31 de diciembre de 2010

COMPLICACIONES EN LAS TRAMAS

Último día del año 2010. Esta es la entrada número 64 de este año (no está nada mal, tendiendo en cuenta que comencé el blog en el verano). En realidad no tenía pensado escribir nada más hasta el año que viene (mañana), sobre todo teniendo en cuenta que me encuentro algo “griposo”. Pero no quería dejar de contar las complicaciones que me produjo, en esta primera serie de novelas, el que la cuarta, “La Cruz de los Ángeles” estuviera escrita antes que la tercera, “El Muladí” y ésta antes que la segunda, “La Muralla esmeralda”.
La primera fue que personajes que salían en “La Cruz de los Ángeles” eran hijos de otros que tenían que salir, obligatoriamente, ya por que eran históricos, o porque, aunque inventados, tenían especial relevancia, en “el Muladí” y, a veces, las edades no cuadraban. Una vez escrito “El Muladí”, tuve que retomar “La Cruz de los Ángeles” para hacer los cambios pertinentes, pero en algún caso no lo hice, bien porque se me pasó, o bien porque significaría cambiar sustancialmente la trama. Cuando se publiquen (si es que alguna vez se hace) esas dos novelas, puede ser un aliciente añadido para los lectores encontrar y hacerme llegar esos “gazapos”.
Lo mismo me ocurrió al escribir “La muralla esmeralda” respecto a “El Muladí”. Esta vez (Estas novelas están mucho más cerca una de otra en el tiempo histórico) son los mismos personajes los que han tenido que ser descritos de nuevo. Un ejemplo: En los primeros capítulos de “El Muladí” describo al conde Rodulfo (Personaje imaginario, hijo de Julián y Adosinda y sobrino, por tanto, de Pelayo) como un hombre de edad madura, contrapunto, por su sensatez, de los más jóvenes Alfonso y Fruela (Los hijos de pedro de Cantabria). No obstante, en “La muralla esmeralda”, Rodulfo aparece como compañero de juegos y estudios de éstos, incluso algo más joven que ellos. En este caso no fueron difíciles las correcciones. Bastó con, en “El muladí”, cambiar “la evidente sensatez, dada su edad madura…” por “su sensatez, a pesar de su juventud…” y cosas así. Pero al igual que en lo dicho anteriormente, hubo otros casos en que no se pudo cambiar con tanta facilidad.
Más complicado fue otro caso. En “La Cruz de los Ángeles” teníamos a Alfonso II, un rey que decidió (Aunque hay historiadores que los dudan) vivir en castidad. Alfonso fue educado por su tía Adosinda (La hija de Alfonso I y Hermesinda, nieta, por tanto de Pelayo, no confundir con la otra Adosinda, hermana de el “héroe” de la primera novela) y por su marido, el rey Silo. Como de este poco, o casi nada, es lo que se sabe con certeza, lo hice hijo de Rodulfo, y nieto, por tanto, de Julián, con lo que sería primo de su esposa, caso no demasiado raro en esos tiempos. Silo y Adosinda no tuvieron descendencia (al menos en lo que yo he podido averiguar) y trataron a su sobrino Alfonso como un hijo. Se me ocurrió una circunstancia, para aprovechar esto, que no tiene ninguna base histórica, es más, es de todo punto improbable, por no decir imposible, pero que resultó muy novelesca y una auténtica sorpresa (espero) para los lectores. No puedo decir más sobre ello para no estropearla, pero al escribir “El Muladí” tuve que explicar esa circunstancia, de tal manera que no desvelase lo que iba a pasar en la siguiente novela, pero sí que lo hiciese creíble. Creo que salí del paso con notable. Cuando se publiquen y mis lectores se enteren del caso, serán ellos los que juzguen si es adecuada la solución que describo.
Bien, repito lo dicho en mi post anterior. ¡Feliz Año nuevo para todos!

