29 de diciembre de 2011

ESTATUAS DE REYES VI, Oriente, Alfonso I


Continuando con nuestro paseo por la plaza, en dirección al Palacio, la siguiente estatua que nos encontramos es la de Alfonso I
Este monarca (según algunos historiadores, el primero que ostentó, en realidad, ese título) tiene gran importancia en la Historia de Asturias y, por supuesto, en mis novelas.
Alfonso fue hijo de Pedro de Cantabria, gobernador, parece ser, de esa provincia en los tiempos de los últimos reyes godos, Egica, Witiza y Rodrigo; y así lo cuento en “Pelayo, rey”, haciéndole pariente de Pelayo (Ambos descendían, según se cree, de Chindasvinto) y gran valedor suyo.
Tras la derrota del Guadalete, Pedro se refugia en Cantabria y, cuando nuestro héroe se alza en rebelión contra los emires cordobeses, se une a él y luchan juntos en la batalla de Covadonga (Esto pertenece a la imaginación del autor, pero es, no solo posible, sino altamente probable)
Posteriormente Alfonso se casa con la hija de Pelayo, Hermesinda, según se cuenta en la segunda de mis novelas” La Muralla esmeralda”, recientemente publicada. Y, como ningún dato cierto hay de esa época, todo lo que en ella se cuenta pertenece a mi imaginación.
Tras la muerte de Pelayo y el breve reinado de Favila, Alfonso es elegido rey, bien por consenso entre los nobles (sistema electivo propio de los godos), o por ser yerno de Pelayo. Y comienza la reconquista de los territorios dominados por los musulmanes, ayudado por su hermano, Fruela, “el mayor”, según cuentan con detalle las crónicas cristianas y según narro en mi tercera novela “El Muladí”, que aparecerá, D.m., en la próxima primavera.
Con Hermesinda Alfonso tuvo tres hijos: Fruela, el futuro Fruela I (cuarto rey de Asturias), Vimara, asesinado por su hermano, y Adosinda, que, al casarse con Silo propició que éste fuera elegido como el sexto rey asturiano. Todo esto está narrado en la cuarta novela, “La Cruz de los Ángeles”, que se editará en su momento.
También dejó un bastardo, Mauregato, que, como se cuenta en la citada novela (con una gran dosis de imaginación) llegó a ser el séptimo rey de Asturias.
No obstante, la linea familiar de los reyes, primero asturianos y luego leoneses, no desciende de Alfonso, sino de su hermano Fruela, “el mayor”. Pero eso se contará en próximas novelas.

