientras salía─. “Después de tontear con esa niña malcriada, querrás ocuparte
de intentar impresionar a esa cautiva a la que no has quitado ojo durante todo
el camino. Bueno, hermano, diviértete todo lo que quieras, pero procura que eso
no te distraiga de los deberes del reino, o tendremos problemas”.
─Díme, Fruela ─continuó la muchacha sin
prestar atención al que salía─, el joven Silo, ¿Qué tal se ha portado en la
campaña? ¿Ha realizado bien sus misiones?
─¡Ah! ¿Te interesa lo que haga ese joven
presuntuoso? preguntó el monarca.
-─No, no. Es simple curiosidad ─respondió
la princesa, mientras su rubia tez enrojecía-. No es corriente que alguien de
tan poca edad y experiencia acompañe al rey en sus expediciones militares...
─¿Y desde cuando le preocupan a mi
hermanita las cuestiones guerreras? Aunque debo reconocer que el objeto de tus
preguntas bien merece la atención. Silo es uno de los jefes más prometedores
del ejército. Y ni sus pocos años ni el hecho de que su madre fuera una cautiva
musulmana pueden hacer olvidar el hecho de que desciende de la hermana del
mismo don Pelayo, que por ello es noble y pariente nuestro, y que son pocos los
que todavía pueden enfrentársele con las armas en la mano.
─No me preocupa lo que pueda hacer con las
armas ─contestó la joven─. Y, en cuanto a ser hijo de una cautiva, en él debe
predominar la sangre del noble Rodulfo, pues su tez apenas es más morena que la
nuestra.
─Y ese pequeño matiz oscuro le hace aún
más atractivo para una muchacha soñadora, ¿no? ─replicó el rey, provocando
nuevamente el rubor en las mejillas de Adosinda─ No te preocupes, hermanita,
aún no hace tantos años que fui joven y puedo comprender las emociones de tu
corazón. Ya crecerás, pero de momento piensa que a mí tampoco me desagrada
nuestro moreno primo. Es de los pocos nobles de la corte en que sería capaz de
confiar.”
Y en la
nueva redacción, del capítulo III:
“Y, habiéndose acabado ya el invierno, al
llegar la primavera, en una de las ocasiones, entre viaje y viaje, en las que
Fruela permanecía en la corte y se ocupaba de los asuntos de gobierno, a su
mayordomo de palacio, Teudis, le fue comunicada la visita de dos importantes
nobles gallegos que venían a saludar al monarca. El conde dio orden de que les
hicieran pasar en el acto, y recibió a los dos visitantes; uno, un religioso,
como denotaban sus vestiduras, Odoario, el obispo de Lucus, al que ya conocía
por haber estado en la corte cuando la coronación del actual monarca; el otro,
un hombre alto y de mediana edad, con rostro reflexivo.
—Os saludo —dijo Teudis, dirigiéndose
principalmente al obispo, pero sin apartar la mirada del otro viajero—. Pasad,
tomad asiento y explicarme el motivo de vuestra visita.
—Éste es Silo, un rico hacendado de
nuestra zona —explicó el prelado, presentando a su acompañante, a la vez que
ambos seguían las indicaciones del mayordomo de palacio—. Venimos a ver al rey
Fruela para hablar de asuntos de mi diócesis y del resto de Gallaecia. La
situación allí se está complicando y hay cosas que creemos que el rey de
Asturias debe saber”…
…“En cuanto los viajeros, tras salir de
Cangas, hubieron atravesado el puente sobre el Sella y tomado el camino que,
por la ribera izquierda de este río se encaminaba hacia el oeste, Adosinda bajó
del carromato que la transportaba y, subiendo al caballo que, atado a él, había
ordenado que le acompañase, se dirigió hacia la cabeza de la comitiva donde,
tras Arduino y un par de soldados que portaban el estandarte real, el monarca
cabalgaba llevando a su lado al prócer gallego, al que había tomado afecto.
En su marcha, la princesa pasó al lado de
los carros que llevaban a los religiosos, y en los que también se encontraban
el obispo Odoario y el sacerdote Isidoro quienes, al igual que había hecho la
joven, habían atado su caballo y su jumento al carromato para pasar el viaje
departiendo con sus colegas.
—¡Fruela —exclamó, al llegar a la parte
delantera de la comitiva.
—¡Hermanita! —replicó el monarca—. Estaba
seguro de que acabarías apareciendo por aquí, aunque lo has hecho antes de lo
que esperaba.
—¿Quién puede preferir viajar en un
carromato, pudiendo cabalgar al lado del rey? —contestó, riendo la joven—. Es
decir —añadió—, si a tu invitado no le molesta.
—Para un hombre que se va haciendo mayor,
la compañía de una joven encantadora no le molesta, sino que le rejuvenece
—respondió Silo, y Adosinda agradeció con una sonrisa la galantería del
gallego.
—Adosinda no será una molestia —opinó el
monarca—. Es mucho más sensata de lo que se podría pensar de su corta edad.
Prefiero su compañía a la de la mayor parte de los nobles de la corte.
—Aunque, quizá, cabalgar durante algún
tiempo por estos caminos sea demasiado para ella —dijo, dubitativamente, Silo—.
Pronto dejaremos el valle del río y los senderos serán más dificultosos.
Adosinda se rió. —Monto a caballo mejor
que muchos hombres —replicó—. He tenido buen maestro —añadió, dedicando una
sonrisa a su hermano.
—En ese caso, intentaré aprender de vos
—contestó Silo.”
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