28 de octubre de 2010

UN OBJETIVO

Lo primero que me tenía que plantear al escribir la novela era saber lo que iba a pasar en ella. (La experiencia de “Pelayo, rey” en la que comencé a escribir sin saber realmente lo que iba a suceder, no ya en el siguiente capítulo, sino a veces en el siguiente párrafo no me ha vuelto a suceder). Como dije en la entrada anterior, nada había en las crónicas sobre esos años, y tenía que inventármelo.
Con la victoria de Covadonga había comenzado una epopeya que culminaría, 770 años después con la reunificación, bajo reinos cristianos, de los territorios invadidos por los musulmanes: La Reconquista. Según muchos historiadores, esto no fue una tarea persistente, sino que en ella hubo pausas, avances y retrocesos. Incluso algunos dicen que no fue una tarea consciente de los diferentes reinos cristianos, sino que se consiguió poco menos que sin querer, por el deterioro de los diferentes estados islámicos. Otros, sin embargo, mantienen que la idea de recobrar los territorios perdidos en el 711 fue una constante de las intenciones en los diferentes reinos cristianos de España durante ese tiempo. Teoría ésta que me resulta mucho más consistente y, por supuesto, mucho más atrayente para la trama de una serie de novelas.
Pero, de ser eso cierto, ¿Cuándo comenzó esa idea a tomar forma en las voluntades de los soberanos españoles? ¿Ya Pelayo era consciente de que gobernaba una isla de cristiandad en medio de un océano islámico, y que una de sus misiones era, no solo gobernar a sus súbditos, sino también liberar del dominio musulmán a los hispanos que vivían en los territorios gobernados por los emires cordobeses y recuperar los territorios perdidos en la invasión de Tarik y Musa? Esa es la cuestión que aborda esta novela y que está presente en todos sus capítulos, del primero al último.
¿Y cuál es la respuesta a esa pregunta? Pues ni el propio Pelayo lo sabía (al menos, en la ficción novelesca) Y, por su afán de averiguarlo, pasa lo que pasa en la novela y, sin desvelar las pocas dosis de intriga, lo iremos relatando en las próximas entradas.

23 de octubre de 2010

LA CONTINUACIÓN

Creo que hemos diseccionado todo lo posible mi novela, “Pelayo, rey”. Hemos hablado de cómo se concibió, cómo se realizó, cómo llegó a publicarse, de las investigaciones y viajes efectuados, de sus personajes… ya poco más se puede decir a no ser que haya intervenciones de los lectores pidiendo aclaraciones, expresando opiniones o (¡qué bueno sería!) iniciando controversias, que muchas hay posibles.
Mientras no se dé este supuesto, hora es ya de pasar a las siguientes novelas, aunque no estén aún publicadas. Cuando, hace ya unos meses, inicié este blog y hablé de cómo se fueron gestando, lo hice en orden cronológico de cómo fueron escritas. Pero ahora vamos a seguir el discurrir de la historia de Asturias, que es cómo, creo yo, se deben leer. Y, después de la historia que cuenta la forma en que el joven godo, Pelayo, llegó a ser el primer rey asturiano, viene la que narra los hechos acontecidos en su reinado, que dura desde la batalla de Covadonga, en el 722 (Sigo las tesis de Sánchez Albornoz) hasta su muerte en el año 737. Quince años de los que ninguna noticia nos dan las crónicas asturianas, en las que me había basado para los datos históricos de la primera novela, ni las de los musulmanes, que se limitan a narrar lo sucedido (mucho y muy interesante) en la España dominada por ellos. Esto me había hecho pasar por alto esa época hasta que fueron los propios editores quienes me pidieron una continuación de “Pelayo, rey”.
Escribir la novela me costó mucho menos que conseguir que se llegue a publicar. Es hoy el día en que aún no lo veo nada claro, y aunque la Asociación de Antiguos Alumnos del colegio ya tiene planificado, para la próxima primavera, la presentación del libro, Imágica ediciones aún no se ha decidido. Ya veremos en qué acaba todo esto (que se publique, que no se haga, que sea otra editorial, o que, al fin, lo edite yo mismo, son solo algunas de las posibilidades que estoy barajando)
Y de la trama, ¿qué? ¿No es de eso de lo que iba a hablar? Pues sí, pero en la próxima entrada. ¡Hasta entonces!