26 de diciembre de 2010

MI PUEBLO EN MIS NOVELAS

Como dije, estoy pasando estas Navidades en mi pueblo. Y como, también dije en otra entrada, aunque “mi pueblo” no es, en realidad, mi pueblo, pues no nací en él, no me crié en él y no vivo en él, cuando alguien me pregunta de dónde soy, respondo sin dudar: “de Luanco”; pues aquí (o en sus proximidades) nació mi padre, mis abuelos (esto no es realmente cierto, ya lo contaré algún día) mis bisabuelos, muchos de mis tatarabuelos y algunos de mis antepasados más lejanos de los que me pude enterar, y en su pequeño cementerio de Santa Ana están los restos de casi todos ellos.
En estos momentos me vienen a la memoria algunas frases que, bien como refranes, o en la letra de canciones populares, demuestran lo que la sabiduría popular piensa de estas cosas: “Quien a los suyos parece, honra merece.” “Bendita sea la rama que al tronco sale.” “De bien nacidos es ser agradecidos.”… No todas quieren decir lo mismo, pero sí revelan una misma forma de pensar. Forma de pensar con la que me siento identificado y que me lleva, como pequeño homenaje a mis raíces, a hacer que “mi pueblo” salga, aún sin citarlo expresamente, en todas las novelas en que puedo hacerlo.
Concretamente, en “Pelayo, rey”, en el capítulo XXIII, página 330, el protagonista organiza la expedición para liberar a su hermana, Adosinda, del cruel Munuza, saliendo en botes desde un pueblecito marinero situado un poco al norte de Gijón; la descripción de la bahía del pueblo y su pequeño puerto ballenero concuerdan con la de Luanco, lugar en el que, desde tiempos medievales, habia un asentamiento de pescadores de ballenas.
En “La Muralla esmeralda”, en el capítulo XVII, el rey de Asturias, Pelayo, descansa de sus obligaciones de gobierno participando en la pesca de la ballena junto con los habitantes del pueblecito pesquero que ya citamos en la novela anterior y a la que hacen referencias los protagonistas.
Y en “el Muladí”, hago varios de los personajes vivan en las proximidades del castillo de Gauzón (Gozón es el actual concejo” de que Luanco es la capital), edificio que sitúo, contra las tesis oficiales, y solo por que mi padre, siguiendo las teorías de unos pocos historiadores, así lo pensaba, en la costa próxima a Luanco. Posteriormente a la redacción de esta novela, excavaciones arqueológicas en el Peñón de Raíces, municipio de Castrillón (Cerca de Avilés), han confirmado que, con toda probabilidad, ese fue el emplazamiento del desaparecido Castillo de Gauzón, cuyas tierras, en los tiempos de las novelas, englobaban los actuales municipios de Gozón (Luanco), Carreño (Candás), Avilés y Castrillón.
En las siguientes novelas, tanto de esta serie (“La Cruz de los Ángeles”, “La Cruz de la Victoria”), como la dedicada al Apóstol Santiago (Boanerges), por supuesto la del héroe asturiano Gauzón o Gausón, e, incluso la actual “La medalla olímpica” (Unas ya escritas, aunque aún no publicadas, otras en período de finalización y otras apenas esbozadas) también hará su aparición mi “patria chica”, el pequeño pueblo marinero de Luanco.
Y, a todos sus habitantes, a todos los lectores de mi blog, a mis familiares y amigos, les deseo ¡¡¡UN FELIZ AÑO NUEVO!!!

24 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA.- “El Muladí”.- La trama.

