27 de junio de 2011

La Evolución de los personajes III

Retomamos el estudio de la evolución de los protagonistas de mis novelas; y después de Pelayo viene, cómo no, su esposa, Gaudiosa.
Poco es lo que se sabe de este personaje, excepto una inscripción en una tumba en Covadonga (muy posterior a la urna) que dice: “aquí yacen los restos de Pelayo y de su mujer, Gaudiosa”; así que pude inventarme todo lo que necesité de su filiación, origen y circunstancias. Sin ningún apoyo histórico, la hice hija de un prestigioso jefe astur, consiguiendo así un motivo para que esos semicivilizados pastores, celosos de su independencia, se unieran al proyecto del iniciador de la reconquista.
Gaudiosa hace su aparición en las páginas de “Pelayo, rey” como una niña ingenua que se asombra al comprobar que el joven godo que llega a pedir refugio a su aldea no parece tan peligroso como le habían dicho de los tradicionales enemigos de su tribu. Y que, tras la estancia de Pelayo en la aldea de los montes, le ha caído tan simpático, que le regala un ramillete de flores silvestres para que el joven godo, de vuelta a sus tierras, sepa que los astures son sus amigos.
Cuando, unos pocos años después, Pelayo vuelve a la aldea del jefe Otur en busca de apoyo para la guerra civil entre los hermanos de Witiza y Rodrigo, la niña ya se ha convertido en una joven adolescente que mantiene una relación especial con los ríos, plantas y animales de la naturaleza, reminiscencia quizá de las antiguas creencias de los astures, y que trata de convertir esa unión en una manifestación de la religión cristiana, aceptada hacía poco por las tribus. Asimismo Gaudiosa siente que el joven godo, que parece no fijarse en ella, tendrá una importancia capital en su vida y que los destinos de ambos, por raro que parezca, están unidos.
Pasa el tiempo, Pelayo sigue su vida en la corte de los godos, se convierte en un noble importante (aunque la imagen de la joven astur sigue estando presente en sus pensamientos, a pesar de sus esfuerzos por olvidarla), hasta que llega el desastre del Guadalete. Deshecho el ejército de los godos en la batalla, Pelayo acompaña a su rey moribundo durante un viaje que recuerda a un recorrido iniciático, hasta que, una vez enterrado Rodrigo, casi sin darse cuenta dirige sus pasos hacia los montes astures, adonde llega herido, agotado, desfallecido y medio muerto, pero convencido ya de que lo que desea es volver, aunque sea con sus últimas fuerzas, al lado de la joven a la que había llegado a amar, aunque se había negado a reconocerlo.
El destino echa una mano, Pelayo y Gaudiosa se encuentran, se confiesan su mutuo amor y, en la cueva de la Señora se casan. La tribu, o, mejor, el nuevo jefe elegido tras la muerte del anciano Otur, se muestran recelosos ante la llegada del godo, pero aquí Gaudiosa demuestra que ha crecido y se ha convertido en una mujer fuerte, enfrentándose, apoyada en su prestigio, a los que s ele oponen y consiguiendo que Pelayo sea aceptado.
Ambos jóvenes crean una familia y pretenden vivir en paz, sin mayores ambiciones, pero cuando Munuza rapta a la hermana de Pelayo y envía a éste a Córdoba, Gaudiosa se hace cargo de la familia, mantiene su prestigio entre los astures y, cuando su marido, tras escaparse de la prisiones musulmanas, vuelve a Asturias, consigue hacerle elegir como jefe de los Astures, y, a su lado, organiza la resistencia contra los invasores, mostrándose como el apoyo ideal de su marido. (a veces, incluso, más fuerte y decidida que él)
Esta es la evolución natural de Gaudiosa, convertida en la reina que necesita la nueva nación, pero aún nos demostrará más su fuerza de carácter, cuando tenga que enfrentarse a las pruebas que le esperan en “La Muralla esmeralda”

21 de junio de 2011

Una pregunta; una respuesta.