17 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (y VI) Los astures.

He dejado para el final al grupo de personajes por el que siento más cariño. Aunque tengo que reconocer que respecto a ellos estoy un poco desconcertado. Como he dicho numerosas veces, aunque ni he nacido, ni me he criado, ni he vivido regularmente en Asturias, me siento absolutamente Asturiano. Asturianos fueron mis padres (de Luanco mi padre y, aunque cubana, hija de asturiano, de Cenero, mi madre), asturianos mis abuelos y así sucesivamente.
Hace unos años dediqué uno de los veranos que pasaba en mi tierra para ir de archivo parroquial en archivo parroquial elaborando mi árbol genealógico (Lo tengo colgado en Genoom y allí mis parientes van añadiendo los datos que saben, aunque nadie se ha tomado un trabajo similar al mío); llegué lo más lejos posible en todas las ramas, hasta que la falta de datos, archivos perdidos, quemados en la Guerra Civil (la barbarie sin sentido es algo consustancial, por desgracia, con los seres humanos – algunos-), ilegibles etc., me impedían seguir. No obstante, en algunas de ellas llegué hasta el año mil quinientos y pico. Y casi todas ellas en el territorio del actual concejo de Gozón (que no coincide exactamente con el del medieval condado de Gauzón, uno de los referentes de mis novelas)
Pero a pesar de todos mis esfuerzos, no he aclarado una duda. ¿Desciendo de los astures establecidos desde antiguo en estas tierras y que lucharon (tema de una próxima novela) defendiendo su independencia contra los romanos, godos y musulmanes? ¿O de los hispanoromanos que también, según los estudios histórico-arqueológicos, llevan allí desde principios de nuestra era? ¿Estamos hablando de grupos humanos diferentes o son, básicamente, el mismo, con la única salvedad de el momento, anterior o posterior, en que adoptan el lenguaje, la religión, la cultura y las costumbres más “civilizadas” de los romanos?
No soy historiador ni arqueólogo. Simplemente, y con muchas limitaciones, un aprendiz de novelista. Así que, sin más razones que mi intuición, adopté la tesis de que no hay más que un pueblo asturiano que, gradualmente y según están más en contacto con los romanos, van asimilándose a éstos. Finalizando esta unión en el transcurso de la novela, con la intervención esencial del AMOR que nuestro protagonista siente por Gaudiosa y de la AMISTAD que le une a Julián. Recuerdo unas palabras que le hice pronunciar a Pelayo en su discurso ante sus seguidores: “No más godos, no más hispanos, no más astures… ¡Todos asturianos!”, históricamente improbables, pero de gran efecto novelesco. Aunque tengo que reconocer que en su novela “Los clamores de la tierra”, que ya he citado en otras ocasiones, Fulgencio Argüelles, mucho más erudito en estos temas que yo, coloca en tiempo de Ramiro