Casi todo lo importante ( o de lo que tenemos más noticias) que ocurrió en esos años (Los que ocupan el reinado – breve - de Favila y el de su cuñado Alfonso I, sucedió en África (Rebelión de los bereberes, envío de un ejército por el Califa, batalla “de los nobles”, llegada de los “sirios” a Ceuta) o en la zona de España dominada por los emires cordobeses (luchas entre kelbíes y qaysíes, entre bereberes y árabes, o entre los descendientes de los llegados con Musa – “baladíes” y los sirios de Balch) que tanta importancia tuvieron para permitir que Alfonso I viese la ocasión propicia – adelantada por Julián en la novela anterior, “La muralla esmeralda” – para comenzar a avanzar con sus escasas tropas al sur de los montes y hacer incursiones por la meseta superior, volviendo, ante la imposibilidad de mantener allí una fuerza permanente, a su refugio asturiano llevándose con él a los cristianos de esas zonas lo que permitió, por un lado, al reino de Asturias llegar a tener la demografía suficiente para enfrentarse a los musulmanes, y, por otro, crear una zona defensiva, por la que los ejércitos islámicos, que se alimentaban sobre el terreno, tendrían dificultades para llevar contra Asturias un número importante de soldados.
Así que nuestro protagonista (Abdul) tendría que ir a todos esos sitios; pero, además, como la novela formaba parte de la serie sobre el reino de Asturias, sus actos tendrían que tener relación con este (para poder hablar sobre esas tierras de forma coherente) y, si fuera posible, acabar allí.
Como también quería, a pesar de ser consciente de mis carencias para contar de forma creíble escenas de amor, introducir una historia romántica, impr4scindible en cualquier novela que quiera interesar a todo el mundo, encontré rápidamente la forma de resolver estos puntos. Abdul estaría enamorada de una joven cristiana, y tendría dificultades para poder hacer realidad su amor. (Al estilo de Romeo y Julieta, o algo así). En principio pensé retratar en esta joven y su familia a los mozárabes, pero luego, al considerar que lo más representativo de este grupo social son los martirios de los seguidores de san Eulogio, muchos años después, dejé para otra novela a esos cristianos sometidos y decidí que Jimena (así iba a llamarse la amada de Abdul) formase parte de los cristianos liberados por Alfonso I y llevados con él a Asturias. Esto daría pie a que Abdul tomase conciencia de que el único lugar en que podría hacer realidad su amor sería llegando al reino cristiano y, una vez allí, volviendo a la fe de sus antecesores (si lo hiciera en territorio musulmán sería considerado apóstata y condenado a muerte). Pero aquí el lado sádico del autor le frustraría constantemente haciendo que tuviese que incorporarse a los diferentes ejércitos musulmanes y tomar parte en todos los acontecimientos que relaté anteriormente.
Bien, eso es todo por hoy: Pero como estoy escribiendo desde Asturias, adónde vine a pasar la Nochebuena con mi familia, y nosotros, por suerte, y gracias, en parte, a los héroes de mis novelas, no somos musulmanes sino cristianos y creemos que Dios se hizo hombre y nació de una Virgen, acontecimiento que conmemoramos esta noche, aprovecho para desear a todos los lectores de mi blog una ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

20 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA, El Muladí: El protagonista.