Estábamos siguiendo la evolución de algunos de los personajes de la serie (de momento solo le había tocado el turno a don Pelayo) pero volvemos a hacer otra pausa. Lo programado, en muchos aspectos, y desde luego, en la literatura, debe ceder el paso ante lo espontáneo o lo actual. Y este es el caso que nos ocupa.
Como ya he narrado, hace aproximadamente un mes y medio, s epublicó la segunda de mis novelas, “La Muralla esmeralda”. Como de costumbre, a todos aquellos que la compraron y que entran dentro del círculo de mis conocidos, les pedí que, cuando la leyesen, me hicieran una crítica, lo más dura posible, de la misma, con el objeto de, gracias a ellas, ir mejorando en mi faceta de escritor. La respuesta general fue la de que tendría que esperar a que pasasen las vacaciones estivales, período en que todos nosotros (yo incluido), tenemos algo más de tiempo para dedicar a la lectura. Pero hubo algunas excepciones.
Uno de mis lectores me dijo hace unos días, al cruzarse casualmente conmigo: “Bueno, ¿y para cuándo la continuación?”. Yo le expliqué que “La Muralla esmeralda” no era más que la segunda novela de una serie de la que ya estaban escritos, sin contar los dos libros publicados, otros cuatro más, como sabrán los que sigan este blog. “No” – me contestó – “Me refiero a que has dejado una historia inconclusa y quiero saber lo que va a pasar”. Y a continuación me explicó que hablaba de Florinda, la hija natural del rey Rodrigo y el godo Alarico (personajes ambos inventados, debo aclarar) “a los que has dejado abandonados en Ceuta sin explicar qué va a ser de ellos.”
En efecto, en la novela Alarico ha conseguido casarse con Florinda y es un auténtico desagradecimiento hacia quien tanto juego me ha dado en las diferentes aventuras narradas, dejarle sin darle, ni siquiera, ocasión de despedirse d esus compañeros ni de los lectores.
Como ya he explicado en este blog, “la Muralla esmeralda” se escribió, a petición de la editorial, después de que estuviera concluído “El Muladí” que es la que le sigue, e, incluso, mucho después que la que va después de ambas, “La Cruz de los Ángeles”. Esto me lleva a que Alarico, que es un personaje que inventé para esta novela, y Florinda, que se me ocurrió cuando ya llevaba escritos varios capítulos y mis protagonistas estaban en Ceuta, recordando que había dejado allí a su madre, la otra Florinda, esta, si no real, al menos sí narrada en las leyendas de “la Cava”, no apareciesen en las novelas que le siguen.
Pero de esto ya me había dado cuenta, y si alguien leyó la entrada en mi blog, titulada “Segunda novela; Planificación III, los Viajeros II” (Sí, un título raro y aburrido, pero que me ha permitido encontrarle cuando lo he necesitado, es decir, ahora), de fecha 2 de diciembre de 2010, pudo encontrar el párrafo que copio y pego a continuación, hablando del citado Alarico:
“…y, traspasándole el encargo de volver a informar a Pelayo, vuelve a Ceuta en busca de su amor. (Ya le había hecho sufrir demasiado, además unos hijos suyos y de Florinda serían descendientes del último rey godo, don Rodrigo, y podrían tener protagonismo en novelas posteriores. Aún no les he utilizado, pero la posibilidad queda abierta)”
Espero haber contestado, ¿verdad, Mariano? Y si no, seguiremos hablando de ello.