I una rebelión de tribus astures paganas contra los súbditos cristianos de este rey, godos e hispanos. Esto tiene su base en las crónicas de tiempos de Alfonso III (nieto de Ramiro I), que relatan que este rey acabó con los “magos”. Bien, pudiera ser que la unión que yo imagino en tiempos de Pelayo no hubiera sido total y que existiesen cien años después tribus aún con costumbres paganas y que no aceptasen la dominación de los reyes asturianos, aunque la rebelión de Pelayo no habría podido llevarse a cabo sin la cooperación de algunas o muchas de dichas tribus.
Y vayamos ya con los personajes: Todos inventados, por supuesto, ya que no hay testimonios escritos de ninguno.
De Gaudiosa, la esposa de Pelayo, ya dije que nada hay que permita suponerla perteneciente a los astures, salvo la imaginación del autor.
Su padre, el jefe Otur, tiene (¿debo avergonzarme por decirlo?) una pequeña influencia, sobre todo estética, en el jefe galo de Astérix, Abraracourcix. Y es un ejemplo para otros líderes más preparados intelectualmente, pero menos conocedores de la idiosincrasia de sus súbditos. Su nombre está tomado de un pueblo, cerca de Cudillero, del que son originarios los dueños de dos bares situados cerca de mi casa de Madrid.
Su sucesor, el jefe Cueto (nombre típicamente asturiano, pero que, al adjudicárselo no caí en la cuenta de que coincidía con el apellido de un amigo, docto profesor de Avilés, que me hizo la presentación de la novela en el Fnac de Oviedo y que, durante ella, ironizó (mientras yo le escuchaba tremendamente avergonzado) sobre los defectos que yo le había atribuído. (Glotonería, pereza, etc.) Declaro solemnemente que ninguno de ellos le corresponden y que, si volviera a escribir la novela, o bien cambiaría el nombre – más bien apodo – de este personaje, o le retrataría de otra manera. No obstante, quise retratar en él, cómo es sorprendente que algunos personajes de estas características, absolutamente inútiles en otros aspectos de la vida, tienen una larga y exitosa carrera política. (Y alguno, sin duda, tuve en mi imaginación mientras escribía)
Pedro, “el raposu”, ambicioso, cobarde y traidor. ¿Cómo pude describir así a un asturiano? Bien, si había personajes así de viles entre los musulmanes y los godos, tenía que hacer realidad el refrán de que “en todas partes cuecen habas”. Y así se realzarían más las virtudes de los protagonistas.
Y el más joven, Xuan, “el roxín” (el pelirrojo). Típico personaje asturiano: decidido, emprendedor, al que no se le pone nada por delante… ¿somos así? Posiblemente no, pero para los que lo duden, hay una página en Internet “diferencias-de-un-asturiano-con-el-resto”, bastante graciosa. Si alguien quiere pasar un rato divertido, puede pinchar en: http://www.scribd.com/doc/464517/Diferencias-de-un-asturiano-con-el-resto