21 de diciembre de 2011

ESTATUAS DE REYES V, Oriente, Íñigo Arista


Tras el paréntesis axárquico, volvemos con las estatuas:
Como ya dije, retomo la serie de entradas acerca de las estatuas de reyes que adornan algunos parques madrileños y que tienen relación con mis novelas. Aunque ahora escribo utilizando mis recuerdos de aquel día de hace unos meses en que, armado con mi cámara fotográfica, me dediqué a recorrer, primero el Retiro y luego la Plaza de Oriente. Nos habíamos quedado delante de la estatua de Alfonso II en el lado sur de la plaza y, siguiendo hacia el Palacio, la siguiente estatua pertenecía a un rey (o no, según algunos historiadores) que, aunque no forma parte de la serie de monarcas asturianos que protagonizan mis novelas, sí que aparece en ellas, aunque de forma algo tangencial. Se trata, según consta en la peana, de Íñigo Arista, fallecido en el año 770. Pero antes de estudiar la historia de este personaje, nos fijaremos en que en la foto, en la parte inferior derecha, aparece una mano saludando.
Aquel ya lejano día de junio había madrugado para pasear con nuestro perro Ugo, y tras visitar brevemente el Retiro, había llegado a la Plaza de Oriente alrededor de las ocho y media de la mañana. Allí, enfrascado en fotografiar los reyes que estoy comentando, no me había dado cuenta de que en un banco situado entre la estatua de Íñigo Arista y la siguiente, estaba un grupo de jóvenes de ambos sexos, a su vez haciendo fotografías, pero de ellos mismos, (Para que digan que la juventud actual no madruga; a pesar de la hora temprana ya estaban eufóricos, al menos, mucho más que yo) y que se habían creído que yo también trataba de fotografiarles.
Tras sacarles de su error y explicarles que intentaba solamente sacar fotos de las estatuas para ilustrar mi blog, comencé a contarles la historia de los reyes allí representados; pero en ese momento debieron recordar que tenían algo urgente que hacer en otra parte, porque se marcharon apresuradamente.
Como no sé si a los que lean este blog también les van a entrar prisas repentinas, les contaré algo de la historia del monarca aquí representado sin temor a que, llegados a este punto, se levanten de delante de la pantalla del ordenador (o, en su caso, busquen otra página más interesante)
Íñigo Arista sale en mis novelas en el último capítulo de “La Cruz de los Ángeles”, tomando parte en la batalla del “wadi Arun” (“el río Orón”) a las órdenes de Velasco, el caudillo vasco colocado como gobernador de Pamplona por Ludovico Pio, rey de Aquitania, de quien era vasallo. Allí los vascones, unidos a los Asturianos de Alfonso II, “el casto”, se enfrentaron a los musulmanes en una cruenta e incierta batalla, pero que tuvo como resultado el que los cristianos se diesen cuenta de que, si bien el emir de Córdoba podía derrotarles por separado, cuando asturianos, leoneses, vascos, navarros y aragoneses unían sus fuerzas, podían hacerle frente con éxito.
Y, posteriormente, se le cita en “La Cruz de la Victoria”, dando cuenta de que, tras acceder al gobierno de Pamplona, se independiza de los francos (Cuando la familia Íñiguez sucedió a la familia Jimeno, a la que pertenecía Velasco). Ya en el primer capítulo, su nieto García Íñiguez llega a Oviedo como emisario de su padre, el rey de Navarra Íñigo Íñiguez, y acompañando a su tío Fortún Íñiguez. Pronto se establece una animadversión entre el heredero del trono navarro y los parientes del rey Asturiano Ramiro I, Gatón y Rodrigo; aunque posteriormente, y buscando alianzas contra los musulmanes, la hija del, ya por entonces, rey navarro, García Íñiguez, se casará con el hijo de Ramiro, Alfonso III, principal protagonista de esa novela.

12 de diciembre de 2011

LA MAROMA


Hacemos (una vez más, y no será la última) un inciso en esta serie de entradas, para hablar de otro tema.

Un tema que no tiene nada que ver con el título de este blog, ni con la Historia, ni con mis novelas. Un tema que quizá, aparte de a mí mismo, no interese a nadie. Pero como le he dedicado tiempo (quizá el bien del que ande más escaso) quiero plasmarlo en algún sitio y no se me ocurre ninguno mejor que éste.

Hace algún tiempo mi hijo Pablo publicó en su blog “Steeplechasing” una entrada sobre sus entrenamientos en La Maroma (El monte que domina La Axarquía de Málaga, zona en la que pasamos las vacaciones estivales), ilustrándola con una foto de dicho monte con su cima cubierta de nieve, algo inusual, pues ni su altura, ni su latitud, ni la cercanía al cálido Mediterráneo favorecen esa circunstancia.

Después de observarla, le hice saber mis dudas acerca de que el monte fotografiado fuese realmente la Maroma, y él se reafirmó en ello basándose en su perfil (una vertiente occidental prolongada, una cima redondeada, una vertiente oriental con un pequeño pico…) que había recorrido varias veces.

Pero como no acababa de convencerme, he aprovechado este “puente” y mi estancia en Torre del Mar para intentar corroborar su versión o mis dudas. En efecto, el perfil es “casi” idéntico al de La Maroma vista desde nuestra casa. Y el “casi” puede deberse a alguna diferencia en la alineación del punto (en el mar) desde donde se tomó la foto. Pero hay más temas a tener en cuenta.