13 de junio de 2011

La Evolución de los personajes II

Siguiendo con este estudio de los personajes, habíamos visto como Pelayo crecía, desde su niñez como hijo del conde de Lucus, acostumbrado a no carecer de nada y ver cumplidos todos sus caprichos, a convertirse en un adolescente fugitivo, refugiado entre los primitivos astures y, por fin, debido a una nueva mudanza en el destino, llegar a ser la joven mano derecha del nuevo monarca, don Rodrigo, gozando otra vez de todos los privilegios inherentes a su cargo.
¿Era esto suficiente para considerarle alguien con la suficiente fuerza de carácter como para ser el fundador de la nueva España? No. Aún tenía que pasar por nuevas pruebas. La primera, el ver como su ingenua admiración por su soberano recibía un duro choque al comprobar la corrupción que el poder ejercía en las personas, incluso en aquellas que, en su ingenuidad, consideraba poseedoras de todas las virtudes. Lo que chocaba impactantemente con la nobleza que dominaba sus sentimientos.
Luego, con la desilusión instaurada en su corazón, pero aún con el ansia de las batallas y los honores que estimaba inherentes a ellas, se enfrenta a la invasión musulmana en la batalla del Guadalete en la que, amargamente, comprueba que la imagen que tenía de las contiendas como luchas caballerescas en las que solo quedaba recordar el oropel de las victorias para los triunfadores, era falsa. Que, en realidad, todo se reducía a sangre, dolor, muerte y, en este caso, como cúlmen de desgracias, la derrota.
Y, para completar la formación de su carácter, al igual que el hierro que, para ser forjado, tiene que soportar los golpes del herrero, el largo y penoso camino iniciático, llevando primero a su rey moribundo hasta Viseo (porque la leyenda dice que allí estaba su sepulcro), y luego, ya solo, hacia el norte, hacia Asturias, porque allí está lo único que aún le anima a mantenerse con vida, el amor por Gaudiosa, que había querido ignorar y que, en el instante supremo, se le revela como lo único importante.
Desencantado de todo lo que, anteriormente, le había parecido importante, se dedica a su recién formada familia y abandona sus ansias guerreras, solo para descubrir que, aunque quiera, un hombre no puede mantenerse alejado de lo que ocurre a su alrededor, y que su nueva actitud pacífica solo sirve para verse separado d esu mujer y sus hijos y arrojado a un oscuro calabozo en la lejana Córdoba, capital de los musulmanes.
Y allí, un nuevo e inesperado encuentro, esta vez con su amigo Julián, le renueva las ganas de vivir y ambos cruzan de nuevo la península de sur a norte, pero esta vez con ánimo decidido y dispuestos a vencer todas las dificultades que s eles enfrenten. Así, y con la ayuda de su esposa, Pelayo es reconocido como jefe de los astures y, uniendo a estos los hispanos y godos fugitivos, se enfrenta a los musulmanes dando comienzo a la Reconquista.
Pero no acaba aquí la evolución del carácter de nuestro héroe. Una vez que el guerrero ha concluido su trabajo, queda para el gobernante la mucho más dura tarea de dar forma a un nuevo reino con nuevas inquietudes. Y Pelayo tiene que madurar aún más.
Pero eso se cuenta en la segunda novela: La Muralla esmeralda.

5 de junio de 2011

Más de la Feria


El viernes fue día de firmas. Una vez más, y van siete, estuve en la caseta de Alberto Santos dedicando ejemplares de mi primera novela, Pelayo, rey, tanto en su tercera edición, como algunos libros que quedaban de la primera en tapa dura; y, al igual que el año pasado, compartiendo la experiencia con Eduardo Martínez Rico y su Cid Campeador.
Para ser una novela con un largo recorrido, no estuvo mal. Mi gratitud a los amigos que acudieron a saludarme, Javier Valle, Mª José Fraile, José Mª Fayos (por poderes), alumnos y antiguos alumnos de Rosales, a todos los que me olvido pero que estuvieron, y a los que, sin serlo ni conocerme, entren después de leerla a formar parte de ese grupo.
Espero que la mayor parte de ellos continúen con la saga que sigue en la segunda novela “La muralla esmeralda”, editorial SAPERE AUDE, según vemos a la derecha.
Y, después de este interludio, en la próxima entrada volveremos a dedicarnos a seguir la evolución de los protagonistas de las novelas.