12 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (V) Los musulmanes.

En los tiempos de la invasión islámica el jefe supremo de los musulmanes era el Califa Al-Walid. Fue él quien, a instancias de su subordinado Musa ibn Nusayr, decidió la invasión de la península. Pero, puesto que nunca se acercó a ella, solo sale en la novela por referencias.
Musa ibn Nusayr era el emir (gobernador) de Ifriquiya (Norte de África). Ante la petición de ayuda ejercida por el conde Julián en nombre de Oppas y sus sobrinos, los hijos de Witiza (según las leyendas), y tras la autorización de su superior el califa, organiza la invasión. En la novela se le presenta como ambicioso (y debió serlo, pues el califa le ordenó viajar a Damasco para rendirle cuentas, sospechando que se había apropiado de más de lo que le correspondía), como receloso (para no comprometer a sus tropas de élite, árabes llegados desde aquellas lejanas tierras, envió primero a uno de sus subordinados, Tarif ibn Malluk para reconocer el terreno y después a otro, Tarik ibn Ziyad, antiguo esclavo suyo y natural del norte de África, el auténtico conquistador, al mando de diez mil musulmanes, bereberes como él), envidioso (ante los triunfos de Tarik viaja en persona a la península para ser él quien reciba los honores del vencedor) y astuto (cuando los godos partidarios de los hijos de Witiza creen que los musulmanes victoriosos van a colocar a éstos en el trono y contentarse con la recompensa prometida, Musa les sorprende reclamando los territorios ganados para el Califa)
Tarik ibn Ziyad, al igual que su superior Musa, aparece poco en las páginas de la novela, y solo en las acciones que la historia y las leyendas le adjudican.
Abd al-Azziz, el segundo emir, hijo de Musa, sale un poco más porque se casa con la viuda de Rodrigo, Egilona y, según las leyendas, a instancias de ésta realiza acciones contrarias a sus costumbres y religión (utiliza una corona, hace que se inclinen ante él…) lo que causa su asesinato a manos de sus compañeros.
Los siguientes emires Al Hurr, Al Samah y Al Gafequi tienen poca intervención, y solo con los actos que de ellos se saben, bien por la Historia o bien por las leyendas.
El sexto emir, Ambassa, es (según algunos autores) el que gobierna en España cuando la rebelión de Pelayo y así lo consideramos en la novela.
Alqama, un jefe bereber, es el que manda el cuerpo expedicionario enviado por Ambassa para acabar con Pelayo y sus seguidores (treinta asnos salvajes, según las crónicas musulmanas).
Hemos dejado para el final al que le hemos reservado el papel del villano entre los villanos, Munuza. Gobernador de Gigia (Gijón), según las leyendas, su pasión por la hermana de Pelayo, Adosinda, es la causante en primer lugar de la rebelión de éste y, en definitiva, de la expulsión de los musulmanes de Asturias. El autor de la novela es consciente de que, con toda probabilidad, la historia de Munuza sea una invención de los cronistas basada en otro Munuza (éste real), que se casa con la hija del duque de Aquitania, Eudes, y se rebela contra su emir. Pero un Munuza ambicioso, concupiscente, cobarde y traidor quedaba muy bien como el último enemigo derrotado por nuestro héroe, y así decidimos finalizar la novela.
Por último, hay varios personajes sin importancia personal, pero que simbolizan la enemistad entre las dos grandes familias de tribus árabes que llegaron a la península, Qaysíes y Kelbíes, que tanto favoreció a los cristianos en los primeros años de la reconquista (Sin contar el odio entre ambas y los bereberes) Y que no son más que el precedente de las luchas entre Chiitas y Sunnitas que persisten en la actualidad.

