28 de febrero de 2011

LOS MULADIES II.- Omar ibn Hafsun.

En la batalla en que los visigodos perdieron el dominio de España y que tuvo lugar a orillas del Guadalete en el año 711, como pudimos leer en la primera de mis novelas, Pelayo, rey, participó un noble visigodo de nombre Alfonso (no aparece en la novela citada, pues no tuvo importancia entonces), natural de algún lugar cerca de la serranía de Ronda (unos dicen que de Parauta, cerca de esa ciudad, y otros que de Júzcar, por la misma zona)
Tras la derrota, y al igual que los nobles godos que vimos en la entrada anterior (el duque Casio y su hijo Fortún), Alfonso pactó con los vencedores. Pero como su importancia era mucho menor que la de aquellos y sus tierras estaban ya en poder de los musulmanes, las condiciones fueron mucho menos ventajosas. Sea como fuere, pudo retener una parte de sus tierras y una buena posición. Pero, cada vez que, debido a las luchas entre las diferentes facciones musulmanas, o por la llegada de nuevos contingentes desde África, había que conceder nuevas tierras, los descendientes de los godos e hispanos eran despojados de ellas, así que un descendiente de Alfonso, pensando mejorar su suerte, se convirtió al Islam y tomó el nombre de Djafar al islamí. Como a tantos otros, esto no le sirvió de nada y, desesperado, vendió sus tierras y fue a establecerse en Iznate, cerca de Málaga, pensando que en ese nuevo lugar mejoraría su posición. (Como se podrá leer en el cap. 17 de “El Muladí”, mi tercera novela, si llega a publicarse).
Cuando, años después, Djafar tuvo que soportar que un musulmán se quedase con parte de sus ya escasos rebaños sin que el gobernador hiciera nada para defenderle, su nieto, Omar (El Omar ibn Hafsun de que estamos tratando), airado, fue a ver al ladrón, tuvo una discusión con él y le mató. Por lo que, para huir de la justicia, huyó a Tahart, en África, donde se ganaba la vida como sastre.
Un día, entrando en su tienda un viajero proveniente de Andalucía, muladí como él, le contó como sus compatriotas estaban siendo oprimidos por los .árabes y que había soñado que uno de ellos les animaría a rebelarse. Omar respondió: “yo soy ese hombre”, dejó sus instrumentos y volvió a su tierra dedicándose, al principio, a saquear y a alistar con él a los descontentos con el emir. Se estableció en Bobastro, una fortaleza derruída en un escarpado monte al noroeste de Málaga, que restauró y preparó de tal manera que era prácticamente inexpugnable. Pronto sus seguidores fueron tan numerosos que pudo derrotar a las mismas tropas del emir y llegó a dominar todas las serranías entre Córdoba, Sevilla y Málaga. De tal manera que el propio Mohamed I le perdonó y le incorporó, junto con sus hombres a su guardia personal, participando en varias campañas contra los cristianos del norte, demostrando arrojo, valor y habilidad.
Pero sus virtudes no encontraban la recompensa esperada, ya que los otros generales del emir, árabes de pura cepa, le trataban con desprecio, así que volvió a su fortaleza de Bobastro y a saquear las tierras del emir, impotente para reducirle.
Al Mundir, hijo y sucesor de Mohamed, reunió un gran ejército y, abandonando su lucha contra los cristianos, atacó a Ibn Hafsun, quien firmó un pacto con él. Pero en cuanto el ejército del emir se retiró, volvió a las andadas. (¿Les suena de la historia del anterior muladí, Musa ibn Musa?)
Al Mundir murió sitiando Bobastro, y su hermano Abdallah tiene que hacer frente a numerosas sublevaciones lo que aprovecha ibn Hafsun para dominar la mayor parte de Málaga, Sevilla, Granada y Jaén, confinando al emir en los alrededores de su capital, Córdoba.
Al fin de su vida, Ibn Hafsun vuelve al cristianismo y adopta el nombre de Samuel, pero esta decisión le granjea la pérdida de gran parte de sus seguidores. A pesar de todo se mantiene en Bobastro hasta su muerte en el año 917. Su hijo continúa la lucha diez años más, hasta que es derrotado por Abderrahmán III (el primer califa cordobés) y parte al exilio. Su hija, santa Argentea, es considerada por la iglesia como virgen y mártir.
Como conclusión, la rebelión de ibn Hafsun hizo que los emires cordobeses no pudieran, durante mucho tiempo, utilizar a gran parte de sus soldados contra el reino asturiano, lo que se podrá ver en la quinta de mis novelas, “La Cruz de la Victoria”