Iba a escribir una novela sobre un determinado grupo social, los muladíes, (los mozárabes quedaban para otra ocasión) por lo tanto el protagonista tenía que pertenecer a este sector: hispanos que, viviendo bajo el dominio musulmán, aceptaban la religión islámica. Primera elección, ¿mi protagonista iba a ser un personaje real o imaginario?
Hasta ese momento, los “héroes” de mis novelas habían sido personajes reales (Pelayo en “Pelayo, rey” y en la aún no publicada “La muralla esmeralda”, Fruela I y Alfonso II en “La Cruz de los Ángeles” y Alfonso III en la aún no concluída que cerraría la serie), así que si quería que mi personaje fuera auténtico, tendría que buscar alguno de ese grupo que hubiese destacado y del que hubiese reseñas históricas. Los más conocidos fueron, sin duda, los Banu Qasi del valle del Ebro; Fortún, el hijo del duque visigodo Casio, su hijo Musa ibn Fortún, su nieto, el más famoso, Musa ibn Musa, llamado “el tercer rey de España”, y varios de sus bisnietos y tataranietos. Pero todos ellos ya habían sido utilizados en mis novelas, cronológicamente posteriores, aunque ya escritas, y además como pertenecientes a “los malos” que se oponían a mis protagonistas, “los héroes”.
Otro muladí de gran importancia fue Ibn Hafsun, el señor de Bobastro que tuvo en jaque a los emires cordobeses durante mucho tiempo. Aunque también había aparecido en mis novelas citadas, solo lo fue de manera tangencial, lo que me permitía usarlo como protagonista en esta; además, cumplía con todos los requisitos, había luchado contra sus correligionarios musulmanes, ayudando (aunque involuntariamente) a los reyes asturianos, y al final de su vida retornó a la religión cristiana. No obstante, también lo deseché, aunque queda como opción para una próxima novela (su vida aventurera lo merece) y, como pequeño homenaje, hice que su bisabuelo tuviese una pequeña aparición en las páginas de esta novela.
A pesar de que, como he dicho, los protagonistas de mis novelas fuesen personajes reales, había disfrutado mucho elaborando aquellos otros que correspondían solamente a mi imaginación, pues podía con ellos hacer lo que quisiera. Por este motivo decidí que, por esta vez, el “héroe” sería un personaje inventado. Un muladí anónimo que, sin embargo, tuviese parte en todos los acontecimientos históricos que ocurrieron en aquellos tiempos y que estaban relatados en las crónicas, cristianas o musulmanas, de que disponía y que había estudiado para la elaboración de mis novelas.
Pero, claro, esta novela tendría que ocupar su lugar en la serie y, por lo tanto, tener relación con el reino de Asturias. Ya había hablado de Pelayo en “Pelayo, rey” y tenía escrita “La Cruz de los Ángeles”, que comenzaba con el reinado de Fruela I, así que me quedaba por llenar el hueco correspondiente a los reinados de Favila (Muy breve) y Alfonso I. La acción tendría lugar en esos años. Y en esos años la única relación entre el reino asturiano y los territorios sometidos a los musulmanes tuvo lugar al norte del Duero, donde están relacionados varios lugares que Alfonso I atacó, volviendo después a la seguridad de sus tierras asturianas, ante la imposibilidad de conquistarlas permanentemente. (Esto me vino muy bien cuando, posteriormente, escribí “La muralla esmeralda” de la que hemos hablado en las entradas anteriores del blog).
Así que mi protagonista (Abdul, le llamé, sin ningún motivo especial) sería un muladí habitante de algún pueblo (no había ciudades propiamente dichas) de la zona norte de la meseta superior. De camino a Asturias desde Madrid hay un pueblo que se llama “Villa Fáfila”, a orillas del Valderaduey, y rápidamente los adopté como sitio natal de mi protagonista, aunque el motivo que utilicé para el nombre del pueblo, fuera, a todas luces, improbable.
Se me presentaba otro problema. Los motivos que indujeron a la mayor parte de los cristianos que abrazaron la religión musulmana (los muladíes) para tal apostasía fueron egoístamente económicos (pagar menos impuestos). Un “héroe” no podía dejarse llevar por motivos tan poco nobles, así que la solución fue muy sencilla: El padre de Abdul fue quien abrazó la religión musulmana y, según las normas islámicas, sus hijos también eran musulmanes, lo quisieran o no, salvo pena de apostasía castigada con la muerte. (Dejo este apunte para aquellos que quieren comparar en pie de igualdad la religión musulmana con la cristiana y para aquellos de mis compañeros que, con motivo de enaltecer “Al Andalus”, han dicho que el próximo año (2011) celebramos los mil trescientos años de la venida de los muuslmanes.)
Bien, ya tenía mi protagonista, un joven de Villa Fáfila cuyo padre había adoptado la religión musulmana. Ahora tenía que buscar la excusa para que estuviese presente en los acontecimientos históricos de los que tenía noticias, pero eso será en próximas entradas.

16 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA II.- Muladíes y Mozárabes

Los habitantes de la península en aquellos tiempos pertenecían a varios grupos: unos minoritarios, los supervivientes de los godos que no huyeron a las tierras de los francos y se refugiaron en Asturias, las tribus de cántabros y astures, poco romanizadas y civilizadas que mantenían su independencia al norte de la cordillera cantábrica, los árabes que vinieron con Musa ibn Nosayr y los que después se les fueron añadiendo, establecidos principalmente en los valles del Ebro y Guadalquivir y en las fértiles huertas del levante peninsular, y los bereberes que cruzaron el estrecho con Tarik y a los que sus señores árabes confinaron en las menos productivas de las tierras conquistadas, las zonas montañosas de ambas mesetas.
Sin embargo, la mayor parte de los habitantes de España eran los descendientes de los romanizados iberos, celtíberos y celtas, llamados por eso hispanorromanos y que, después de la conquista árabe se dividieron en dos grandes grupos por mor de su religión: Los “Mozárabes”, que se mantuvieron fieles a la religión cristiana, aunque asimilando, bien de grado o por la fuerza, muchas de sus costumbres, de ahí su nombre (“Mostaarab”, los que quieren ser como árabes) y los “Muladíes”, aquellos que por diferentes motivos (Pagar menos impuestos, subir en la escala social, poder acceder a cargos públicos…) adoptaron la religión Islámica (Los “Muwallad”, los adoptados)
De estos grupos pretendía hablar en mis novelas, de los muladíes en esta, “El Muladí”, y de los mozárabes en otra posterior, que no pudo denominarse “El mozárabe” por haber ya una con ese nombre y que, con la originalidad que me caracteriza, titulé “Los mozárabes”.
Y, como ya tenía experiencia y comenzaba a considerarme un escritor, pues aparte de “La Cruz de la Victoria” (Que estaba a punto de publicarse con el título “Pelayo, rey”) y “La Cruz de los ángeles”, tenía ya casi acabada “La caja de las ágatas” (Que posteriormente tomaría el título abandonado de “La Cruz de la Victoria), decidí hacer un esquema previo de la novela antes de ponerme a escribir. Y del que hablaremos en la siguiente entrada.