11 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (IV) Los godos enemigos.

 En este apartado introduciremos a todos los Witizianos; El primero, el rey Egica, sale solo por referencias en los primeros capítulos, y no tiene importancia en la novela. 
Su hijo, Witiza, sí es un personaje controvertido. Los relatos que tenemos sobre él, escritos en la España musulmana por autores mozárabes, hablan bastante bien de él, y lo mismo se puede decir de los escritores musulmanes (Y cómo no, si uno de ellos, ibn al-Qutia, era su bisnieto. Tengo prometido contar algunas anécdotas sobre éste y no lo olvido. Solo espero el momento adecuado) Sin embargo, los autores cristianos posteriores, que escriben años después bajo el gobierno de los sucesores de Pelayo, le hacen el paradigma de todos los defectos (Ambición, odio, concupiscencia, herejía, pues le acusan de ser proclive al arrianismo, etc.). Esto es completamente lógico. La mayor parte de los godos que permanecieron en la España sometida a los musulmanes pertenecían al grupo de los seguidores de Witiza, que eran los que habían pactado, a veces a su pesar, con los invasores; el arrianismo era una herejía que, al negar la naturaleza divina de Cristo, hacía más fácil la conciliación con las creencias islamistas (No olvidemos que Alá es el mismo Dios – Yaveh – de los judíos y de los cristianos; y que el propio Jesús es considerado un profeta por los musulmanes, aunque inferior a Mahoma). Por otro lado, los godos que huyeron a buscar refugio en tierras cristianas eran mayoritariamente los seguidores de Rodrigo, enemigos de los Witizianos, rey que, según la leyenda, había hecho asesinar al padre de Pelayo y había perseguido a éste. Naturalmente, puesto que Pelayo era mi héroe, acepté la versión de sus seguidores y cargué las tintas sobre Witiza, adoptando todos sus defectos, aunque dándole un cierto tinte de autoridad y valor para que fuera un adversario a la altura de nuestro protagonista. 
Según las leyendas (aunque hay infinidad de versiones), Witiza tenía dos hermanos, Oppas y Sisberto. Tengo que reconocer que me divertí mucho al describirles, haciéndoles completamente diferentes entre sí. Oppas inteligente, astuto, algo cobarde… y Sisberto torpe hasta rozar la estulticia, pero enorme, fuerte y hábil con las armas. Tendría que ser así, para poder competir con Rodrigo, el mentor de nuestro héroe, tan majestuoso como Witiza, tan inteligente como Oppas y tan buen luchador como Sisberto, cualidades que, cuando Rodrigo se deja llevar por su “lado malo”, son heredadas por Pelayo convirtiéndole en el héroe capaz de las mayores proezas. 
Hubo nobles godos que pactaron con los musulmanes y adoptaron su religión para conservar sus posesiones. Los más conocidos son el duque Casio y su hijo Fortún, que dieron origen a la poderosa familia de los banu Qasi, señores del valle del Ebro, y Teodomiro (Tudmir) en la región de Murcia.
Otros godos menos importantes aparecen por las páginas de la novela. Cuando, a petición de los editores, escribí el prólogo que tiene lugar en Tuy, aproveché para introducir a un witiziano, Sigmundo, y otro, Atanagildo, conde de Brigantium (Betanzos),  seguidor de Rodrigo. Ambos, por sí o por sus descendientes, aparecerán en la siguiente novela, “La muralla esmeralda”, representando a las dos facciones. 
Por último, casi al final de la novela aparece otro godo seguidor de  Witiza, Berbio, por supuesto, ambicioso, cobarde y traidor (pertenece al grupo de los “malos”), aunque también adjudiqué esos defectos a un seguidor de Rodrigo, Astulfo. Quizá como contraposición a los dos “decanus” de Pelayo que olvidé citar en la entrada anterior, Alderico y Viterico, fieles y eficaces. Todos estos personajes secundarios aparecen para dar ocasión a que los protagonistas realicen sus acciones, y, sobre todo, porque la historia no la escriben solo los grandes hombres, sino también, y posiblemente más, los personajes anónimos (aunque en este caso si tengan nombre) 
Y voy a citar aquí, aunque no sea el lugar que le corresponde, pues no era godo, a alguien que tiene una importancia capital, según las leyendas, en los acontecimientos históricos que justifican esta novela. El conde Julián, de Ceuta (Olbán según otros autores) era un bereber cristiano, vasallo de Witiza, que pertenece a ese bando por lealtad y que odia a Rodrigo por haber violado a su hija Florinda, y que, debido a eso, propicia la entrada en España de los mulmanes. A pesar de formar parte del grupo de los “malos”, no es un malvado, sino que sus actos están dictados por sentimientos loables (lealtad a su señor, amor a su hija…) y, sin embargo, es quien mayor parte tiene en la pérdida de España. Un ejemplo más de que todos los protagonistas son, independientemente de sus sentimientos, simples agentes del Destino.