21 de febrero de 2011

LOS MULADIES I.- Musa ibn Musa.

Cuando decidí dedicar mi tercera novela a este grupo social, me incliné (como ya conté en su momento) por que mi protagonista fuera un joven imaginario, y, por lo tanto, de ninguna importancia real. (Aunque en el devenir de la trama le hice partícipe de muchas de las circunstancias históricas del momento).
Ésta fue una decisión de la que nunca me sentí seguro de haber tomado la correcta. Es cierto que el hecho de que mi protagonista fuera un personaje imaginario me permitía una libertad total a la hora de decidir acerca de sus actos y su destino, pero también desaprovechaba las enormes posibilidades dramáticas (y reales) de algunos de los más importantes representantes de ese grupo social. Como dije, no desespero de, en algún momento futuro, dedicar alguna novela, al menos a dos de estos personajes; el aragonés Musa ibn Musa y el andaluz Omar ibn Hafsun, cuyas vidas, tan diferentes entre sí, pero tan apasionantes ambas, merecerían el trato de plumas (teclados, más bien) más expertos que la mía.
Puesto que ambos van a aparecer, aunque de modo tangencial, en las páginas de mis siguientes novelas (sus antepasados ya lo hicieron en las anteriores), quizá sea un buen momento para hacer una pausa en la relación cronológica de mis libros y dedicarles unas líneas.
Comencemos por Musa ibn Musa, cuyos antecedentes históricos se remontan a la primera de mis novelas, “Pelayo, rey”
Como quizá recuerden los que la hayan leído, en ella aparece el duque visigodo Casio, señor del valle del Ebro, y, junto con su hijo Fortún, adversarios de nuestro héroe, Pelayo y del rey Rodrigo, aunque al comprobar que éste derrota a los partidarios de los hijos de Witiza, cambian rápidamente de bando (esto pertenece a la imaginación del autor, aunque al comprobar su actitud posterior, no nos debe extrañar).
Cuando el ejército de Rodrigo es derrotado por los musulmanes (y por la traición de los witizianos) en el Guadalete, Casio y Fortún tratan con los vencedores y ofrecen su sumisión a cambio de mantener sus territorios; no solo eso, sino que para medrar más rápidamente bajo sus nuevos amos, aceptan la religión islámica convirtiéndose en muladíes.
Durante los hechos relatados en “Pelayo, rey”, “La muralla esmeralda” y “El Muladí”, los descendientes de Casio, los “Banu Qasi” son una de las más importantes familias del valle del Ebro bajo el emirato dependiente, y cuando Abderrahmán I toma el poder, el nieto del duque Casio, Musa ibn Fortún (Muestra del “peloteo” de la familia es que pusieron a su primogénito el nombre del árabe conquistador, Musa ibn Nusayr), se pasa rápidamente al bando del nuevo amo y le ayuda a tomar Zaragoza, recibiendo, a cambio, el gobierno de esas tierras.
Musa es un “fiel” vasallo de Abderrahmán, pero como no está de más estar preparado para cualquier eventualidad, contrae matrimonio con la viuda de Iñigo Jiménez, uno de los más importantes señores navarros. Con la ayuda del muladí, su hermanastro Iñigo Jiménez (Iñigo Arista) consigue convertirse en el primer rey de Pamplona desplazando a los sectores más afines a los francos. A cambio, cuando, una vez fallecido Musa ibn Fortún, su hijo y sucesor, Mutarrif ibn Musa, es asesinado por vascones adictos a Carlomagno, los Aristas ayudan a su hermano (nuestro protagonista), Musa ibn Musa, a mantenerse como gobernador de Tudela, cargo en que es confirmado por Abderrahmán II, a la sazón emir de Córdoba.
Aquí comienza la azarosa vida pública de este muladí, gran parte de ella contada en la quinta de mis novelas, “La Cruz de la Victoria”. Llamado por su señor, el emir, le ayuda a derrotar a los vikingos que habían remontado el Guadalquivir, lo que le hace merecedor de sus favores. Aliado con sus parientes navarros, actúa con total independencia del emir cordobés y se califica a sí mismo como “el tercer rey de España” (Siendo los otros dos, el emir Abderrahmán II y el rey de Asturias, a la sazón Ramiro I)
Cuando, después de ser derrotado por el sucesor de Ramiro, su hijo Ordoño, en Albelda, su estrella comienza a declinar (y los navarros entran en la órbita asturiana), siguiendo el ejemplo de su padre, su abuelo, y el resto de sus ancestros, pacta con el Emir, quien le perdona y le confirma como señor del valle del Ebro. Pero cuando las circunstancias le son favorables, de nuevo proclama su independencia, para volver a solicitar el perdón del soberano cordobés en el momento en que no se siente lo suficientemente poderoso para defender sus posiciones.
Sus hijos, Lope, Ismail, Mutarrif y Fortún, y sus nietos, siguieron su política pactando con unos y otros (incluso con el rey Alfonso III de Asturias), consiguiendo así mantener en poder de los Banu Qasi el valle del Ebro, hasta que fueron postergados por otra importante familia , los “Tuchibíes”.