12 de diciembre de 2010

TERCERA NOVELA. “El Muladí”. El motivo.

Bien, acabados ya los comentarios acerca de “La Muralla Esmeralda”, al menos hasta que se publique, o esté a punto de hacerlo, comenzamos a hablar de la tercera: “El Muladí”
Ya dije cuando hicimos el estudio conjunto de todas las novelas, que “El Muladí” se concibió (y comenzó a escribirse) después de haber finalizado la que le sigue, “La Cruz de los Ángeles”. Repito, porque hace ya tiempo que lo expliqué y puede haber (con toda seguridad) lectores que se hayan incorporado al blog con posterioridad, que paso mis vacaciones en Andalucía, región en la que quedan multitud de influencias de la época (siete siglos, es decir, más tiempo del que ha transcurrido desde el fin de la Reconquista hasta nuestros días) en que estuvieron bajo la dominación musulmana; costumbres, topónimos y otros conceptos nos retrotraen indefectiblemente a esa época.
Tengo muchos y buenos amigos en Torre del Mar, Málaga. Por supuesto que no son musulmanes, pero no reniegan de lo bueno que pudo tener su influencia en esas tierras (que lo hubo, al igual que algo de malo también). En mis novelas, como corresponde a novelas de aventuras, hay “buenos” y “malos”; y el papel de los “malos” les corresponde siempre a los musulmanes. Y quería dedicarles una pequeña compensación.
Por otro lado, aunque mis novelas quieren narrar la historia del reino de Asturias, no puedo dejar de lado el hecho de que la mayor parte de España estuvo, largo tiempo, bajo la dominación musulmana y que sus habitantes, los descendientes de los hispanorromanos, se dividieron en dos grandes categorías: Los muladíes (“muwallad”, hijos de madre no árabe) y los mozárabes (“Mostaarab”, los que quieren ser como árabes). Estos dos grupos formaron durante mucho tiempo la mayoría de la población de la Península, pues los musulmanes invasores, árabes y bereberes, no dejaron de ser una minoría, dominadora, por supuesto, pero minoría al fin y al cabo; y el pequeño reino asturiano también tenía una población escasa, tanto de astures y cántabros, como de hispanos y godos fugitivos, al menos hasta que la expansión territorial y la emigración voluntaria o forzosa de cristianos desde las tierras sometidas a los musulmanes hacia el norte diese al reino de Asturias y a sus sucesores la posibilidad de competir en condiciones más igualitarias con el emirato cordobés.
Así que en esta novela, el papel protagonista y la mayor parte de las aventuras les ocurren a representantes de estos grupos; aunque, como parte de una saga, hay capítulos que transcurren en Asturias y los personajes de las novelas anteriores y posteriores también tienen su papel. Lo que, como se verá, me crea más de un problema.