9 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES III ( Los godos amigos)

El principio de la vida de Pelayo (y de la novela) transcurre durante el tiempo en que el reino godo de Toledo domina la península ibérica; por lo tanto será de estos de los que hablaremos primero. Y los podemos dividir en dos grandes grupos: los amigos y los enemigos.
En el primer grupo tenemos, cómo no, al último rey godo, don Rodrigo. Hay multitud de leyendas sobre él, y muchas están recogidas en la novela. Todas le hacen responsable de la pérdida de España por su codicia (episodio de la cripta de la catedral) o por su concupiscencia (leyenda de Florinda, “la cava”), aunque también hacen hincapié en su arrepentimiento final (historia del ermitaño, la cueva y la serpiente en Viseu). Había que tener en cuenta que Rodrigo era pariente de Pelayo (Durante los últimos años del reino godo, las elecciones al trono eran una disputa entre dos grandes grupos de familia, los descendientes de Wamba y los de Chindasvinto. A la primera pertenecía el rey Egica y su hijo Witiza. Por la enemistad con éstos, y porque así nos lo dicen las Crónicas, - aunque su fiabilidad no sea excesiva - Pelayo y Rodrigo formaban parte del segundo grupo) Ya que nuestro héroe formó en su corte como “espatario”, no me pareció oportuno hacer de él un personaje vil, que no podría despertar la admiración ni la lealtad del protagonista, sino que aproveché para darle una personalidad atrayente que, una vez coronado, se deja dominar por sus pasiones, cumpliéndose en él la famosa frase de lord Acton (“el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”) y de paso, hacer que Pelayo recibiese una lección, dura, pero necesaria, para hacer de él en el futuro un buen rey.
Según las citadas crónicas, los invasores musulmanes habían derrotado en una escaramuza a las tropas godas de Andalucía, antes de que llegase desde el norte el rey Rodrigo con el grueso del ejército, y en esa lucha había perdido la vida un sobrino del rey llamada Bencio según algunos y Sancho según otros. No fue difícil hacer de Bencio un joven, primo de Pelayo y que, junto a él y a otros jóvenes nobles, pasa el tiempo en la corte de Toledo hasta que es enviado por su tío a gobernar Andalucía (Rodrigo, antes de su coronación, era el duque de la Bética, y parece lógico que, al acceder al trono, deje su antiguo cargo en manos de alguno de sus parientes) Esto me dio pie a dedicar algún capítulo a la ociosa vida de los jóvenes en Toledo, entrenándose para su única ocupación, las batallas, en contraposición del laborioso Julián. Y también para escenas de rivalidad con los witizianos, especialmente con Sisberto.
Otro de los jóvenes parientes de Rodrigo que intervienen en la novela responde al nombre de Teudefredo. Algunos escritos, no demasiado de fiar, hablan de un tal Teudefredo, padre de Rodrigo, a quien el rey Witiza habría mandado sacar los ojos por rebelarse contra él. Deseché esa leyenda por no parecerme de acuerdo con la personalidad de Rodrigo que permaneciera impasible y fiel al rey ante tamaña afrenta, y porque las edades que adjudiqué a ambos (muy meditadas en razón a los acontecimientos históricos en que tomaban parte) lo hacían improbable. Pero sí que utilicé el nombre para este noble, sobrino carnal de Rodrigo y nieto, por tanto, del Teudefredo citado por dicha crónica. El resto de sus acciones y su personalidad son imaginarias (al igual que las del anteriormente citado Bencio), y aproveché para darle un carácter impulsivo que, al enfrentarse a Witiza, hace que Pelayo dé muestras de una de sus virtudes principales, la lealtad, y le cause un destierro providencial que le lleva, de nuevo, a su querida Asturias.
De más edad que éstos, y, posiblemente, más real, el duque Pedro aparece en las crónicas como señor de Cantabria. Tiene importancia en esta novela, dónde aparece como ejemplo de guerrero y de líder, jefe del ejército godo y pariente también de Pelayo, aunque algo más lejano que los otros; también en la siguiente aún no publicada (La Muralla esmeralda) y, desde luego, en la Historia, pues uno de sus hijos, Alfonso, se casará con la hija de Pelayo, Hermesinda, convirtiéndose en Alfonso I, tercer rey de Asturias, y siendo padre del cuarto, Fruela I, y del noveno, Alfonso II, “el casto”, con quien, comprensiblemente por su apodo, acaba la serie de descendientes de Pelayo. Mientras que el segundo de los hijos del duque Pedro, Fruela (no confundir con su homónimo sobrino) fue padre de Aurelio I, quinto rey asturiano, y del octavo, Bermudo I, “el diácono”, quien, a su vez y a pesar de su apodo, fue el padre de Ramiro I, décimo rey (o undécimo, si contamos, como hacen algunos historiadores, a Nepociano) y, por tanto, origen de la serie de reyes de España, descendientes del duque de Cantabria Pedro. Pero todo esto está contado con detalle, aunque con concesiones a la ficción novelesca, en los siguientes libros “La Muralla esmeralda”, “El muladí”, “La Cruz de los Ángeles” y “La Cruz de la Victoria”. Espero que podáis llegar a leerlos algún día.