11 de febrero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – El Emirato de Córdoba

Una vez finalizadas las entradas en el blog sobre mi cuarta novela (en el orden cronológico de la historia, y de momento), “La Cruz de los Ángeles”, me doy cuenta de que apenas he hablado de la situación en la España sometida a los musulmanes en aquellos años. Quizá ha sido porque, en esta novela, lo que sucede en esa parte de España influye poco en la trama, al menos en lo que corresponde a la imaginación del autor, pero no por eso dejo de contar los acontecimientos que ocurren en Al Andalus, con el objeto (como en todas mis novelas) de que el lector, no solo se entretenga, sino que tenga un conocimiento mayor de esos años.
Hagamos un pequeño resumen; la novela comienza con el reinado de Fruela I, en el año 757. Hacía apenas un año que Abderrahmán ibn Moawia, el último superviviente de la familia Omeya, había llegado a España. En Damasco, Abu al Abbas al Safah, tataranieto de Abbas ibn al Abd Mutalib, un tío del Profeta, había conseguido derrocar a los Omeyas, hasta entonces detentadores del Califato y dar comienzo a la dinastía abbasida. Pero su orden de acabar con la vida de todos los miembros de la familia rival no había podido ser cumplida exactamente. Abderrahmán, después de cruzar a nado el río Eúfrates, huyendo de sus enemigos y vagar cinco años por el norte de África, llegó a una España en la que las luchas por el poder eran persistentes. (¡Qué argumento para una novela! No desisto de, algún día, escribirla. Un pequeño apunte de todo esto puede leerse en la anterior novela, “El muladí”)
Abderrahmán desembarca en Almuñécar y se encuentra un país dividido por las continuas y sangrientas luchas entre kelbíes y qaysíes, bajo la discutida autoridad del emir Yusuf al fihrí y su “eminencia gris” y auténtico gobernante en la sombra, Samail (personajes que tienen importancia en la citada “El muladí”). Aunque al principio le reciben amistosamente, enseguida se dan cuenta de que el Omeya intenta establecer en España un reino independiente de Bagdad (Los abbasidas habían trasladado la capital a esa ciudad desde Damasco), lo que no era muy diferente de sus propias ambiciones, y se produce el choque entre ambas facciones. Abderrahmán triunfa, Yusuf y Samahil son asesinados (el resultado habitual en las contiendas entre musulmanes), y el Omeya se dedica a organizar su nuevo reino, amenazado por continuas rebeliones (los sucesores de Samail y Yusuf, los bereberes sempiternamente postergados, los mozárabes también, y no sin razón, descontentos, los muladíes oprimidos, los enviados de los abbasidas que intentan reconquistar sus territorios, etc., etc.)
Por esa época cuentan las leyendas (y así se narra en la novela) que Fruela I derrota a un ejército enviado contra Asturias al mando de un hijo de Abderrahmán. Eso nos crea un pequeño dilema histórico: Si Abderrahmán fue, como nos dicen las crónicas árabes, el único sobreviviente de los Omeyas a la matanza decretada por los Abbasidas, ¿De dónde salió ese hijo? Y si fue, como sus hermanos, engendrado después de su llegada a España, incluso en el último año del reinado de Fruela (el 768)no tendría más que diez años, muy pocos para mandar un ejército. En la novela hemos ignorado esta contradicción.