El primero es el de los dos montes (pardos y terrosos, a diferencia de la pétrea y gris mole de La Maroma) más bajos que la preceden. En efecto, son “casi” iguales a los que se encuentran entre la costa y la nevada cima. Vistos desde nuestra casa serían, el de la izquierda el que está por encima de Vélez-Málaga, de cuyo nombre en este momento no me acuerdo, y al que llamaremos, para entendernos, “Arenas”, pues este pueblo se encuentra en sus laderas, y el de la derecha correspondería al “Ben Tomiz”. Pero en este caso, el “casi” no se puede justificar. En la foto se aprecia con claridad como la ladera del que hemos llamado “Arenas” se encuentra más cerca del espectador que la del “Ben Tomiz”, cuando en la realidad es al revés. También en “Arenas” se aprecian unos cortes en la ladera (sin duda pertenecientes al trazado de la Autovía del Mediterráneo) que tampoco existen en la realidad. Y el perfil de ambos no se corresponde (aunque esto último podría deberse al punto de vista desde donde se realizó la foto)

Podrían ser otros los montes. Si viajamos por la costa hacia el este (La derecha de la foto) nos encontramos con otra perspectiva similar, en este caso el “Ben Tomiz” sería el de la izquierda y “La Rábita de Sayalonga” el de la derecha. Pero tampoco aquí los perfiles de esos montes se corresponden con la realidad, el “Ben Tomiz” está más alejado de la costa que “La Rábita” (al contrario que en la foto) y tampoco existen los cortes en la ladera.

Si seguimos hacia el este, ya los montes que se interponen entre La Maroma y la costa, a la altura de El Morche, o Torrox son muchos más y más variados que los que se ven en la fotografía, y el perfil de La Maroma comienza a verse de manera diferente, así que tampoco cumple con las condiciones rqueridas.

Pero hay otro tema aún más determinante: La población que se ve en primer término en la costa. De ese tamaño y extensión podría ser Torre de Mar, pero los bloques de edificios que se ven no se corresponden, y Torre del Mar está bastante más lejos de los montes intermedios que lo que se ve en la foto. Podría, quizá, asemejarse algo a La Caleta (las casas en primer plano a la izquierda) y a Algarrobo costa (los bloques hacia la derecha), pero hay un bloque gris alargado a la izquierda que no se corresponde con ninguno de esa población; además, los bloques de Algarrobo están en la misma playa, y no hacia el interior, como se aprecia en la fotografía.

Esta mañana he estado en el Morche y en Torrox, y he comprobado que tampoco se corresponden con la foto. Solo quedarían dos opciones, una, que la vista sea desde más al occidente, es decir, Benajarafe. Pero en esa localidad no hay esos bloques de edificios, y entre ella y los montes previos a La Maroma se encuentra el anchuroso cauce del río de Vélez, por lo que también hay que descartarla; y dos, que desde el sitio que se hizo la foto las perspectivas cambien tanto que la hagan irreconocible. Pero eso no podré comprobarlo “in situ” hasta que, en el verano, consiga una embarcación. No obstante, creo que, por todo lo dicho anteriormente, mi opinión no cambiará.

Hay un axioma en las investigaciones, que no sé si lo he leído en alguna novela policíaca, tipo las de Ágata Christie, o en algún tratado de lógica, que dice: “Una vez eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, será la verdad” Así que me reafirmo en que a pesar de la asombrosa similitud del perfil de la cumbre nevada, NO se trata de La Maroma.

¿Qué otra solución queda? Pues creo que cuatro: Una, que se trate de otra sierra próxima a La Maroma, (La de Almijara) vista desde las proximidades de Nerja. Dos, que sea la propia Sierra Nevada vista desde Motril. Tres, que se trate de cualquier otra cumbre del litoral mediterráneo que desconozco. Y cuatro, que a pesar de todo, sí que sea La Maroma desde cualquier ubicación que no he reconocido, pero que buscaré en cuanto tenga medios marinos a mi disposición.

Bueno, si alguien ha leído todo esto, gracias por su atención y felicidades por su inagotable paciencia.

ESTATUAS DE REYES DE NUEVO IV, PLAZA DE ORIENTE, ALFONSO II


La entrada que reproduzco a continuación es la última que hice en el verano, intentando ilustrarlas con las fotos de las estatuas correspondientes. Las únicas menciones nuevas que procede hacer al respecto son que, al igual que en la entrada anterior, el posible tema de los hijos (en este caso la hija) de Favila ya está en marcha; y que “La Cruz de los Ángeles” no verá la luz, como muy pronto, hasta el otoño de 2012. (Aunque ya está escrita, y desde hace mucho, pues lo hice a continuación de “Pelayo, rey”, deberá esperar a que se publique “El Muladi”, que la antecede y que lo hará D.m., en la primavera próxima, al igual que esta última tuvo que esperar a que se editase “La Muralla esmeralda” para respetar el orden cronológico de los acontecimientos)
Como, al comprobar que no podía subir las fotos, decidí postergar la continuación de la serie, la próxima entrada será ya la original, describiendo el resto de mi periplo por la Plaza de Oriente en busca de estatuas de reyes que tuvieran relación con mis novelas.

