26 de julio de 2018

Favila y Alfonso I


Después de la interrupción para hablar, en su día, del Apóstol Santiago, retomamos la serie dedicada a la implicación de los reyes asturianos en mis novelas:

El segundo rey asturiano fue Favila, hijo de Pelayo. Sucede a su padre en el año 737 y muere, a consecuencia de una imprudencia en una cacería, en el 739. Debido a su corto reinado y a la falta de datos, había decidido prescindir de él (y de su cuñado y tercer rey, Alfonso II) y pasar directamente en mi segunda novela (en orden de escritura), La Cruz de los Ángeles, al cuarto rey asturiano Fruela I (y a sus sucesores). pero, una vez terminada la primera redacción de ésta, pensé que sería interesante escribir sobre los hispanos sometidos al islam (los muladíes) y comencé un relato, denominado precisamente así (El Muladí). Pero como lo que narraba sucedía en el tiempo que transcurría entre ambas novelas (Pelayo, Rey y La Cruz de los Ángeles), no pude resistirme a contar también lo que sucedía en el reino asturiano, dividiendo la historia en dos tramas separadas que confluían en su capítulo final, Así que, en su primer capítulo, narraba concisamente la muerte de Favila a manos (garras) de un oso.

Posteriormente, como he explicado en las entradas anteriores, al escribir La Muralla Esmeralda, y tener que inventarme, ante la ausencia de datos, toda la trama, Favila toma importancia como hijo de Pelayo y jefe del grupo de jóvenes que se educan en la corte asturiana bajo la tutela del rey. Se deja entrever una cierta tensión entre él y Alfonso, resuelta sin problemas. Se describe el ansia de Favila por hacerse digno de su padre y los esfuerzos de éste por convertirle en un futuro digno monarca del reino asturiano. Se habla de la costumbre goda de elección de los monarcas. Se relata su relación y boda con Brunequilda. Y, como anécdota, se introduce (si los lectores son lo bastante perspicaces para adivinarlo) al plantígrado que tendrá importancia en el devenir de este rey asturiano. La novela termina, como ya se ha dicho, con el fallecimiento de Pelayo.

Con estas dos novelas (La Muralla Esmeralda y El Muladí) terminaban, de momento, las apariciones de Favila en mis novelas, pero al escribir la aún no publicada (La Estirpe de los Reyes) que se editará, D.m., en la Editorial Temperley en el próximo otoño (al menos el primero de los dos tomos en que, al final, ha quedado dividida), novela que narra una hipótesis, no solamente improbable, sino absolutamente incierta, en la que la estirpe de Pelayo no termina con Alfonso II, “el casto”, sino que llega a entroncarse con Ramiro I y pervive, por tanto, hasta la actualidad, Utilicé a una supuesta hija de Favila y Brunequilda, de la que hay solo vagas y dusosas referencias. Así que, aunque la novela comienza con Favila de cuerpo presente tras su muerte, las referencias a él, a su esposa Brunequilda y a sus, imaginarios, descendientes, son continuas.

Con el tercer rey asturiano, Alfonso I, ocurre algo similar. Es un personaje importante en La Muralla Esmeralda, demostrándose como el más capaz de los jóvenes que se adiestran a las órdenes de don Pelayo, sin que eso signifique que no haga honor a su fidelidad a Favila como hijo de su rey, aunque la ascendencia del duque de Cantabria es incluso más ilustre que la del propio Pelayo; Pero tanto Pedro como sus hijos dan muestra de una honorabilidad a toda prueba, incluso cuando la boda de Alfonso con  Hermesinda parece dar a éste una posibilidad de aspirar al trono, más dada la costumbre matrilineal de los astures.

 Alfonso tiene también rango de protagonista en El Muladí, en la que, ayudado por su hermano Fruela “el mayor” (no confundir con el hijo de Alfonso, Fruela I, cuarto rey asturiano, cometiendo el error en que cayeron con frecuencia los cronistas musulmanes, que mezclaron los hechos de uno y otro) rigió los destinos del reino de Asturias durante toda la novela, en la que, incluso, le adjudiqué una relación sentimental, evidentemente incierta históricamente, pero que condicionó, no solamente la trama de esa novela y de la siguiente, La Cruz de los Ángeles, ya escrita (y que fue en la que se me ocurrió introducir esa relación, y en la que lo esencial eran las consecuencias de esa circunstancia), sino que falseó las personalidades adjudicadas a los futuros reyes en las próximas novelas.

Al escribir la citada La Estirpe de los Reyes, que transcurre en el tiempo a la vez que El Muladí y La Cruz de los Ángeles, volví a repetir el mismo carácter y las mismas circunstancias para el rey Alfonso I, aunque dedicando un estudio a su personalidad (la que yo le había adjudicado) mucho más completo. La de un hombre preparado, capaz, recto y seguro de sí mismo; pero también con la duda de si la corona que portaba en sus sienes no le hubiera correspondido a los descendientes de Favila. Enamorado de su esposa Hermesinda, a la que quiere y respeta (quizá a la única persona que considera a su altura, aparte de a su hermano Fruela “el mayor”), pero sujeto a grandes pasiones y que, al final de su vida, se siente embargado por la duda de sí había sido tan buen rey, tan buen esposo y tan buen padre como había creído.

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