El duodécimo rey asturiano fue Alfonso
III. Accedió
al trono a la muerte de su padre en el año 866, aunque no sin problemas, pues,
aprovechando su ausencia de la corte en ese momento, el conde de Lugo, Froilán
Bermúdez, intentó arrebatarle la corona, pero fue muerto por los fideles del
rey (algo similar pasó cuando algunos nobles intentaron deponer a Alfonso II).
Al principio de su reinado se apoyó principalmente en sus tíos (o, al menos,
parientes), Gatón, conde del Bierzo y hermano de Ordoño I (o, quizá, hermano de
su mujer, Nuña), y Ramiro (tal vez primo de Ordoño por parte de la segunda
mujer de Ramiro I, Paterna; en todo caso, un conde castellano).
Alfonso III casó con Jimena Garcés,
probablemente, hija del rey de Pamplona, García Íñiguez, en un intento de su
padre, Ordoño I de mantener lazos estables con la monarquía pamplonica, pues a
la vez parece que una hija de Ordoño, de nombre Leodegundia, casó con García
Íñiguez.
Alfonso III continuó la labor
repobladora y asentadora en la meseta de su padre Ordoño I (que había ordenado
a sus parientes, Gatón, conde del Bierzo, y Rodrigo, conde de Castilla,
repoblar Tuy, Astorga, León y Amaya), encargando de esa tarea a sus
colaboradores, Vimara Pérez (Oporto); Hermenegildo Gutiérrez, yerno del conde
Gatón (Braga, Viseo), Diego Rodríguez, hijo del conde Rodrigo (Oca) y Vigila
Jiménez (que fue nombrado conde de Álava) y tal vez fuera pariente, de su mujer
Jimena; aunque también es posible que perteneciera a la familia Jimeno, rival
de la Íñigo, de la que era miembro el padre de su esposa, García Íñiguez, el
rey de Pamplona
Alfonso III mantuvo la teoría de
que la monarquía asturiana era la heredera directa de la visigoda y, por ello, superior
en dignidad a los otros reyes cristianos de la península, tomando el título de
“imperator”. Fruto también de esa idea fue su propósito de influir en el reino
de Pamplona, como ya intentó su padre al concertar su boda con una hija de
García Íñiguez. En esa misma idea, tras derrotar a los Banu Qasí, firmó un
tratado de paz con esa dinastía musulmana y envió a su hijo Ordoño a educarse
en sus tierras, y, quizá por la reticencia de su suegro a reconocer esa
superioridad, es posible que fomentase el cambio de dinastía en Pamplona cuando
Fortún Garcés, hijo y sucesor de García Íñiguez, fue derrocado por Sancho
Garcés I (de la dinastía Jimeno) y aliado del rey asturiano. Esta acción, a la
postre, no dio los resultados apetecidos, pues si bien la nueva dinastía
pamplonesa rompió lazos con los Banu Qasi y pasó a la ofensiva contra los
musulmanes, amén de numerosas alianzas matrimoniales con los reyes leoneses
(sucesores de los asturianos), por otro lado aumentó su territorio y su
importancia y pasó a denominarse Reino de Navarra.
Consciente de la importancia de
asegurar y fortificar las nuevas tierras de la meseta, Alfonso pasó más tiempo
en ellas que en su capital, Oviedo, llevando el límite de su reino hasta el
Duero y repoblando Zamora. Eso dio paso a la pérdida de importancia de Asturias
y, a partir de él, los reyes asturianos pasan a denominarse reyes de León,
trasladando allí la nueva capital. Por eso algunos autores consideran a Alfonso
III como el último rey asturiano, aunque en entradas posteriores veremos que,
de hecho, no fue así.
En los últimos años de su reinado,
Alfonso III sufrió una conjura de su hijo primogénito, García para arrebatarle
el trono. Alfonso le apresó y le encerró en el castillo de Gauzón, pero, para
su sorpresa, su esposa Jimena (quizá disgustada por el cambio de dinastía en
Pamplona, del que hizo responsable a su marido), y sus hijos Ordoño (con el
apoyo de las tropas gallegas, provincia de la que era gobernador), que estaba
casado con Elvira Menéndez, hija del poderoso conde gallego Hermenegildo
Gutiérrez (llamado Menendo) y de Hermesinda Gatónez, la hija de Gatón, y Fruela
(casado con Nunila Jiménez, posiblemente de la dinastía Jimeno, nuevos reyes de
Pamplona), así como del conde de Castilla, Munio Núñez (suegro de García, el
hijo de Alfonso), se ponen de parte del encerrado y exigen su liberación. Para
evitar una guerra civil, Alfonso abdica y sus hijos se reparten el reino
(García, León; Ordoño, Galicia; y Fruela, Asturias, aunque subordinados los dos
últimos al rey leonés), no obstante, su padre mantuvo el título regio hasta su
muerte, ocurrida poco después, en 910.
El reino queda, pues, dividido, pero
esto dura poco, pues en 914 muere García I, sin descendencia; le sucede su
hermano Ordoño II, aunque, a su muerte, ocurrida en 924, Fruela II se adelanta
a sus sobrinos y es coronado como rey de León, Galicia y Asturias. Termina con
esto la división del reino, pero no los conflictos, pues, a la muerte de Fruela
II, en 925, sus hijos (Alfonso Froilaz y sus hermanastros Ramiro Froilaz y
Ordoño Froilaz), y los de Ordoño II (Sancho Ordóñez, Alfonso IV, y Ramiro II)
se disputan el trono.
En mi novela La Cruz de la
Victoria, aún no publicada, pero ya terminada, se trata en profundidad el
reinado de Alfonso III, desde su infancia en la corte de Ramiro I, su
adolescencia y aprendizaje en la de su padre, Ordoño II, y su reinado, hasta su
derrocamiento, abdicación y muerte ocurrida en Zamora en 910, procurando que
los acontecimientos narrados se ajusten a la historia, y las motivaciones que
se desconozcan sean las más probables.
Aquí termina la incidencia de los
reyes asturianos en mis novelas publicadas, o, al menos escritas, hasta el
momento. En la siguiente entrada hablaremos de la que estoy escribiendo en
estos momentos, y en los últimos reyes que (algunos sin título reconocido
oficialmente) gobernaron Asturias de manera más o menos independiente.
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