Estatuas de reyes IV, Plaza de Oriente. Alfonso II

La siguiente estatua que nos encontramos en nuestro recorrido desde la salida del parking hacia el Palacio es la de Alfonso II. (En la peana pone Alonso II, lo que ocurre también en los demás Alfonsos). Y antes de tener que explicarlo en un comentario, vuelvo a decir que, posiblemente debido a que la conexión inalámbrica a Internet que uso en mis vacaciones no tiene tanta capacidad como la banda ancha que tengo en Madrid, no creo que consiga subir la foto de esa estatua. Cuando vuelva, en Septiembre, actualizaré todas estas entradas.
Alfonso II, “el casto”, es uno de los reyes asturianos más interesantes. Y el último de la estirpe de Pelayo. Recordemos que el héroe de Covadonga tuvo dos hijos, Favila y Hermesinda. El primero reinó dos años a la muerte de su padre, hasta que, a causa de una imprudencia en una cacería, fue víctima de un oso (al menos, eso dice la leyenda). Aunque parece ser que dejó dos hijos de corta edad, ninguno llegó a reinar ni nada más se sabe de ellos (buen tema para otra novela). Hermesinda, por su parte, casó con Alfonso, el hijo de Pedro de Cantabria, quien por este matrimonio llegó a ser coronado como Alfonso I, y de este matrimonio nacieron tres hijos: Fruela, (el futuro Fruela I), Vimara y Adosinda (llamada así por su tía abuela), la hermana de Pelayo. Y a su vez, Alfonso I engendró un bastardo (al menos), Mauregato. A la muerte de Alfonso I le sucede su primogénito, Fruela I “el justiciero” (otros autores le denominan “el cruel”), quién se casa con una cautiva vascona de la que tiene dos hijos, Alfonso y Jimena. Fruela I, en un arrebato de ira mata a su hermano Vimara, siendo a su vez asesinado por los nobles, quienes eligen para sucederle como monarca a su primo, el hijo primogénito de otro Fruela (llamado “el mayor” para distinguirlo de su sobrino), el hermano de Alfonso I e hijo, también de Pedro de Cantabria. Esto nos dice que en aquellos años la corona de Asturias seguía el modelo godo de elección entre miembros de la familia en el poder.
A la muerte de Aurelio le sucede el marido de Hermesinda, Silo, del que casi nada se sabe. Este accede a la corona, bien por elección de los nobles, según el modelo godo, bien por matrimonio con la hija del monarca, como consta en la tradición matriarcal asturiana y traslada la corte a Pravia, quizá temeroso del predominio del bando enemigo de Fruela en Cangas de Onís. Adosinda y Silo (y los cito a propósito en este orden) no tienen hijos y cuidan como a tales a sus sobrinos, los hijos de Fruela, especialmente a Alfonso, al que preparan para ser su sucesor y, al llegar a la adolescencia, nombran “mayordomo de palacio” (Cargo este semejante al de un “primer ministro”, sin el aspecto de servicio que tiene actualmente)
A la muerte de Silo, Adosinda hace elegir rey a su sobrino, (En el año 783, cuando el joven Alfonso tenía 23 años) pero el resto de los nobles se opone (seguimos con el sistema godo de elección del soberano por el senado) y eligen al bastardo Mauregato. Alfonso tiene que huir a refugiarse entre los familiares de su madre en Álava, Adosinda es obligada a profesar en un convento y la corte vuelve a Cangas de Onís..
Fallecido Mauregato, los nobles vuelven sus ojos al único descendiente de Pedro de Cantabria que queda vivo (Esto parece indicar que en Cantabria prima el “bando godo” y en Asturias, por el contrario, tiene más fuerza el elemento ancestral astur), el segundo hijo de Fruela “el mayor”, llamado Bermudo que, a la sazón, estaba en un convento y había sido, o estaba a punto de hacerlo, ordenado.
Bermudo I, “el monje”, toma la corona, quizá a regañadientes, hasta que, derrotado en una batalla por los musulmanes, en el año 791 reconoce su falta de condiciones para liderar a los asturianos, “recuerda” (dice el autor de la crónica) que ha sido ordenado y decide llamar al exiliado Alfonso, a la sazón ya un hombre de 31 años, para que le suceda mientras él vuelve al convento.
Alfonso II, “el casto” traslada la corte a Oviedo, que sufre dos saqueos a cargo de ejércitos musulmanes, pero siempre Alfonso consigue reponerse y derrotar a los invasores en su regreso a la meseta. Saquea Lisboa en el año 798, (dato que consta en anales carolingios, pero que no he conseguido contrastar en crónicas asturianas ni musulmanas), concierta alianzas (otros dicen que se somete) con Carlomagno, se casa (según algunas fuentes) con una princesa franca, a pesar de lo cual decide vivir en castidad, embellece su capital, con ayuda del arquitecto Tioda, edificando un palacio, una catedral, fuentes públicas, la iglesia de san Juan de los Prados, murallas… mantiene a raya a los musulmanes, es depuesto en el año 801 por alguna facción opuesta a él (reminiscencia de los enemigos de su padre Fruela I), sus “fideles” le reponen en el trono, dona a la catedral de Oviedo la “Cruz de los Ángeles” y, en fin, muere a la avanzada edad de 82 años, después de 51 de reinado. A su muerte, su cuñado, Nepociano (marido de su hermana Jimena) y el hijo de Bermudo I, Ramiro, se disputan el trono, venciendo este último quien reina como Ramiro I (¿triunfo del sistema electivo godo sobre el matriarcal astur?)
Hasta aquí la historia, densa historia. En mis novelas, Alfonso II aparece en la cuarta “La Cruz de los Ángeles”, (que espero que sea publicada en la primavera de 2012) y que comienza con el reinado de Fruela y su boda con la vasca Munia (primera parte), se continúa con las intrigas y luchas por la sucesión que llevan al joven Alfonso a Álava (segunda parte) y se termina con los éxitos del reinado de Alfonso II y la donación de la joya que le da título (tercera parte). Aunque queda sitio para contar los últimos años de su reinado en otra, aún no escrita ni planificada. Pero tiempo hay…

