Mucho tiempo sin escribir nada por aquí. Como en todos los
principios de curso, hay que dedicar los
minutos y las energías a la dura tarea de conseguir que todo comience a rodar
de nuevo. Ahora que parece que, al fin, las cosas comienzan a estar en marcha,
puedo pensar un poco en mis novelas. Tengo que poner manos a la obra en la
corrección ortotipográfica de “LA CRUZ DE LOS
ÁNGELES”, si es que quiero que se edite este invierno; (Y es el momento de
repetir que, para esa tarea, no estoy especialmente bien dotado) así que habrá
que postergar un tiempo el trabajo en “LA ESTIRPE
DE LOS REYES”. Pero como había anunciado que iba a tener a
mis lectores al tanto de la evolución de dicha novela, voy a contar en que
estado está en este momento en que va a “pasar a la reserva”, y en entradas
posteriores aprovecharé mi trabajo con “LA CRUZ
DE LOS ÁNGELES” para ir contando también algo de esa novela,
escrita en segundo lugar, hace ya más de diez años.
Vayamos, pues, con “LA ESTIRPE …”. Como habíamos dicho, se trata de un
intento (puramente novelesco e imaginario) de entroncar los descendientes de
don Rodrigo y de don Pelayo con la dinastía asturleonesa originada en Bermudo
I, “el diácono” (paradojas de la historia), nieto, a lo que parece, de Pedro,
duque visigodo de Cantabria.
En un principio (Y no es seguro que, al final, se mantenga
así) existirán dos tramas en capítulos alternos.
En la primera, Alarico, que como recordarán los que hayan
leído “LA MURALLA ESMERALDA ”,
abandona todo para ir en busca de su amada Florinda (hija imaginaria del rey
Rodrigo y de Florinda, “la cava”), y que, como se desvela brevemente en “EL
MULADÍ”, se ha quedado viudo y continúa viviendo en Ceuta con su hijo
Teodoredo, tras ser testigo de la llegada a esa ciudad de las tropas de Balch
(narrada más extensamente en la novela citada) y de verse inmerso en las luchas
entre árabes y bereberes (que forman la parte principal de la misma), se
encuentra con Nicéforo (el capitán de una veloz galera bizantina, que ya había
compartido aventuras con él en dicha novela) y se embarca rumbo a
Constantinopla, dispuesto a tomar parte en las guerras e intrigas que tienen lugar en el Imperio Bizantino tras
la muerte de León III. Y hasta aquí hemos llegado. Bien el propio Alarico, bien
su hijo Teodoredo, ya de mayor, tendrán que volver a la península para cumplir
su destino (el que yo les he fijado); pero de momento lo tienen bastante
complicado, y tendrán que pasar varios años (y capítulos) para que lo consigan.
En la segunda, que tendrá lugar en Asturias, tras la muerte,
en una cacería y debido a una imprudencia ya relatada en “EL MULADÍ”, del hijo
de Pelayo, Favila, el trono recaerá en el esposo de su hija Hermesinda, Alfonso
de Cantabria, hijo del duque Pedro y descendiente, según las leyendas, y, al
igual que don Pelayo, del rey godo Chindasvinto. (aunque esto lo afirmaron los
cronistas muchos años después).
Pero Favila ha dejado viuda e hija, que, en bien de la
estabilidad del reino, deberán ser apartadas de la vida de la corte (en
realidad no se vuelve a saber de ellas en documentos de cierta veracidad), pero
que para que la trama de la novela se haga realidad y la estirpe de Pelayo no
se acabe con Alfonso II, “el casto”, tendrán que reaparecer en algún momento.
Momento al que aún no he llegado, aunque la novela discurre en estos momentos
por tiempos ya narrados en “El MULADÍ”, pero que ahora se describen desde el
punto de vista de otros protagonistas; mientras se espera la llegada de algún
personaje desconocido (las leyendas hablan de un cierto Luitfred III de
Suevonia, ciertamente imaginario) que hará su aparición en próximos capítulos.
Hasta aquí lo escrito. Ambas tramas se encontrarán (o no)
hacia el final de la novela, salvo que decida convertirla en dos separadas,
aunque con algunos puntos de contacto.
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