7 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES (II) La amada

Todo héroe que se precie tiene una amada por la que es capaz de las mayores aventuras. Bueno, no todos. En los libros de aventuras con los que, en mi niñez, comencé a explorar el maravilloso mundo de la literatura, hay personajes que, bien por su carácter misógino (Athos), por su despego del mundo debido a desgracias o desilusiones (el capitán Nemo, el conde de Montecristo, aunque este último con reservas), o porque no pueden estar junto a su amada por unas u otras razones, todas achacables al sadismo de los autores (D’Artagnan con Constance y con, entre líneas, Ana de Austria), no tienen como motivo de sus aventuras conseguir a la mujer amada. Mucho más románticas son las peripecias de Sandokán para vencer los obstáculos que le separan de lady Mariana Gullonk, “la perla de Labuán”, o del Corsario Negro y su amor imposible por Honorata de Wan Guld. Y no podemos olvidarnos del Cid y doña Jimena, de don Quijote y Dulcinea ni de tantos otros ejemplos.
Don Pelayo, al igual que el Cid, es un personaje real (aunque haya historiadores que lo nieguen), y real es el nombre de su amada (aunque sobre esto haya aún menos consenso): Según el cronista Ambrosio de Morales escribe en el año 1572, en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia existía un cenotafio con los restos de Pelayo y otro con los de: “la reina Gaudiosa, esposa del rey Pelayo”. Parece ser que ambos fueron trasladados a Covadonga y enterrados junto con los de la hermana de Pelayo, Adosinda (Algunos autores cofunden el nombre de la hermana de Pelayo con el de su hija, Hermesinda), según reza en una urna existente en la Santa Cueva (y esto es aún más dudoso).
Bien, tenía el nombre de la esposa de Pelayo y nada más. Esto no dejaba de ser una suerte, porque podía dejar volar mi imaginación. Ya expliqué en la entrada anterior que, el hacer al compañero de mi protagonista miembro del grupo de los hispano-rromanos me permitió describir a estos y dar una explicación de su implicación junto a los godos (antes sus opresores) en la empresa de la Reconquista. Había otro grupo étnico cuya importancia fue capital, y cuyos motivos para unirse a la aventura pelagiana son aún menos obvios y han causado más polémica entre los historiadores: los astures. Aproveché la ocasión, hice a Gaudiosa (sin ningún otro motivo) hija de un jefe astur en cuyos dominios se refugia Pelayo debido a la inquina del duque Witiza y ya estaba todo preparado para que esa unión entre godos, hispanos y astures se debiera, en vez de a las diferentes razones sociopolíticas que manejan los historiadores, a lo que, en mis presentaciones de la novela defino como los dos grandes motores que hacen moverse a los seres humanos: “el amor (Gaudiosa) y la amistad (Julián)”.
Hecho esto, había que dar una personalidad a la joven, y, como con los anteriores personajes, fue creciendo sin demasiada intervención consciente por mi parte, y a la vez que el personaje discurría por las páginas de mi novela. Desde su primera aparición, aún niña, cuando Pelayo llega por primera vez a las apartadas tierras de los astures, ya Gaudiosa va mostrando su carácter. Cercana a la Naturaleza, en íntimo contacto con el mundo vegetal (flores) y animal (pájaros), como corresponde al ambiente en que vive, aunque la conversión al cristianismo de la tribu (ocurrida un tiempo atrás) hace que haya perdido parte de su identificación con ella, ganando, en cambio, una especial devoción hacia la Virgen. (y, entre líneas, se puede descubrir una cierta identificación, que, sin duda, ocurrió en muchos de esos pueblos paganos, de la Virgen María con la diosa madre adorada desde tiempo inmemorial)
Gaudiosa es fuerte, como corresponde a una mujer de su tribu y de su tiempo, cuando más que, adoptada por el autor la teoría de una trasmisión del poder matrilineal (no es absolutamente cierto, pero tampoco descabellado, pensar que esa era la costumbre de las tribus astures; incluso hace pocos años, en la juventud del autor, éste conoció casos en que la casería pasaba a la hija mayor -casada para “en casa”- y su marido venido de fuera, mientras que los hijos buscaban mujer en otras caserías o trabajo en la ciudad), nuestra protagonista era consciente de que era la depositaria de la autoridad futura de la tribu. Y cuando es necesario, sabe hacer valer esa autoridad.
Y, por último, al igual que su amado, Gaudiosa es consciente de que sus actos están dirigidos por un Destino. Y, con aún mayor fuerza que aquella con la que Pelayo siente que es el elegido para defender Hispania frente a los invasores musulmanes, Gaudiosa está segura de que su vida, por difícil que parezca en algunos momentos, está unida a la del godo y que ambos, juntos, serán capaces de conseguir sus objetivos. Así sabe preparar el terreno para que los astures se unan a Pelayo, y sabe, después, quedarse en segundo plano mientras su marido encabeza la rebelión. En segundo plano, pero no detrás, porque en Gaudiosa encuentra su fuerza Pelayo y los dos juntos, como si formasen (así es, en efecto) una sola persona, son capaces de triunfar en aquello que se propongan.
Y con esto no desvelo el final de la novela, porque todos lo conocemos.