3 de diciembre de 2011

ESTATUAS DE REYES DE NUEVO, III; Plaza de Oriente. Ramiro I


Esta fue la primera entrada de esta serie que publiqué desde mis vacaciones el pasado verano en Torre del Mar; en la que no conseguí subir la foto de la estatua que le da nombre. Realmente esa es la causa de que esté repitiendo esta serie. El texto es el mismo que el publicado en su día, con la salvedad de que la hipotética novela citada al final como posible entre “La Cruz de los Ángeles” y “La Cruz de la Victoria” es la que ya está comenzada con el título provisional de “La estirpe de los reyes” y de la que he hablado en entradas anteriores.

Estatuas de reyes III, Plaza de Oriente. Ramiro I

Después de recorrer, con la escasa fortuna relatada en la entrada anterior, el paseo de Argentina del Retiro, me dirigí hacia la Plaza de Oriente en busca de más estatuas de los reyes mencionados en mis novelas. Pero, mientras hacemos el camino, voy contar una curiosidad que se me había ocurrido, de niño, acerca de esa plaza y del Palacio Real, y que, quizá, también le haya ocurrido a algunos de mis lectores.
El Palacio Real de Madrid, ordenado edificar por Felipe V de Borbón en 1738, en el lugar que ocupaba el anterior palacio destruido por un incendio en 1734, también recibe el nombre popular de Palacio de Oriente. Al menos, así lo escuché denominar en mi niñez y, como dije, quizá también a alguno de mis lectores le haya ocurrido lo mismo. Pero aquí hay un contrasentido.
Si contemplamos un plano de Madrid vemos, con toda claridad, que tanto el Palacio como la Plaza están en la parte más occidental de la ciudad. Más allá quedarían solamente el río Manzanares y la Casa de Campo (bueno, y todos los barrios por medio de los cuales Madrid ha ido creciendo en esa dirección, pero esos son bastante más modernos), mientras que hacia el Este quedaría toda la ciudad antigua, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol y los primeros ensanches de la Castellana, Recoletos y el Prado, el Retiro…etc. Entonces, ¿Por qué esos nombres de Palacio de Oriente y Plaza de Oriente?
La solución es obvia; y seguro que para mis lectores también lo ha sido, pero yo tardé un tiempo en caer en ella y cuando lo hice me sentí muy orgullosos de haber llegado a esa deducción (recordemos que yo era un niño en ese momento, aunque a veces sigo siendo igual de simple que entonces): Dentro del entorno del Palacio, la Plaza está al Oriente del mismo (A Occcidente quedaría el llamado “Campo del Moro”), de aquí su nombre: “Plaza de Oriente”. Y cuando, a base de usarlo, “Oriente” dejó de ser una indicación geográfica para convertirse en un nombre propio, el “Palacio de la Plaza de Oriente” pasó a ser, en alguna de sus denominaciones, el “Palacio de Oriente”.
Bien, esta disquisición sin importancia ha servido para darnos tiempo a llegar hasta la Plaza, meter el coche en el parking que hay debajo de ella y salir por la escalera que da al “café de Oriente” (Muchos “orientes” en esta entrada, ¿no?), justo en el lado sur de la plaza.