5 de diciembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; Los encabezamientos

Cuando escribí mi primera novela, decidí, no me acuerdo cómo ni en qué momento, encabezar cada capítulo con una frase de alguna de las muchas fuentes consultadas, tanto de historia como de leyendas, que hiciera relación a lo que en el capítulo se iba a tratar. Quizá fuera un deseo de mi subconsciente de dejar de manifiesto todo el trabajo de lectura e investigación que había detrás de cada párrafo.
Sea como fuere, así quedó elaborada la novela, y del mismo modo redacté la segunda que escribí (“La Cruz de los Ángeles”), excepto el encabezamiento del capítulo dedicado a la conquista de Lisboa, para el que no encontré ninguna cita, como ya dije en la entrada del blog referente a esa novela en la que pedía ayuda a mis lectores y a la que tan amablemente respondieron tanto Javier Serra como María de Lombas (Aunque el problema sigue latente y volveremos sobre él en próximas entradas).
Respecto a la tercera (“El Muladí”), seguí la misma estructura y así están encabezados los capítulos, al menos la mayor parte, y para los que aún no he encontrado frases adecuadas, no me preocupa mucho, pues aún falta para que esa novela esté próxima a publicarse.
Esa misma técnica pensaba seguir en el resto de novelas, pues ya era algo así como un signo de identidad de la serie.
Pero con la “Muralla esmeralda” se me presenta un problema nuevo; Ya he dicho que nada hay en las crónicas asturianas ni en las islámicas sobre los acontecimientos que ocurrieran en ese tiempo en el reino de Asturias. Para los capítulos que narran las aventuras de nuestros viajeros en las tierras sometidas a los musulmanes, tengo multitud de opciones en los relatos del “Ajbar Machmua”, el “Ibn Idari” o el “Al Makkari”, entre otros. Mas por mucho que he buscado, no he encontrado ninguna frase que emplear en los capítulos dedicados a Pelayo y la vida en el reino asturiano.
Así que, a simple vista, tengo tres soluciones: Dejar sin encabezamientos esos capítulos (No me gusta nada); Dejar esa novela sin encabezamientos, perdiendo la identidad de la serie (Incluso podría suprimirlos en las demás, dejándolos únicamente en la ya publicada, como origen de la serie, y evitándome así problemas en el resto, lo que tampoco me gusta); O utilizar para los capítulos en los que no encuentre nada en las crónicas, unos párrafos de una canción (ficticia) escrita presuntamente un poco después de la muerte de Pelayo por algún autor desconocido y para lo que puedo recurrir a unos folios de ese estilo que escribí hace tiempo y que, debido a su bajísima calidad literaria, descarté hace tiempo y tengo guardados en algún sitio olvidado. Esta última opción me parece la menos mala, pero quizá adolezca de excesiva presunción y perjudique al texto de la novela.
Me gustaría que, respecto a este tema, se disipase, aunque fuera momentáneamente, la timidez o pereza de mis lectores y me enviasen comentarios manifestando su opinión. Prometo tenerlos en cuenta.