Abderrahmán muere en el año 788, mientras en Asturias han reinado (en la segunda parte de la novela), Aurelio(768-774), Silo (774-783), y Mauregato (783-789). Le sucede su hijo Hisam I (788-796), que tiene que defender su trono contra las rebeliones de sus hermanos Suleimán y Abdallah, además de las habituales de bereberes, muladíes y abbasidas. En este tiempo continúa la segunda parte de la novela con el reinado de Bermudo I “el diácono” (789-791) y comienza la tercera parte con los primeros años del largo reinado de Alfonso II, “el Casto” (791-842), aunque la novela termina en el año 808, durante el reinado de Al Hakam (796-822), que tiene que hacer frente a los mismos problemas que su padre, Hisam, problemas que tanto ayudaron a los reinos cristianos al principio de la Reconquista.
Una anotación que no me resisto a hacer. Cuando estaba redactando esta entrada (lo hacía de memoria, sin consultar mi novela), tuve algunas dudas en cuanto a las fechas y para solventarlas tecleé “Abderrahmán” en el buscador Google. En las múltiples entradas que aparecieron, es sobrecogedor y sintomático el gran número de ellas que, redactadas en castellano, pertenecen a organizaciones musulmanas que llaman a la unidad de los musulmanes y hablan con nostalgia de Al Andalus, cuando no instan a volver esta parte de España al dominio islámico. Que tome nota de ello quien tenga que hacerlo.

8 de febrero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – El final (de la novela)

Una vez resuelto el problema del encabezamiento que me faltaba, podemos volver a la trama de la novela, que ya estaba finalizando. La supuesta, o no, sumisión de Alfonso II a Carlomagno le granjeó enemistades entre sus propios súbditos, que motivaron un “golpe de estado” en el año 801 (en el décimo de sus 52 años de largo reinado) que le depuso y le envió cautivo al monasterio de Ablaña, de donde fue rescatado y vuelto a reponer en el trono por sus “fideles”. Como trama novelística, justifico en la depresión que le supondría la rebelión de parte de sus súbditos, la confusión que hizo que se considerasen “ángeles” los misteriosos orfebres realizadores de la Cruz que lleva su nombre, símbolo de la ciudad de Oviedo y que fue donada a esta diócesis por el casto rey en el año 808. Asimismo la llegada de esos orfebres, muy probablemente francos, se relaciona, en la novela, con la venida a Oviedo de la princesa Berta, quizá sobrina de Carlomagno, con la que Alfonso II, a instancias del ya emperador, se casa sin, por eso, renunciar a su vida de castidad.
Con esto finaliza la novela, pero no la vida de Alfonso, al que aún le quedan unos cuarenta años de reinado y varias batallas contra los musulmanes. Si esta serie de novelas, como espero, se va publicando, quizá escriba una que transcurra durante esos años y que preceda a la que estudiaremos en una próxima entrada, “La Cruz de la Victoria”, sobre los reinados de Ordoño I y, sobre todo, Alfonso III.