Y ahí, en la fila de estatuas que flanquean la plaza por ese lado, ya la primera me transportó a la historia de mis novelas. (Luego, casi todas las demás, pero como me he extendido demasiado en los prolegómenos, nos conformaremos por hoy con la que he reproducido al principio de esta entrada)
Ramiro I de Asturias nació en el año 790, hijo de Bermudo I, “el diácono”, décimo rey de Asturias. Recordemos la serie (aunque no todos los historiadores están de acuerdo en el título de rey para el propio Pelayo o para su hijo Favila):
1º.- Pelayo. 2º.- Su hijo Favila. 3º.- El yerno de Pelayo, Alfonso I. 4º.- El hijo de Alfonso I, Fruela I “el justiciero”. 5ª.- Aurelio, hijo del hermano de Alfonso I, Fruela el mayor. (Alfonso I y Fruela el mayor eran hijos del duque de Cantabria, Pedro, y, posiblemente, descendientes del rey godo Chindasvinto). 6ª.- Silo, por su matrimonio con la hija de Alfonso I, Hermesinda). 7º.- El hijo natural de Alfonso I, Mauregato. 8º.- Bermudo I, “el diácono”, hermano de Aurelio e hijo, por tanto, de Fruela el Mayor. 9º.- El hijo de Fruela I, Alfonso II, “El casto”. 10º.- Ramiro I, hijo de Bermudo I.
Ramiro fue coronado en el año 842 (a los 52 años), tras la muerte de Alfonso II “el casto”, (del que era primo segundo), aunque para ello tuvo que derrotar en la batalla de Cornellana al otro aspirante, Nepociano, cuñado del monarca anterior. Murió en el año 850 y en los ocho años de gobierno, aparte de poner orden en el reino y en la iglesia, ordenó construir los monumentos del Naranco (Santa María y San Miguel de Lillo) dando origen al estilo que se llamó, en su honor, “ramirense”.
A pesar de su importancia, Ramiro I no tiene un papel destacado en mis novelas y ya expliqué varias veces por qué. Su figura está perfectamente retratada en la excelente novela de Fulgencio Argüelles, “Los clamores de la Tierra” y yo he querido respetarla no incidiendo en ella en el transcurso de mi serie. Pero sí es cierto que hay un momento, en los últimos años del largo reinado de Alfonso II el casto, en que ocurrirán los desconocidos hechos que motivaron que, a la muerte del rey Casto, tanto el citado Ramiro, como el cuñado de Alfonso, Nepociano, se disputasen la corona. Ambos eran hombres ya maduros, por lo que habrían tenido ocasión de ser protagonistas de situaciones que, quizá, darían pie a otra novela que, quizá, situada entre la cuarta (La Cruz de los Ángeles) y la quinta (La Cruz de la Victoria), escriba próximamente.
Y ya que hablamos de La Cruz de la Victoria, aunque centrada en Alfonso III y, en menor medida, en su padre, Ordoño I, en los primeros capítulos aparece, aunque tangencialmente, Ramiro I, el padre y antecesor de Ordoño y abuelo del tercer Alfonso, con lo que, aún respetando la novela de Argüelles, sí que dedico, lo mismo que al esto de reyes asturianos, algunas líneas al severo Ramiro I (“Vara de la Justicia”, le llamaron sus contemporáneos, y esa vara es la que porta en su mano la estatua que le representa).