4 de diciembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; El nombre

Ya dije que, por primera y, hasta el momento, última vez, que me había ocurrido desde que comencé a escribir historias, esta novela fue redactada por encargo de los editores, como continuación de “Pelayo, rey”. Así que, en un principio, en su denominación iba a constar esta circunstancia; algo así como “Pelayo, rey, segunda parte” o “Nuevas aventuras de Pelayo” o cualquier otro título más afortunado que los expuestos pero de parecida orientación (Total, luego, los editores pondrían el nombre que ellos quisieran, como ocurrió, y ya he contado, con “Pelayo, rey”, originalmente denominado por mí (Y así consta en el registro de la propiedad intelectual) como “La Cruz de la Victoria”
Pero, en uno de mis viajes para documentarme y/o inspirarme en lo relativo a esta novela, pasé una vez más por la senda del oso, subiendo desde Trubia al Puerto Ventana. Ya que “Pelayo, rey” había comenzado allí (Excepto el prólogo que, a sugerencia de los editores, contaba la muerte de Favila a manos de Witiza en Tuy) y allí había terminado (Excepto el epílogo que, esta vez por decisión mía, contaba la entronización de Pelayo como rey en el “Campo de la Jura” a las afueras de Cangas de Onís), decidí comenzar esta continuación en los mismos lugares que en el primer libro, y narrar un encuentro de Pelayo, ya como rey de Asturias, con algunos montañeses astures de esa zona occidental, alejada del macizo oriental de los Picos de Europa, donde se situaban casi todas las acciones de la anterior novela, reticentes a aceptar su autoridad. Pretendía así hacer extensiva la adhesión a Pelayo de todos los astures, a lo largo de la cordillera.
Un inciso, la manera de que Pelayo consigue hacerse respetar y querer por los montañeses es una de las principales pegas que los editores han puesto a esta novela, hasta el punto que me han pedido que la cambie. Como a mí me gusta y parece que, al fin, no muestran interés por editarla y voy a acabar haciéndolo yo mismo (Quiero hacer una presentación en primavera, con la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Santa María de los Rosales), voy a permitirme el lujo de mantenerla y que sean los lectores los que la juzguen.
Una vez visitados todos los lugares que me interesaban, seguí hacia el puerto para volver a Madrid por ese camino menos habitual. Mientras iba conduciendo, iba pensando en la tesis principal de la novela: la duda de Pelayo entre intentar recuperar los territorios perdidos ante los musulmanes (Esto es, comenzar la Reconquista), o aguardar tiempos más propicios, consolidando sus posesiones asturianas y protegido por… En ese momento tuve la idea; la vertiente septentrional de los picos de Europa es agreste, pronunciada y, sobre todo, completamente llena de verdor. La abundante vegetación cubre todas las laderas no dejando ver, al contrario que la meridional, la que da a la meseta, un solo palmo del suelo que no sea completamente verde, en todos sus matices. Esa era la protección del pequeño y naciente reino de Pelayo y así se llamaría mi novela: LA MURALLA ESMERALDA. Con este nombre está inscrita en el registro de la propiedad intelectual y con este nombre se publicará. (Si soy yo en persona quien lo hago, seguro. Y sí mis editores actuales o cualesquiera otros se deciden a hacerlo, lucharé porque, esta vez, el nombre se mantenga)
Como, si Dios quiere, esta será la próxima de mis novelas que vea la luz, aún quedan unos pequeños flecos literarios por resolver, para los que pediré ayuda a los lectores de mi blog en la próxima entrada.

2 de diciembre de 2010

SEGUNDA NOVELA; PLANIFICACIÓN III (Los viajeros II)