2 de febrero de 2011

LA CRUZ DE LOS ÁNGELES III – El saqueo de Lisboa.

Como anuncié en mi anterior entrada, voy a tratar un tema recurrente que ya se ha asomado a este blog en tres ocasiones. Por dos motivos: uno, porque ahora es el momento dentro de este paseo por la historia de mis historias que le corresponde, y dos, porque ha sido el único tema que ha suscitado comentarios en el blog. Y los comentarios de los lectores son uno de los pocos atractivos que esta labor tiene para el autor, aparte de la catarsis que supone el decir en voz alta (escribir públicamente) los motivos y circunstancias que le llevan a trasladar al papel y al alcance de todos lo que le pasa por la mente. (Para los lectores se supone que también es gratificante leer todo lo que el autor quiere contarles, realmente el ego de los escritores está muy por encima de lo que sería aconsejable)
Bien, ya que, como he dicho antes, este tema es el único que ha suscitado comentarios, voy a enviar estos primeros párrafos a todos mis contactos, con la esperanza de que les animen a entrar en el blog y leer el resto (Y participar, aunque eso sea, quizá, pedir demasiado)
Como sabrán los que sigan el blog, o hayan leído mi primera novela, “Pelayo, rey”, acostumbro a encabezar los capítulos con alguna frase de alguna de las crónicas de las que he sacado los datos históricos para escribirlo. Ya en la segunda novela, “La muralla esmeralda”, que espero se publique dentro de poco, al ser su trama, en su mayor parte, imaginaria, tuve que inventar también los encabezamientos; pero en ésta de la que estamos tratando, “La Cruz de los Ángeles”, la acción se corresponde casi en su totalidad con hechos reales, o, al menos, recogidos en las crónicas, con lo que todos los encabezamientos provienen de éstas, menos uno.
Según Sánchez Albornoz, después de los dos ataques consecutivos realizados por los musulmanes a Oviedo, y como represalia, Alfonso II realizó una larga cabalgada y, sorpresivamente, saqueó la lejana y populosa Lisboa, capítulo que narro con detalle y satisfacción. (Visito regularmente esa ciudad, y tanto ella, como Cascais y Sintra me son conocidas y apreciadas). Pero el docto historiador no dice (o yo no he encontrado) de dónde saca esos datos.
En las crónicas asturianas, y lo saco de “Textos de las crónicas de Alfonso III y Albeldense sobre los reyes en Santianes” de J. Rodríguez Muñoz, colección de textos y documentos para la historia de Asturias (I), Biblioteca histórica asturiana, Gijón, 1990, pp. 59-62, no se dice nada de esto, no obstante, el autor, en su comentario 49, relativo al destierro de Alfonso II en Ablaña, dice que hay otro suceso del que no hablan las crónicas, que es de la relación de Alfonso II con Carlomagno, de la que tenemos noticia gracias a “La vida de Carlomagno” de Eginardo; y, concretamente, señala que la incursión de Alfonso II en Lisboa se puede saber consultando: “Marcelin Deforneaux: Carlomagno y el reino asturiano” en Estudios sobre la monarquía Asturiana, Oviedo, 1971 pp. 89-114.
Pues bien, en las obras citadas no encuentro el relato de la expedición a Lisboa, así que no sé de dónde pudieron sacarlo los historiadores.
En mi primer estudio sobre este tema, en julio pasado, ofrecí un ejemplar firmado al primero que me diera alguna pista. Me contestaron Javier Serra y María de Lombas (Muchas gracias otra vez). Pero las pistas no me llevaron más que al punto que ya he relatado. No obstante, a Javier (que fue el más rápido) le debo ese ejemplar (aún no he tenido ocasión de dárselo, aunque me consta que ya tiene uno, pues fue uno de mis primeros lectores).
Así que, para acabar este “ladrillo”, vuelvo a esperar colaboraciones, o, críticas, o, aunque sea, saludos, que amenicen un poco los comentarios a este blog.
Saludos a todos.