Retomamos el hilo de la segunda novela y, dentro de ella, de las peripecias de los viajeros.
Les habíamos dejado en Córdoba, capital del emirato islámico y donde habían intervenido, a su pesar, en las luchas internas entre qaysíes y kelbíes. La misión que les había encargado su rey ya estaba cumplida y solo quedaba volver para informar de todo lo averiguado. Pero debido a esa intervención, la vuelta resultaba complicada. Uno de ellos estaba encarcelado, otro no podía dejar su “tapadera” de servidor de un noble musulmán sin desvelar el verdadero carácter de su misión, y el tercero no sabía qué hacer, si seguir intentando ayudar a sus compañeros, poniendo en peligro el resultado de la misión, o abandonarlos para cumplirla.
Todo esto no sucedía solo por el devenir lógico de la trama, sino porque en esos tiempos estaban sucediendo cosas en otras partes del mundo que estaba interesado en contar y procuré ingeniármelas para que los protagonistas tuvieran ocasión de ser testigos de ellas.
Y también porque hacía poco que había acabado otra de mis novelas, “El muladí” (tercera, tanto en el orden en que fueron escritas, como en su lugar cronológico en el devenir de la historia, aunque en su elaboración le precedió “La Cruz de los Ángeles” y en la historia sus sucesos ocurren justo después de la que estamos tratando ahora) y en ella el protagonista intentaba volver junto a su amada, lo que era impedido una y otra vez por las mil calamidades que el autor de la novela le hacía sufrir. Este recurso me había satisfecho bastante (debo tener un lado sádico) y decidí volver a emplearlo en la historia actual.
Sea por uno u otro motivo, o por ambos a la vez, las circunstancias separan a nuestros protagonistas, Julián es llevado a Egipto, donde es testigo (y los lectores con él) de una escena relatada con todo lujo de detalles por el “Ajbar Machmua” en la traducción de Lafuente Alcántara, en la que se pone de manifiesto como el sentimiento de lealtad hacia su jefe o patrón es consustancial al espíritu islámico (no todo iban a ser críticas hacia esa sociedad) y que aquí intentaremos resumir: Un árabe, de nombre Al Hadjjad, había alcanzado gran poder como visir de los califas Abdelmelic, Walid y Yezid, pero, tras su muerte y la de éste último califa, bajo el reinado de su sucesor Hixem, la familia de Al Hadjjad cayó en desgracia y su hijo Ocba ibn al Hadjjad tuvo que huir de Damasco y refugiarse en Egipto. El gobernador de este país, Obaidallah era nieto de Al Harits (el labrador), quien a su vez había sido esclavo del citado Al Hadjjad quien le liberó. Cuando Obaidallah recibió al hijo del patrón de su abuelo se llenó de alegría y, lejos de tratarle como un pobre exiliado, le ofreció el mando de una de las provincias que estaban bajo su autoridad, causando el enfado de sus propios hijos, quienes le avisan de que eso puede causarle la pérdida del favor del Califa. Obaidallah les responde: “Pongo a Allah y a vosotros por testigos, aunque para testigo, con solo Allah es suficiente, de que éste es Ocba, hijo de Al Haddjjad, y de que Al Haddjjad dio la libertad a su esclavo Al Harits, mi abuelo, y de que mis hijos son juguete del demonio que los ha llenado de soberbia. Quiero declararme públicamente exento ante Allah de toda impiedad e ingratitud con Él y con éste, el patrono de mi familia, pues he temido que mis hijos llegasen a renegar de los preceptos de Allah, desconociendo los derechos de patronato en este hombre y en su padre, y que incurriesen en la maldición divina y en la de los hombres. Pues me han contado que el profeta de Allah dijo: maldito aquél que se gloría de pertenecer a una familia que le es extraña: maldito aquél que desconoce a su bienhechor. Y que Abú Becr as Sidic dijo : Impío es quien reniega de sus parientes, por remotos que sean; impío es quien presume de pertenecer a una familia extraña. Mirando por vosotros tanto como por mí mismo, he querido, hijos míos, evitaros la maldición de Allah y de las gentes. Y en cuanto a lo que dijisteis de que incurriría en el enojo del emir de los creyentes por lo que hago, lejos de eso, el emir de los creyentes, cuya vida Allah guarde muchos años, es sobrado magnánimo y sabedor de los decretos de Allah y observador de sus mandatos para que lo lleve a mal, como erróneamente suponéis. Antes bien, recibirá noticias de mis actos con complacencia”.
Después de esto, Ocba escogió aceptar el gobierno de España diciendo: “Me agrada la Yihad, y Al Andalus es el mejor palenque” Lo que me da ocasión para que Julián vuelva, con este árabe que le adopta como sirviente, a España y acabe reuniéndose en dramáticas circunstancias, con su amigo y rey, Pelayo.
Por otra parte, Alarico, el joven godo, vive una historia romántica con una joven de Ceuta que resulta ser hija de Florinda “La Cava”, la mujer que, deshonrada por el rey Rodrigo, fue una de las causas de la invasión musulmana en el año 711. No obstante, obligado por su deber, la abandona, a su pesar, para volver a Asturias a informar a Pelayo, lo que hace (de nuevo el autor interviene en forma de hado maléfico, estorbando los propósitos del protagonista) pasando por Mallorca (Un pequeño tributo a mis amigos de esa isla, la familia Rullán), llegando al reino de los francos, donde se alista en ls huestes de Carlos Martel y participa en la batalla de Poitiers, para el resto de los europeos más famosa y trascendente que la de Covadonga. Allí se encuentra con Xinto, el astur, que también ha participado en la batalla, pero en el bando de los musulmanes, y, traspasándole el encargo de volver a informar a Pelayo, vuelve a Ceuta en busca de su amor. (Ya le había hecho sufrir demasiado, además unos hijos suyos y de Florinda serían descendientes del último rey godo, don Rodrigo, y podrían tener protagonismo en novelas posteriores. Aún no les he utilizado, pero la posibilidad queda abierta)
Y Xinto, al fin, vuelve a Asturias, pasando por Benasque (Otro pequeño homenaje a la familia Valero, propietaria del Gran Hotel Benasque, donde me he alojado cuando he ido a esquiar a Cerler), casi a la vez que Julián, momento en que todas las tramas confluyen y la historia llega a su fin. Con esto termina la novela, pero aún no he dicho cómo se llama esta novela. Queda para la próxima entrada.